Ruinas y nostalgias
Ricardo
Escalante
Acostumbrados a décadas de bienestar superior al de otros
países y a protestar cada vez que los gobiernos estaban atados de manos por las
caídas del ingreso petrolero, los venezolanos no tenían idea de lo que era un
día sin papel sanitario, sin harina para las deliciosas arepas y hasta sin
medicinas. Tampoco imaginaban los asaltos con fusiles en cualquier lugar y a
cualquier hora.
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La anarquía de los motorizados en Caracas |
Los conspiradores de oficio habían hecho su trabajo desde
posiciones en las cuales era fácil desestabilizar el sistema, propiciar golpes
de Estado como la panacea para males seculares. Figuras prominentes y medios de
comunicación lo hacían con desenfado.
Los cambios se abrían paso por esa vía, a medida que la
herrumbre aflojaba los hierros institucionales de la Republica, que
luego fueron cayendo uno a uno y, así, poco a poco comenzó a notarse algo más
parecido al infierno que a ese paraíso terrenal tan anunciado por el teniente coronel
Hugo Chávez.
En las ciudades venezolanas surgían de manera progresiva
semejanzas con aquellas depauperadas de países africanos. En el holding PDVSA, gran
motor de la economía venezolana, eran inocultables los signos de agrietamiento,
de falta de mantenimiento adecuado, de pésima administración y de corrupción
desbocada. Huecos en las calles, pésimas escuelas, secuestros express, falta de
comida y autoritarismo gubernamental exacerbado.
En el mundo desarrollado lo más parecido a esa catástrofe
es Detroit, aquel portentoso aparato industrial que en la primera parte del
siglo pasado concentraba al sector automovilístico de los Estados Unidos, pero
que después fue transformándose en una urbe fantasma, insegura, triste y
melancólica, abandonada. Nadie niega que entre las imágenes de Detroit y Venezuela
hay enormes diferencias, pero en ambos casos el derrumbe es dramático y tiene
que ser entendido como una advertencia.
¿Qué es hoy Detroit? Cincuenta por ciento de desempleo;
barrios completos desiertos, sin agua, sin electricidad, sin un policía que los
recorra. El centro de la ciudad es inseguro incluso en las horas de mayor movimiento.
Las otrora deslumbrantes fábricas de vehículos convertidas en espacios fríos,
llenos de polvo, vidrios rotos por maleantes. En lo que eran lujosos edificios
de oficinas y hoteles no hay un alma. La
gente se fue y, después de haber tenido más de 2 millones de habitantes en los
años 50, ahora es un nostálgico lugar con menos de 700 mil y continúa
decreciendo. ¡Algo dramático!
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El legendario estadium de los Tigres de Detroit, en la gloria y después Foto copiada del blog Jot Down |
Claro, ni Caracas ni otras ciudades venezolanas están
vacías. Por el contrario, crecen pero lo hacen en forma desordenada. En ellas se respira
la descomposición que prevalece en la industria petrolera nacional, aunque por
fortuna todavía sigue produciendo petrodólares pero de manera insuficiente y el
país continúa endeudándose. Reina el caos y la desesperanza.
Hay cerros a los cuales no entran siquiera pelotones
armados de la policía. Cuando se atreven son repelidos por el hampa, que manda a su antojo y lo
hace en nombre de una pretendida revolución. Los trabajadores y amas de casa
que allí habitan, tienen que pagar “cuotas de protección” a bandas denominadas “colectivos”,
formadas por traficantes de drogas y policías inmorales.
El precio del petróleo en los mercados internacionales se
ha mantenido por encima de los cien dólares por barril en los últimos tres
años, pero aún así el dinero es insuficiente por razones que comprometen la responsabilidad y capacidad de los funcionarios gubernamentales. ¡Hasta para el papel sanitario escasea!
La gente se va de Detroit y quedan apenas reminiscencias de la
época esplendorosa. De igual manera, de Venezuela se van oleadas de jóvenes profesionales y técnicos
especializados que posiblemente nunca volverán. Emigran porque no hay ni empleo, ni seguridad, ni comida. El mismo gobierno dio el gran
empujón inicial, cuando de golpe y porrazo despidió veinte mil profesionales,
técnicos y obreros especializados, que antes eran símbolo de la eficiencia de
PDVSA. Después hizo expropiaciones, apoyó invasiones, persiguió…
Uno de aquellos despedidos y humillados, es ahora un privilegiado porque trabaja para la
NASA en un cargo importante y muchos otros han logrado empleos en empresas
sólidas, mientras el gobierno de Nicolás Maduro está entrampado en su ineptitud
y corrupción descomunales.
En Detroit, entretanto, se notan algunos movimientos y
grupos musicales que pudieran llegar lejos. Son de calidad. La célebre discográfica
Motown de los años 50 y 60 ya no está, también se marchó, pero allí quedaron cuando menos
las semillas de esa música sublime descrita por algunos como “de negros para
blancos”. Desde algunos bares, el blues sublime todavía sacude a Detroit.