En portadas de revistas color rosa |
En la vida
privada del hombre público siempre hay aspectos que despiertan curiosidad y siempre
habrá encumbrados que fracasen en el intento de perpetuar secretos, tal como una
vez le ocurrió a Bill Clinton mientras era todo poderoso, al sucumbir a enredos
nunca bien satisfechos con aquella gordita Mónica Lewinsky de ciertos encantos.
Es la atracción y el peligro de lo prohibido.
Aunque son casos
con diferencias substanciales, algo así acaba de sacudir la vida de ese
intelectual de solidez matrimonial cuasi envidiable llamado Mario Vargas Llosa,
quien con arrestos de adolescente desafía los convencionalismos sociales y se
pone a punto de caramelo para una disputa económica de múltiples aristas. Él,
así, decidió entregarse al fuego ardiente sin miramiento alguno. Luce como niño
con juguete nuevo, acepta fotos en brazos de la experimentada Isabel Preysler, viaja
y baila con ella porque todo “va muy bien”.
Es una pasión
incubada en un período corto o largo. Nadie lo sabe o, mejor, solo ellos lo
saben. Las revistas del corazón especulan que la prima-esposa lo intuía o había
sido informada por el escritor, pero lo cierto es que cuando el escándalo
estalló él trató de insinuar que estaba separado desde hacía tiempo. Con su artilugio verbal dosificaba la verdad
al no suministrar detalles sobre la relación fruto de infidelidad, pero fue una
dosificación de pocos días.
Yo, poco maniqueo
en asuntos de amor, nada tengo que criticarle a Vargas Llosa. Todo lo
contrario, solo puedo desearle un mundo de placer con la elegante y vistosa señora
Presley, e imagino que, como es lógico suponer, los poderosos agentes de Pfizer
y de Lilli ahora se enfrascarán en una encarnizada batalla por tocar a su
puerta con aportes inspiradores.
Y no es difícil
pensar que el oportunismo pacato de algunos se desatará para tratar de
descalificar el compromiso del escritor con la defensa de valores democráticos
y de condena firme a los regímenes autocráticos. Por eso, me declaro entre
quienes oran porque los amores con la
señora Preysler sean fértiles para nuevas obras literarias y, así como una vez
leí con deleite La tía Julia y el escribidor, hoy me
siento con derecho a esperar el instante de ver “después de mi prima
Patricia” o algo por el estilo. ¡Admiro
a Vargas Llosa!