Hace pocas
semanas hubo comentarios e informaciones en las cuales se presentaba a Angela
Merkel como responsable de la debacle económica griega, cuando ella en realidad
defendía la postura de un pueblo con formidable capacidad para resurgir de las
cenizas y colocarse con esfuerzo e inteligencia en la cúspide del desarrollo.
¡Así de sencillo!
Merkel no llegó
al poder como cuota femenina. Lo hizo con un liderazgo firme, inteligente y con
habilidad para interpretar el sentimiento de su partido y de su pueblo, al
competir con hombres bien formados y experimentados. ¿Por qué entonces
achacarle el desastre del populismo chatarrero de Tsipras y de un partido
corrupto de Grecia? ¡Por demagogia!
No se puede
olvidar que el Plan Marshall fue esencial para reconstruir a Europa y sobre
todo a Alemania en instantes en que el totalitarismo estalinista avanzaba con su
máquina destructora, pero los alemanes demostraron eficiencia y honestidad en
la administración de aquellos recursos y pronto se levantaron. Y después, cuando muchos imaginaron que la unión
sería un lastre para Alemania del Oeste, porque la del Este estaba en ruinas,
volvieron a exhibir su potencial de desarrollo.
Un rasgo común de esas señoras es la convicción de que el desarrollo exige imaginación, convivencia, impulso a la libre iniciativa, pulcritud y tolerancia, y nunca expropiaciones, cárcel para los disidentes o saqueos promovidos desde el poder. ¡Por eso a nadie se le ha ocurrido calificarlas de corruptas!
Caso distinto ha
sido Dilma Rouseff, quien llegó a la presidencia de Brasil en hombros del
cuestionado Lula Da Silva, y lidera un gobierno rico en escándalos que minan la
salud de la democracia en ese país de enormes contradicciones. Ese Lula es el mismo que sin estornudar
defendía la supuesta condición democrática de Hugo Chávez a cambio de jugosos
contratos para Odebrech. El prestigio de Dilma ahora rueda por el suelo… ¡Vaya
mujeres!