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miércoles, 12 de agosto de 2015

¡Vaya mujeres!

Ricardo Escalante
Hace pocas semanas hubo comentarios e informaciones en las cuales se presentaba a Angela Merkel como responsable de la debacle económica griega, cuando ella en realidad defendía la postura de un pueblo con formidable capacidad para resurgir de las cenizas y colocarse con esfuerzo e inteligencia en la cúspide del desarrollo. ¡Así de sencillo!

Merkel no llegó al poder como cuota femenina. Lo hizo con un liderazgo firme, inteligente y con habilidad para interpretar el sentimiento de su partido y de su pueblo, al competir con hombres bien formados y experimentados. ¿Por qué entonces achacarle el desastre del populismo chatarrero de Tsipras y de un partido corrupto de Grecia? ¡Por demagogia!

No se puede olvidar que el Plan Marshall fue esencial para reconstruir a Europa y sobre todo a Alemania en instantes en que el totalitarismo estalinista avanzaba con su máquina destructora, pero los alemanes demostraron eficiencia y honestidad en la administración de aquellos recursos y pronto se levantaron.  Y después, cuando muchos imaginaron que la unión sería un lastre para Alemania del Oeste, porque la del Este estaba en ruinas, volvieron a exhibir su potencial de desarrollo.


Mis lectores tal vez piensen ahora en la señora Thatcher y recuerden el chiste de por qué ella usaba faldas largas. Claro, por eso no se arredró ante la furia nacionalista de aquel dictador argentino Galtieri que se sentía capaz de aplastar militarmente a los británicos. ¡Una locura! Thatcher no solo demostró coraje para la guerra, sino también capacidad para impulsar el avance económico, cultural y social de Gran Bretaña y, por cierto, ella tampoco llegó al poder como cuota feminista.

Un rasgo común de esas señoras es la convicción de que el desarrollo exige imaginación, convivencia, impulso a la libre iniciativa, pulcritud y tolerancia, y nunca expropiaciones, cárcel para los disidentes o saqueos promovidos desde el poder. ¡Por eso a nadie se le ha ocurrido calificarlas de corruptas!

Caso distinto ha sido Dilma Rouseff, quien llegó a la presidencia de Brasil en hombros del cuestionado Lula Da Silva, y lidera un gobierno rico en escándalos que minan la salud de la democracia en ese país de enormes contradicciones.  Ese Lula es el mismo que sin estornudar defendía la supuesta condición democrática de Hugo Chávez a cambio de jugosos contratos para Odebrech. El prestigio de Dilma ahora rueda por el suelo… ¡Vaya mujeres!

sábado, 1 de agosto de 2015

Tiempo perdido

Ricardo Escalante
El hado de los tiempos es tan asombroso como la velocidad de su paso. Mis pocos y fieles lectores se preguntarán a cuento de qué vengo con esta jerigonza cuando en el país ni siquiera hay arepas, pero trataré de explicarme en 2300 caracteres.

Me anima el relumbrante Informe ordenado hace casi 3 décadas por la ONU sobre la crisis de la comunicación y la información, elaborado por 16 ilustres ciudadanos de la Tierra, entre quienes estaba el portentoso García Márquez, ya obnubilado por Fidel Castro. Los sabios, encabezados por el Premio Nobel Sean MacBride, esbozaron los puntos esenciales pero fallaron al plantear el debate como el yugo de las naciones poderosas contra las pobres y al atribuir la responsabilidad principal a las grandes agencias de la información.

¡Qué cosas! Se equivocaron al irse por las ramas sin descargar las culpas en las realidades contrariadas de cada país, es decir, en la ausencia de instituciones sólidas e independientes de las democracias que nunca fueron. El Informe, que se conoció como MacBride, parecía milagroso pero no pisó con fuerza el callo a esos gobiernos autoritarios del Tercer Mundo que detestan las discrepancias, aunque claro, tampoco se podía ignorar que líderes populistas y pretensiones de dominio siempre ha  habido en el Primer Mundo.

El grupo proponía un equilibrio entre las leyes internas de cada país y el derecho internacional para democratizar la información, así como el respeto efectivo de los derechos humanos -para lo cual es primordial la misión de los medios de comunicación-, y advertía que éstos no existirían sin el reconocimiento de la libertad de expresión.

También defendía la necesidad de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, para lo cual había que eliminar el desequilibrio entre los países desarrollados y los subdesarrollados.  El enfoque elaborado con una verdad parcial condujo al fracaso del debate en la Unesco, mientras MacBride sufrió mella en su credibilidad y terminó fuera del organismo internacional.

Con aquello se demostró que la inteligencia también se equivoca, y que una orientación más racional del Informe tal vez habría generado avances que ahora nos facilitarían la lucha eficiente contra los regímenes despóticos y hambreadores que tanto abundan. ¡Qué lástima!