Ricardo Escalante
Después de haber
seguido por años el curso de los acontecimientos en América Latina, la conocida
encuestadora chilena Marta Lagos asegura que a pesar de todas sus deficiencias,
la democracia llegó a la región para quedarse. Ahora ni siquiera los dictadores
quieren ser vistos como tales.
Con un discurso
rápido que frena las interrupciones usuales de un periodista, ella por momentos
formula tesis poco fáciles de digerir y de aceptar sobre el comportamiento de
la opinión pública. Así, por ejemplo, no ve el desplome de la popularidad de un
presidente como desencadenante de grandes cambios políticos. Prefiere apuntar en
otras direcciones.
La entrevista con
la fundadora de Latinobarómetro resulta impersonal, a distancia, sin vernos las
caras. Eso, por supuesto, limita la percepción de detalles que podrían hablar
más que las palabras. No se puede saber si ríe o arruga la cara, cómo viste o
se sienta. Le propuse franquear la
distancia a través de Skype pero lo rechazó sin explicaciones. Apenas exclamó:
“¡Por teléfono!” Después de una llamada de 30 ó 40 minutos le solicité algunas
fotos suyas de alta resolución para el periódico y, otra vez, dijo “¡No!”
Graduada en
economía en la universidad de Heidelberg, en Alemania, también ha tenido algo
que ver con centros académicos norteamericanos. Su empresa, con sede en Chile,
financiada por gobiernos europeos y organizaciones internacionales, anualmente
realiza un estudio de opinión pública en 18 países del Continente, con variables
políticas, económicas y sociales. El correspondiente a 2015 será publicado en
junio en Buenos Aires.
-Las encuestas en América Latina se han
prostituido porque son utilizadas como instrumentos de campaña…
-Eso es muy
conocido. Ha sido así y tiene relación con una baja en el desarrollo de la
política. Las encuestas en América
Latina son utilizadas como instrumentos de la política y no como instrumentos
para la política.
-Hay empresas que se prestan para eso, que ofrecen
resultados a satisfacción de quien paga…
-Hubo una época
en que las encuestas acertaban. Ahora, en esta parte, en la última ola
electoral han dejado de acertar debido a la atomización de partidos y a la
dispersión del voto. Cuando hay 16
candidatos, partidos nuevos o abstención, las encuestas dejan de tener
precisión. En los 40 ó 50 años siguientes a la guerra, las encuestas en Europa
eran precisas al anticipar resultados electorales, pero a partir de los años 80
eso dejó de ser así, cuando surgieron los movimientos verdes y de extrema
derecha, porque las encuestas no son buenas para medir grandes procesos de
cambio.
-Hay sobre
expectativa con relación a lo que pueden hacer las encuestas, además de la
calidad de las mismas. La política invierte en encuestas que no son robustas,
que carecen de muestras grandes, de metodología cara, lo que implica invertir en
personal calificado, entrenamiento, número de entrevistas, etc. Cito un caso: Chile, donde hacer sondeos de
calidad requiere muestras de no menos de 4 mil entrevistas. Si continuamos con encuestas como en el
pasado, con mil casos, cuando el voto era obligatorio, pues no es posible medir
nuevas realidades en las cuales 60 por ciento de la gente no vota.
-Usted habló de márgenes de error causados por la
atomización, pero en el caso venezolano eso no ocurre. Hay polarización, a
pesar de lo cual las encuestas se equivocan…
-No conozco el
problema de Venezuela. Viendo las cosas desde el exterior se puede decir que en
ese país hay una alta espiral de silencio. Quienes apoyan a la minoría no manifiestan
su intención de voto. Hay quienes quieren apoyar a la oposición pero no se
atreven a decirlo porque hay gente que ha ido a la cárcel, etc. Eso distorsiona
las encuestas y hace muy difícil obtener resultados precisos. Hay metodología para desentrañar la tendencia
de los que no responden, pero es cara y lenta. Es lo que los encuestadores
latinoamericanos no utilizan.
-La espiral de
silencio en Venezuela es tremenda. Percibí eso cuando fui a Caracas como
particular a observar la última elección de Chávez y luego la de Maduro. He
sido observadora de unas 30 elecciones y uno tiene una metodología para
determinar hechos. Esas dos elecciones
venezolanas fueron de competencia restringida, con libertades limitadas y
desbalance tremendo. Estábamos en presencia de un proceso que pretendía ser una
cosa indicativa, que tenía por lo menos una máscara.
-¿Para quiénes trabajan ustedes en Venezuela?
-Para nadie. Cada
año contratamos una empresa distinta que hace los trabajos de campo. Les
fijamos las condiciones metodológicas y después revisamos los materiales. Cambiamos empresas para evitar sesgos. Eso
permite resultados robustos. El trabajo de campo de este año se hizo entre el
15 de enero y el 15 de febrero. Ahora estamos limpiando la base de datos y
vamos a comenzar el procesamiento. Los
resultados serán publicados en junio.
-Seis meses son un largo tiempo. La opinión
pública siempre es volátil y puede tener cambios en períodos breves, lo que
hace suponer que cuando se publique ya no reflejará la realidad…
-No estoy de
acuerdo con esa afirmación. La opinión
pública va, efectivamente, con los acontecimientos, pero en cada país hay una estabilidad
bastante congruente con lo que sucede. La volatilidad no es una cosa negativa
que invalida los resultados, porque en el fondo muestra la relación entre el
acontecimiento y la opinión pública, que es lo que interesa al final de
cuentas.
-¿Cómo evalúa el caso chileno?
-Sobre eso
sabemos más porque vivimos aquí en Chile. Diría que aquí no hay sorpresas.
Desde hace mucho rato los datos vienen diciendo lo que iba a suceder.
-¿Quiere decir que se había previsto el desplome
brutal de la popularidad de la señora Bachelet?
-Usted habla en términos
coyunturales. Lo interesante no es la popularidad del Presidente, sino qué
congruencia tiene esto con la opinión pública. Durante muchos años se ha dicho
que los latinoamericanos no tenían confianza ni en las instituciones ni en la
élite. Y esa ausencia de confianza –ningún país se salva- viene a concretarse
con un acontecimiento político como el referido. Ahora, que la Presidenta
pierda 10 ó 15 puntos es apenas una anécdota, porque aquí lo que hay es un
cuestionamiento hacia quienes tienen el poder y eso incluye no solo a la
Presidenta, sino a toda la clase política: a los senadores y diputados, a los
dirigentes gremiales, a los empresarios y a los sindicalistas, a los medios de
comunicación.
-Yo discrepo. No creo que la pérdida de
popularidad de un Presidente sea irrelevante.
-Es una anécdota.
Si uno mira lo que le ocurre a Dilma Rouseff en Brasil, que ha caído a 10 ó 15
por ciento, tenemos que recordar al Presidente Toledo en Perú, que llegó a 4
por ciento y no pasó nada.
-En Venezuela eso no ha sido así. Hubo un Presidente que llegó a 14 por ciento
y terminó fuera del poder…
-Bueno, pero
entonces estamos hablando de hace 30 años. Yo hablo de tiempos presentes. Ha habido
muchos presidentes que han tenido 4 por ciento y no ha ocurrido nada, porque
los pueblos latinoamericanos –incluyendo a Honduras, que es un gran ejemplo- no
quieren dictaduras. Nadie quiere ser llamado dictador, ni siquiera los
cubanos. Los cubanos van saliendo de
ahí, con lentitud pero saliendo. Apegarse a la democracia es fundamental y, por
tanto, los golpes de Estado, si los hubiera, van a ser de un día. Hay una
demanda brutal de democracia…
-En la región hay democracias frágiles y…
-Yo no las he
calificado. Solo he dicho democracias. Las democracias son distintas vistas por
sus pueblos. Hay una visión analítica del investigador y otra de los pueblos,
que muchas veces son incongruentes. El estudio nuestro lo que muestra es la
visión de los pueblos sobre la democracia, no la visión de la élite. La visión
de la élite está súper documentada.