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domingo, 19 de enero de 2014

Después de Santos en Colombia

Oscuras perspectivas de lo que se cocina en La Habana
Ricardo Escalante

Cualquiera podría preguntarse por qué, si la convicción del presidente Juan Manuel Santos sobre la necesidad de una reforma de las instituciones colombianas era sincera, en vez de plantear un debate amplio con los sectores democráticos de su país, prefirió el escabroso camino de negociar de tú a tú con un grupo minúsculo, criminal, dañino, alzado en armas.
La agenda de las reuniones en La Habana da pábulo a la tesis de que a Santos le interesa más su reelección que la gravedad del diluvio que va a desatar, una de cuyas consecuencias será un clima de inestabilidad política que, a su vez, repercutirá en esa economía nacional sólida que ha sobrevivido los peores embates del narcotráfico y la guerrilla.  El clima político y económico tiene sus límites, pero el Presidente pareciera no entender que el legado del vetusto régimen cubano es solo caos y no hay nada que buscar con sus fórmulas.
He leído y releído los artículos publicados por el jefe del equipo negociador del gobierno colombiano, Humberto de la Calle Lombana, en los cuales usa frases edulcoradas para desparramar cosas tan delicadas como, por ejemplo, la intención de modificar la ley para darle a las Farc y al ELN cuotas parlamentarias superiores a las provenientes de la voluntad popular. Y al leerlo me pregunto si bajarse los pantalones es un cauce para la paz.
De la misma manera y como si hiciera una confidencia o revelara un “estupendo secreto”, él ha hablado de “un esquema de reconocimiento escalonado de diversos derechos que incluirían financiación y acceso a medios de comunicación”, pero se guarda el “beef” del asunto.  Se trata nada más y nada menos que de asignaciones económicas estatales para propaganda del partido que surja de la negociación y, por supuesto, con eso volvemos a lo mismo: ¿Se reivindica así a las víctimas?  ¿Es justo financiar a quienes han matado a mansalva, secuestrado, torturado, desplazado, extorsionado y chantajeado a cientos de miles de ciudadanos?
Quienes negocian y bailan al traqueteo de ametralladoras, juegan con cartas marcadas y están asesorados por los amigos de Cuba y Venezuela, que, además, les proveen dinero y armas.   Las Farc han proclamado de manera constante su lucha contra el sistema establecido en Colombia, es decir, contra las instituciones y la democracia.  Hugo Chávez tenía un discurso similar para engatusar a los cándidos y ahora tenemos el resultado a la vista.
¿Estará Santos en vías de convertirse en un símil de lo que fue Rafael Caldera en Venezuela? Con su descomunal ego, Caldera se sentía cercano a Dios y hasta pretendía agarrarlo por las barbas, a pesar de lo cual pasó a la historia como lo que en realidad fue: Uno de los grandes responsables del derrumbe de la democracia venezolana.  Su discurso anti sistema del 4 de febrero de 1992 -cuando todavía estaba fresca la sangre de los muertos causados por el golpe de Chávez-, alcanzó una celebridad tan amarga como la del sobreseimiento de la causa militar a que después fue sometido el teniente coronel golpista.  Ahh, y la ñapa fueron las prebendas que otorgó a otros sublevados. ¿No estará Santos dándole un palo a la lámpara con estas negociaciones?
La situación política colombiana se complica, además, por la ausencia de partidos robustos, con direcciones colectivas bien estructuradas y con líderes sólidos.  Y, por supuesto, también hay que decirlo: El ex presidente Alvaro Uribe es responsable de cuanto ocurre por haber estimulado la candidatura de Santos, así como por las pretensiones de convertirse en un caudillo a la vieja usanza.  Uribe castró la posibilidad de derrotar en las próximas elecciones a su ahora enemigo jurado, al crear un movimiento a su imagen y semejanza, con un candidato que no emociona y no levanta vuelo, escogido mediante un guiño a la maquinaria uribista.  Y, por cierto, a todas estas me pregunto dónde andará Pacho Santos, y qué pensará de este descomunal enredo y del caudillo en quien confiaba.
Por todo eso, ahora solo nos resta desear que ante el eventual referéndum sobre el acuerdo Farc-Santos, prive la sensatez de los colombianos.
Twitter:  @opinionricardo

jueves, 16 de enero de 2014

Detrás del cuento de “Conrado”

Ricardo Escalante
A medida que los días avanzan adquiere más cuerpo la sospecha que comenzó como una simple corazonada: Lo que ocurre en La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la delegación de las Farc son negociaciones de Estado a Estado, con el visto bueno de eso que se denomina la comunidad internacional.

La narcoguerrilla se robustece en la mesa de negociación y  empuja al Ejecutivo colombiano a hacer concesiones que hace unos años habrían sido impensables, sin que los secuestros, asesinatos, desplazamientos, asaltos, extorsiones y chantajes, se hubiesen detenido. Es incomprensible: El Estado colombiano tartalea, lanza señales de debilidad.
El signo más reciente de lo aquí señalado es la liberación del jefe guerrillero Guillermo Enrique Torres, alias “Julián Conrado”, que estaba preso en Caracas desde hacía dos años y medio. El presidente Santos y su corte olvidaron las imputaciones que pesaban contra el malhechor por lesiones personales, tráfico de drogas, desaparición forzada de personas y reclutamiento ilícito de menores de edad. El argumento esgrimido para “perdonarlo” es a todas luces banal: Razones humanitarias.
La patraña es interesante de examinar porque involucra aspectos que van más allá de las fronteras colombianas. Así, por un lado, el gobierno venezolano se lavó las manos al trasladar al Tribunal Supremo de Justicia la decisión de dejar en libertad a quien, armado hasta las muelas, fue capturado in fraganti en una de sus incursiones al territorio nacional y, por el otro, ignoró que muchos venezolanos han sido víctimas de los delitos de las Farc.  ¿Por qué Venezuela no procesó y condenó a “Conrado” en tribunales militares? Hay razones que van más allá del simple retiro de la solicitud de extradición.
Los lazos de las Farc con Hugo Chávez y su gobierno  -del cual formaba parte el ahora presidente Maduro-, eran estrechos.  Maduro estuvo entre quienes tenían contactos con los subversivos, de lo cual quedaron evidencias en las computadoras incautadas por el gobierno colombiano cuando el comandante guerrillero Raúl Reyes fue abatido en marzo de 2008.  La actitud del régimen venezolano se enmarca en la imborrable simpatía Chávez hacia los movimientos narcoguerrilleros, tal como él mismo confesó en la Asamblea Nacional en su mensaje anual correspondiente a 2008:  “Las FARC y el ELN  no son terroristas, son verdaderos Ejércitos y hay que darles  reconocimiento... Son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político y bolivariano que aquí es respetado”...  ¡Más claro no podía cantar el gallo! Pero la cosa no se quedaba en las palabras, porque además les suministraba dinero, armas y otras minucias.
Esa relación con movimientos insurgentes, que ha sido la esencia de la política cubana durante medio siglo, fue practicada por Chávez en sus casi quince años de gobierno para tejer una cofradía de cómplices internacionales. De la misma manera, el suelo venezolano ha sido y es utilizado para el tránsito de drogas, con la participación de relevantes figuras de la Fuerza Armada Nacional y del Ejecutivo. Son incontables los cargamentos de narcóticos procedentes de Venezuela, que casi todas las semanas son descubiertos en distintas partes del mundo, a pesar de las declaraciones oficiales para desmentir los hechos.
Ahora bien, lo que está en curso en La Habana es un proceso que a todas luces conducirá a Colombia a la inestabilidad política y económica, al pactar reformas de forma y de fondo que afectarán a todas las instituciones, con la participación activa de la organización guerrillera que carga a cuestas cientos de miles de muertos, torturados, desplazados, extorsionados y otros abominables delitos.  ¿Es eso abrir cauces a la paz?  ¡No!  La cosa huele mal.
La búsqueda de eficiencia para el Estado colombiano podía haberse negociado con quienes actúan dentro de la ley. Y si se trataba de poner fin a la guerrilla había dos posibilidades: Una, negociando con ella su incorporación incondicional a la sociedad, es decir su rendición total, pero otorgándoles garantías de procesos justos por los crímenes cometidos y, al mismo tiempo, permitiéndoles su organización como partido.  Sin privilegios frente a las demás organizaciones políticas, que, en honor a la verdad, atraviesan un deterioro sostenido y no dan muestras de capacidad para revitalizarse.
Como el tema es complicado y ofrece muchas aristas, prometo una segunda entrega destinada a analizar el peligro que se cierne sobre los colombianos.  ¡Imperdonable sería no hacerlo!
@opinionricardo

viernes, 10 de enero de 2014

¡Estado delincuente!

Ricardo Escalante
No sin asombro he visto como Nicolás Maduro trata de voltear en la opinión pública la detestable tortilla de la delincuencia que campea en Venezuela.  Los asesores cubanos han reaccionado con rapidez, para hacer creer que el aumento vertiginoso de asesinatos, asaltos, robos, violaciones y otros hechos, son provocados por sectores irracionales interesados en desprestigiar al gobierno.
Eso de decir que cada venezolano debe asumir su cuota parte de responsabilidad ante hechos criminales es cuando menos imaginativo, pero no por eso deja de ser una marrullería al estilo de los dramas de Woddy Allen en sus divertidas películas. Maduro pareciera insinuar que lo mejor es declararnos culpables de las más de 25 mil muertes violentas ocurridas en Venezuela durante el último año, y que, en consecuencia, los asesinos deberían ser considerados víctimas inocentes de una sociedad perversa. ¡Así nomás!
Foto tomada de internet
La estrategia oficialista es chapucera pero distrae a los incautos. Primero, Maduro dijo que el asesinato de la actriz Mónica Spear y su ex marido tenía visos de “sicariato” y, luego, con insólita eficiencia el gobierno dijo que la causa había sido robo.  Y mientras un atolondrado afirmó que la oposición suministraba armas a las bandas delictivas, el colofón eran la reunión de Maduro con gobernadores y alcaldes y el “retoque” del Gabinete.
Ahh, pero hay detallitos que el mandamás pasa por alto.  ¿Qué y cuántas son esas organizaciones etiquetadas con el apelativo de colectivos? ¿Quién las creó y para qué? ¿No funcionan acaso como cadenas de tráfico de drogas?  ¿Quiénes son sus integrantes?  ¿Entre ellos no hay maleantes de la calaña del convicto y confeso Valentín Santana? ¿Los colectivos no son parte de la estructura electoral del gobierno?  Las potentes armas que esos hampones utilizan provienen de Bielorrusia, Rusia, Corea del Norte e Irán, y no es difícil imaginar quién y para qué las importa. ¡Nada de eso es secreto!
Con diseño y asesoría cubana, Hugo Chávez formó una poderosa estructura paramilitar y parapolicial que con prácticas de terror, intimidación y chantaje, le dan solidez al gobierno e impunidad al delito.  Por eso, ahora nadie duda que Venezuela es uno de los países más peligrosos del mundo, tal como lo revela la tasa de muertes por hechos delictivos.  Las estadísticas hablan de 25 mil muertes durante el último año, pero esa cifra no es exacta porque hay casos de dos o más fallecidos contabilizados como si hubiese sido uno.
Otro detallito que Maduro pasa por alto es que en el desespero por concentrar el poder, el Ejecutivo castró las atribuciones y presupuestos de las gobernaciones y las alcaldías y, en consecuencia, su eficiencia ha menguado.  Hay funcionarios designados por el Presidente que actúan de manera paralela a esos organismos, que se reparten (¡sin control!) los presupuestos y generan corrupción.
En la reunión de Miraflores, Maduro habló de coordinación de la lucha contra el hampa y hasta de una ley de pacificación con sabor a reconocimiento de que, al caer en sus manos, el país entró en un estado de guerra y desolación.  Y es obvio que los opositores en el ejercicio de funciones públicas están obligados a combatir con dureza el delito, pero eso es una cosa y otra dejarse manipular por el gobierno.  En ese sentido, deberían ser enérgicos en sus protestas contra los abusos y delitos variados de altos jerarcas.  Hay, por ejemplo, bien conocidos generales de la Guardia Nacional, involucrados en narcotráfico y contrabando, amparados desde Miraflores.
Un elemento adicional que tampoco puede pasar desapercibido, es que para  sacarle provecho a la conmoción creada por el asesinato de Monica Spear y su exmarido, el mandamás dejó colar la intención de aumentar el control de los medios de comunicación, con el pretexto de que no pueden ser utilizados para estimular y promover el delito.  La oposición, entretanto, luce mediatizada por la modorra y la incapacidad.
Twitter: @opinionricardo

jueves, 2 de enero de 2014

El liderazgo de Betancourt

Ricardo Escalante
Con el paso del tiempo, Rómulo Betancourt ha adquirido dimensiones cada vez mayores como estadista, hombre de partido y, sobre todo, como ciudadano venezolano ejemplar.  Su talante democrático se proyecta aún más en la etapa aciaga que hoy vive Venezuela, caracterizada por la ausencia de liderazgos con formación intelectual y acerada capacidad para guiar a las masas. 
Los desvelos de Betancourt fueron más allá de la ambición personal porque tenía visión histórica. Fundó el partido político más importante de la historia nacional, Acción Democrática, concebido como organización policlasista, con una estructura de dirección vertical alejada del culto a la personalidad.  AD, con cinco presidentes de la República y grandes logros –venida hoy a menos porque, entre otras cosas,  ya no posee el poderoso cuerpo de dirección colegiada del pasado-, correspondía a la visión moderna de aquel hombre amante del respeto a la pluralidad de las ideas.
RB creía en la separación de poderes en la indispensabilidad de una oposición robusta, razón por la cual impulsaba nuevos liderazgos.  Cuando su popularidad y el respeto a su liderazgo eran los más elevados, en 1973 rechazó la posibilidad de ser otra vez candidato y Presidente.  Si lo hubiese querido, nadie en AD se le habría opuesto y, por supuesto, habría ganado con facilidad las elecciones de diciembre de aquel año, pero su intención era mantenerse como guía y consejero, alejado de la diatriba de todos los días.  Nunca se le ocurrió perpetuarse en el poder y, por supuesto, menos aún reformar la Constitución para permitir aberraciones de ese tipo, porque consideraba saludable la alternabilidad en el mandato.
Un aspecto que merece especial relieve es la pulcritud con que manejaba los asuntos del Estado.  La quinta “Pacairigua”, donde residía cerca de la Cota Mil, en Altamira, a su regreso de Berna, le fue regalada por contribuciones de un grupo de amigos y del partido, porque no disponía de dinero para comprarla.
En el país luchó contra movimientos insurgentes de izquierda patrocinados desde La Habana por Fidel Castro, y derecha, auspiciados por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Su recia personalidad no podía escapar a la controversia, que asumía como un hecho natural. Debatía con fuerza en su partido y en el país.  En la defensa de las ideas tuvo contrincantes dotados de fuerza intelectual, como Domingo Alberto Rangel y el grupo de jóvenes que al formar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) castró una generación brillante, de la cual formaban parte, entre otros, Moisés Moleiro y Américo Martín.
En los años 70, mientras yo era reportero de El Universal, lo entrevisté varias veces, sobre todo cuando se disponía a viajar al exterior y era despedido en Maiquetía por un reducido grupo de amigos y compañeros de partido.  La foto que ilustra esta nota fue tomada durante un encuentro casual que sostuvimos en uno de los pasillos de la Clínica Santiago de León, en la avenida Libertador, en Caracas, adonde acudió a un chequeo rutinario en el consultorio de un médico amigo.  Como ser humano, Betancourt no escapaba a los defectos, uno de los cuales fue anunciar de manera reiterada las memorias que nunca escribió y que utilizaba como arma contra los adversarios. También tuvo otras fallas, pero el tamaño de su obra se acrecienta por el sentido pedagógico y democrático que la envuelve.  Todas estas son cosas que vale la pena recordar.
Twitter: @opinionricardo