Ricardo Escalante
Hay nombres
imborrables y el de Alfredo Di Stefano es uno de esos. No solo por las hazañas deportivas que lo
convirtieron en ejemplo para muchas generaciones de jóvenes del mundo entero,
sino también por esa admirable madera humana que lo llevó a perdonar a quienes
lo secuestraron con el único propósito de hacerse conocidos en el escenario
internacional.
En el preciso
instante de sus grandes éxitos, el astro del Real Madrid fue capturado en el
hotel Potomac, en San Bernardino, en Caracas, a las 6 de la mañana del sábado
24 de agosto de 1963, por un comando de nueve guerrilleros urbanos que intentaban
desestabilizar el gobierno venezolano del presidente Rómulo Betancourt.
Aquel fue un
secuestro de apenas tres días que significó un impacto publicitario muy grande
para la subversión venezolana, sobre lo cual casi todo se ha dicho y repetido
hasta la saciedad. Di Stefano, apodado
la “Saeta rubia, contó y repitió su versión en innumerables entrevistas
periodísticas y hubo también, por supuesto, la parte policial. Después el
guerrillero “Maximo Canales” (Paúl del Río) ha hecho su narración edulcorada. Pero hubo aspectos que nunca salieron a la
luz pública porque ni la policía ni Di Stefano los sabían, y “Canales” nunca
los reveló porque no le convenía.
El supuesto
comandante “Canales” era apenas un joven inconforme de 20 años, sin ninguna
formación especial y menos aún curtido en política o en las actividades
guerrilleras. Estaba ahí, pero era
apenas un muchacho que seguía instrucciones y era utilizado como “fachada” de
aquel movimiento subversivo entre cuyos jefes estaban Domingo Alberto Rangel,
Simón Sáez Mérida y muchos más, que por razones estratégicas mantenían su bajo
perfil.
A “Canales” lo
sentaron frente al deportista con una ametralladora entre las piernas y le
tomaron la fotografía que le dio la vuelta mundo. Fue apenas el escogido para
actuar como “fachada”. Luego, tanto Rangel como Sáez Mérida redactaron algunas
declaraciones que atribuyeron a ese personaje salido de la nada en quien los
periodistas creían ver un ideólogo y protagonista de los alzados en armas, pero
en cuyo cerebro se escondía muy poco. La publicidad hizo que “Canales” ya no
pudiera estar en Caracas porque en cualquier parte sería reconocido y apresado,
razón por la cual los jefes tomaron la decisión de trasladarlo a uno de los
frentes de lucha en las montañas.
Poco tiempo
después el joven inexperto comenzó a dar muestras de debilidad emocional. No
estaba preparado ni física ni mentalmente para hacer frente a la realidad de la
lucha en un ambiente cargado de insectos, ofidios letales, falta de alimentos,
y desplazamientos y entrenamientos militares diarios. Para la guerrilla pasó a ser entonces un
obstáculo, razón por la cual fue llevado a La Habana.
Casi todos los integrantes
del comando eran miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, ex
adecos, que actuaban en lo que se llamó FALN, combinados con algunos que
provenían del Partido Comunista. Domingo
Alberto Rangel venía de ser una de las figuras principales del partido del
presidente Betancourt, con sólido bagaje intelectual y político, pero con esa falla
de la vehemencia que siempre lo acompañó. El profesor Sáez Mérida había sido
nada más y nada menos que secretario general de Acción Democrática en la
clandestinidad, y con los años se dedicó a la docencia universitaria y dirigió
la revista Al margen, medio de
expresión de sectores de la izquierda radical.
“Canales” se
dedicó a las artes plásticas, pasó un tiempo preso y se arrimó al chavismo,
donde obtuvo el cargo de director de un “museo” en la vieja edificación del
Cuartel San Carlos. Nadie supo que él hubiera cosechado al menos una idea
propia, ni siquiera como artista plástico. Lo único conocido de él es la famosa
fotografía y esa cosa pesada, sin calidad artística, que parece una mano
invertida, colocada en la avenida Libertador de Caracas frente a Pdvsa y a la
Torre Las Delicias, donde el ex presidente Carlos Andrés Pérez tuvo su oficina
particular.
La leyenda del
fútbol que fue Di Stéfano no tenía por qué enterarse de todos esos detalles
porque ni era venezolano ni le interesaba la política latinoamericana. Lo suyo era el deporte y lo hizo de manera
ejemplar. Demostró finas cualidades
humanas, carecía de rencores y era tan amplio que hasta entendió el secuestro
como lo que fue: una acción de mera naturaleza política y publicitaria.