Cuando apenas
faltan pocas horas para el inicio de las votaciones en las elecciones
presidenciales venezolanas, se hace más difícil predecir quién será el ganador.
La lucha entre el oficialista Nicolás Maduro y Henrique Capriles Radonsky se
percibe muy pareja.
Hace un mes Maduro
aparecía con una ventaja de veinte puntos en todas las encuestas, pero poco a
poco ha ido descendiendo, mientras el rival ha mejorado con rapidez. Ese fenómeno se aceleró en los últimos días y
en este momento se puede decir que cualquier cosa puede ocurrir. Todo indica que la diferencia final será
pequeña, con lo cual podría presentarse incluso una situación inconveniente para
el país.
El último sondeo
de la firma argentina Datamática le atribuye una ventaja de 12 por ciento a
Capriles, mientras un sondeo ordenado por un grupo privado a otra empresa
señala una diferencia de menos de 7 por ciento a favor del candidato chavista.
De acuerdo con lo
que se observa, el resultado estará determinado por la capacidad de
movilización de los electores de Henrique Capriles Radonsky, así como por su
eficiencia en la defensa de los votos en las mesas electorales. Maduro cuenta
con la maquinaria del Estado, que en todas las elecciones recientes ha
transportado a los empleados públicos, a sus familiares, a los pensionados y a
los beneficiarios de las misiones sociales, así como a los militares, además de
disponer del peso terrible del Consejo Nacional Electoral.
El aspecto clave
del ascenso rápido del opositor ha sido la coherencia de su discurso. Después de las inconsistencias que mostró en
la campaña que culminó en octubre pasado, su estrategia electoral esta vez fue
el ataque directo a Maduro, la denuncia de las irregularidades y la
ineficiencia y la corrupción de las políticas de los últimos 14 años. Dejó en evidencia la falta de formación del
chavista y su desconocimiento de los problemas nacionales, a pesar de ser uno
de los responsables directos de cuanto ha ocurrido en los últimos 14 años en
Venezuela.
Ahora solo nos
queda esperar.
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