En
los catorce años de la Presidencia de Hugo Chávez, un abogado con buenos conocimientos
de finanzas y economía petrolera, Alí Rodríguez Araque, ha sido uno de los
protagonistas principales en el diseño y ejecución de estrategias y tácticas
políticas oficiales. Con su trato amable, lenguaje decente, larga experiencia
en el mundo de la subversión en los años 60, 70 y comienzos de los 80, ese
abogado desempeñaba un papel fundamental en las relaciones de los grupos de
ultraizquierda con el gobierno cubano.
En
el otoño de su vida y con los naturales achaques que inexorablemente lo aproximan
al retiro, Rodríguez se ha desempeñado como ministro de Energía y Minas,
Presidente de la OPEP, embajador en Cuba, ministro de Relaciones Exteriores,
ministro de Finanzas, ministro de Energía Eléctrica y secrtetario General de la
Unión de Naciones del Sur (Unasur), posiciones desde las cuales ha fungido como
defensor de la “legalidad y la pulcritud ciudadana”. En su época universitaria,
él había sentido atracción por los radicalismos de izquierda, y ponía en
práctica sus destrezas en la elaboración de artefactos explosivos rudimentarios
que eran utilizados para generar zozobra en la población, así como en lo que
con eufemismos la guerrilla llamaba “expropiaciones revolucionarias”. Los
cuerpos policiales lo sindicaban de haber planificado con los también
subversivos Douglas Bravo y Francisco Prada Barazarte, el estruendoso secuestro
(junio de 1972) de un acaudalado industrial conocido como el “Rey de la
Hojalata”, Carlos Domínguez, por cuya liberación la familia se vio obligada a
pagar cinco millones de bolívares de la época15. Para preguntarle sobre ese y otro asunto,
mientras escribía el presente libro llamé cuatro veces a Bravo -quien había
comandado varios focos guerrilleros en las montañas venezolanas-, pero sus
respuestas nunca pasaban de evasivas.
Cuando
ocurrió el secuestro de aquel industrial de avanzada edad, Rodríguez Araque,
comandante “Fausto” (contra quien llegaron a acumular 17 autos de detención por
distintos delitos), era miembro del Partido de la Revolución Venezolana-Fuerzas
Armadas de Liberación Nacional (PRV-FALN), que encabezaba Bravo, en el cual dos
grupos de guerrilleros actuaban como unidades tácticas de combate. Uno pequeño
denominado Unidad Móvil, comandado por Armando “Chino” Daza, se ocupaba de
asesinatos, asaltos y atentados terroristas, y el otro -del cual formaba parte
Alí Rodríguez Araque- asumía tareas un poco más especializadas, como traslados
de dinero y de secuestrados, propaganda y reclutamiento de jóvenes.
Los
organismos de inteligencia consideraban igualmente peligrosos a los dos grupos,
que funcionaban separadamente pero coordinaban sus actividades y se
intercambiaban participantes, dependiendo de cada caso. Entre Rodríguez Araque
y el “Chino” Daza existía una relación tan estrecha que permitía, por ejemplo,
la participación del primero en la planificación del secuestro de Domínguez y
del segundo en su ejecución del hecho. En el libro Los caminos del guerrero,
de Luis Posada Carriles (que trabajaba para cuerpos policiales venezolanos
en la lucha antiguerrillera y luego se vio involucrado en la voladura de un
avión de Cubana de Aviación, que causó numerosas víctimas), se describen estos
hechos en forma detallada y se señala que muchos asaltos a bancos y
estruendosos golpes publicitarios se realizaban con ese mismo modus operandi.
A
Daza le eran atribuidos más de diez homicidios a sangre fría, de militares,
policías y civiles en distintos hechos en varias zonas del país. Entre otros,
en marzo de 1967 fue sindicado de haber secuestrado, sometido a torturas y
matado de tres balazos por la espalda al doctor Julio Iribarren Borges, un
prominente y culto abogado que presidía el Instituto Venezolano de los Seguros
Sociales (IVSS), hermano del canciller de la época, Ignacio Iribarren Borges,
en el gobierno del presidente Raúl Leoni (1964-69); de haber acribillado al
mayor del Ejército Francisco Astudillo Suárez en diciembre de 1966; y, en mayo
de 1967, a Carlos Hernández, un funcionario de
la Policía Técnica Judicial.
Douglas
Bravo en varias oportunidades atribuyó el homicidio de Iribarren, que generó gran
indignación nacional y repudio internacional, a un terrorista de derecha
infiltrado en las guerrillas, Adolfo Meinhardt Lares. Con sus habilidades,
Meinhardt había logrado mezclarse con la guerrilla venezolana, al ser
recomendado por el temible comandante cubano “Barba Roja”, Manuel Piñeiro,
fallecido en 1998, que estaba casado con una escritora marxista chilena, Marta
Harnecker, que mucho tiempo más tarde sería admiradora, amiga y apologista de
Hugo Chávez. “Barba Roja” gozaba de la más estricta confianza de Fidel Castro y
no daba un solo paso sin su consentimiento. Como responsable del homicidio del
abogado Iribarren también había sido mencionado otro miembro del grupo
guerrillero de Douglas Bravo, Eleazar Fabricio Aristiguieta, “el loco
Fabricio”, que tenía una larga lista de antecedentes penales por delitos
comunes.
Las
versiones de que Meinhardt era doble o triple agente siempre habían circulado,
pero él sabía moverse en la cuerda floja. En una ocasión, mientras estaba preso
por el asalto a una sucursal del Banco Miranda en Caracas, durante la
administración del presidente Leoni, Meinhardt delató a los involucrados en una
“Operación Geranio” destinada a asesinar a Carlos Andrés Pérez en un
apartamento que frecuentaba en Sabana Grande, situado en el segundo piso del
edificio Galerías Venecia. Era un complot preparado por elementos de
ultraizquierda, con la participación de un teniente cubano que murió durante el
allanamiento efectuado a raíz de la delación16.
En
lo que fueron unas memorias escritas de manera farragosa, tituladas Yo, el
terrorista, 1957-196217,
Meinhardt admitía sus relaciones con militares conspiradores de derecha y con
ciertos círculos de la oligarquía, así como haber intervenido en variados
hechos desestabilizadores y haberse infiltrado en el movimiento comunista.
Entre otras cosas, él sostenía que Douglas Bravo planificaba y ordenaba
asesinatos desde las montañas y desde el exterior.
Quienes
muchos años más tarde militaron con Alí Rodríguez en la Causa R -partido de
izquierda que en las elecciones presidenciales de 1983 postuló al elitista de
derecha Jorge Olavarría-, lo describían como metódico, callado, sigiloso,
estudioso, calculador, discreto, de decisiones firmes. Claro en sus objetivos,
que siempre sabía retroceder para luego avanzar. A pesar de las contradicciones
impuestas en 1983 por el fundador de la
Causa R (Alfredo Maneiro), “Fausto” nunca se distanció completamente de la
dirigencia comunista cubana y, más adelante, en la culminación de un proceso de
luchas internas que se desarrolló en la Causa R, se alió con Pablo Medina y
otros para formar en septiembre de 1997 una nueva organización, Patria Para
Todos (PPT), que apoyaría la candidatura presidencial de Chávez en 1998.
Sus
comienzos políticos habían estado en el Partido Comunista, a cuyas guerrillas
se incorporó en los años sesenta y encontró una gran afinidad con Douglas
Bravo, jefe del Frente “José Leonardo Chirino” en la intrincada Sierra de
Falcón, en la parte occidental venezolana, donde muchos guerrilleros murieron por
mordeduras de serpientes y por enfermedades transmitidas por insectos. Cuando
Bravo fue expulsado del PCV en 1966, fundó con Rodríguez el Partido de la
Revolución Venezolana (PRV) y, posteriormente, ambos crearon otro movimiento
subversivo de escaso aliento, Tendencia Revolucionaria. Sus actividades
guerrilleras también cubrieron ciertas zonas del oriente del país durante los
años setenta, donde coordinaba actividades terroristas.
Mientras
formaba parte de la Causa R, Alí Rodríguez fue atropellado por un vehículo en
las inmediaciones de su casa en Caracas, lo que requirió una operación y
posterior tratamiento médico en Cuba. El accidente, sobre el cual corría la
especie de que podía haberse tratado de una venganza política, le dejó secuelas
en una pierna que por años lo obligarían a usar bastón.
15 Sangre,
locura y
fantasía, La guerrilla de los 60. Antonio García Ponce. Pág. 105. Editorial Libros Marcados, Caracas,
2009. Cita de Los caminos del guerrero, de Luis Posada Carriles.
16 Memorias proscritas,
Carlos Andrés Pérez. Págs. 182-183.
Libros El Nacional, colección Fuera de Serie, Caracas 2006.
Extracto del
libro Un país de culpas. Páginas 53 y 54.
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