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jueves, 16 de julio de 2015

Pasión Nobel

Ricardo Escalante
En portadas de revistas color rosa
En la vida privada del hombre público siempre hay aspectos que despiertan curiosidad y siempre habrá encumbrados que fracasen en el intento de perpetuar secretos, tal como una vez le ocurrió a Bill Clinton mientras era todo poderoso, al sucumbir a enredos nunca bien satisfechos con aquella gordita Mónica Lewinsky de ciertos encantos. Es la atracción y el peligro de lo prohibido.

Aunque son casos con diferencias substanciales, algo así acaba de sacudir la vida de ese intelectual de solidez matrimonial cuasi envidiable llamado Mario Vargas Llosa, quien con arrestos de adolescente desafía los convencionalismos sociales y se pone a punto de caramelo para una disputa económica de múltiples aristas. Él, así, decidió entregarse al fuego ardiente sin miramiento alguno. Luce como niño con juguete nuevo, acepta fotos en brazos de la experimentada Isabel Preysler, viaja y baila con ella porque todo “va muy bien”.

Es una pasión incubada en un período corto o largo. Nadie lo sabe o, mejor, solo ellos lo saben. Las revistas del corazón especulan que la prima-esposa lo intuía o había sido informada por el escritor, pero lo cierto es que cuando el escándalo estalló él trató de insinuar que estaba separado desde hacía tiempo.  Con su artilugio verbal dosificaba la verdad al no suministrar detalles sobre la relación fruto de infidelidad, pero fue una dosificación de pocos días.

Yo, poco maniqueo en asuntos de amor, nada tengo que criticarle a Vargas Llosa. Todo lo contrario, solo puedo desearle un mundo de placer con la elegante y vistosa señora Presley, e imagino que, como es lógico suponer, los poderosos agentes de Pfizer y de Lilli ahora se enfrascarán en una encarnizada batalla por tocar a su puerta con aportes inspiradores.

Y no es difícil pensar que el oportunismo pacato de algunos se desatará para tratar de descalificar el compromiso del escritor con la defensa de valores democráticos y de condena firme a los regímenes autocráticos. Por eso, me declaro entre quienes oran porque  los amores con la señora Preysler sean fértiles para nuevas obras literarias y, así como una vez leí con deleite La tía Julia y el escribidor, hoy me siento con derecho a esperar el instante de ver “después de mi prima Patricia” o algo por el estilo. ¡Admiro a Vargas Llosa!

jueves, 2 de julio de 2015

Pedro Llorens

Ricardo Escalante
Pedro Llorens ya no será el ejemplo vivo para nuevos periodistas, pero no será olvidado porque muchos vieron sus actuaciones y aprendieron algo esencial: El periodismo desafía al poder y significa abandono de ambiciones individuales.

Claro, debemos admitir que hay quienes con desenfado buscan lo contrario: figuración, ascenso social, riqueza y compromisos con el establecimiento. Pedro era distinto porque había tenido la enseñanza de su padre, el filósofo Rodolfo Llorens, y de ese ilustre forjador de ciudadanos don Pedro Grases. Se había labrado quimeras en esa izquierda de los años 60 que con sus bandazos y torceduras decepcionó a tantos, ante a la cual marcó distancias sin abjurar a sus principios.

En la búsqueda constante no se sentía dueño de la verdad absoluta. No era un apóstata. Entendía el periodismo como el instrumento indispensable para combatir injusticias: Denunciaba abusos policiales, irregularidades públicas y privadas, estafas a la moral y a los derechos colectivos.  Todo con ecuanimidad y sustento, sin ser uno de esos denunciadores de oficio a quienes siempre se les ve la manga. Más allá de su columna estaba la lucha interna en el periódico.

Una de sus premisas era (como debe ser) la desconfianza ante la primera versión oficial, hasta hurgar y llegar a la verdad. Sabía que el poder -sobre todo en autocracias y en el militarismo- tiende a torcer los hechos y que el periodista
está obligado a ser honesto al investigar en cualquier terreno, con equilibrio. Por eso reclamaba el acceso amplio a todas las fuentes posibles y a los reporteros les exigía la verificación y el contraste de la información.

Esa práctica es la que, por supuesto, ha dado grandeza a otros periodistas y medios en distintas partes del mundo. Por eso, Ben Bradlee se transformó en una catedral del periodismo en aquella terrible lucha frente al gobierno corrupto de Richard Nixon en Estados Unidos, e inspiró la autoridad sin precedentes de The Washington Post en el mundo de los medios. Defendió a capa y espada a sus reporteros, que terminaron por defenestrar a ese poderoso Presidente que en la calle llamaban “tricky Dicky”, lo que en pocas palabras quería decir “Nixon tracalero”.  Por eso, aunque Pedro Llorens ya no exista el desafío periodístico tendrá que continuar.

Nota: artículo publicado por El Universal el 2-7-2015