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martes, 8 de julio de 2014

Di Stéfano, la otra parte del secuestro

Cuando el astro del Real Madrid fue capturado por la guerrilla en Caracas, “Máximo Canales” apareció como el gran estratega y ejecutor de un impacto publicitario bien calculado.  Pero la verdad verdadera era otra…


Ricardo Escalante
Hay nombres imborrables y el de Alfredo Di Stefano es uno de esos.  No solo por las hazañas deportivas que lo convirtieron en ejemplo para muchas generaciones de jóvenes del mundo entero, sino también por esa admirable madera humana que lo llevó a perdonar a quienes lo secuestraron con el único propósito de hacerse conocidos en el escenario internacional.

En el preciso instante de sus grandes éxitos, el astro del Real Madrid fue capturado en el hotel Potomac, en San Bernardino, en Caracas, a las 6 de la mañana del sábado 24 de agosto de 1963, por un comando de  nueve guerrilleros urbanos que intentaban desestabilizar el gobierno venezolano del presidente Rómulo Betancourt.

Aquel fue un secuestro de apenas tres días que significó un impacto publicitario muy grande para la subversión venezolana, sobre lo cual casi todo se ha dicho y repetido hasta la saciedad.  Di Stefano, apodado la “Saeta rubia, contó y repitió su versión en innumerables entrevistas periodísticas y hubo también, por supuesto, la parte policial. Después el guerrillero “Maximo Canales” (Paúl del Río) ha hecho su narración edulcorada.  Pero hubo aspectos que nunca salieron a la luz pública porque ni la policía ni Di Stefano los sabían, y “Canales” nunca los reveló porque no le convenía.

El supuesto comandante “Canales” era apenas un joven inconforme de 20 años, sin ninguna formación especial y menos aún curtido en política o en las actividades guerrilleras.  Estaba ahí, pero era apenas un muchacho que seguía instrucciones y era utilizado como “fachada” de aquel movimiento subversivo entre cuyos jefes estaban Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida y muchos más, que por razones estratégicas mantenían su bajo perfil.

A “Canales” lo sentaron frente al deportista con una ametralladora entre las piernas y le tomaron la fotografía que le dio la vuelta mundo. Fue apenas el escogido para actuar como “fachada”. Luego, tanto Rangel como Sáez Mérida redactaron algunas declaraciones que atribuyeron a ese personaje salido de la nada en quien los periodistas creían ver un ideólogo y protagonista de los alzados en armas, pero en cuyo cerebro se escondía muy poco. La publicidad hizo que “Canales” ya no pudiera estar en Caracas porque en cualquier parte sería reconocido y apresado, razón por la cual los jefes tomaron la decisión de trasladarlo a uno de los frentes de lucha en las montañas.

Poco tiempo después el joven inexperto comenzó a dar muestras de debilidad emocional. No estaba preparado ni física ni mentalmente para hacer frente a la realidad de la lucha en un ambiente cargado de insectos, ofidios letales, falta de alimentos, y desplazamientos y entrenamientos militares diarios.  Para la guerrilla pasó a ser entonces un obstáculo, razón por la cual fue llevado a La Habana.

Casi todos los integrantes del comando eran miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, ex adecos, que actuaban en lo que se llamó FALN, combinados con algunos que provenían del Partido Comunista.  Domingo Alberto Rangel venía de ser una de las figuras principales del partido del presidente Betancourt, con sólido bagaje intelectual y político, pero con esa falla de la vehemencia que siempre lo acompañó. El profesor Sáez Mérida había sido nada más y nada menos que secretario general de Acción Democrática en la clandestinidad, y con los años se dedicó a la docencia universitaria y dirigió la revista Al margen, medio de expresión de sectores de la izquierda radical.

“Canales” se dedicó a las artes plásticas, pasó un tiempo preso y se arrimó al chavismo, donde obtuvo el cargo de director de un “museo” en la vieja edificación del Cuartel San Carlos. Nadie supo que él hubiera cosechado al menos una idea propia, ni siquiera como artista plástico.  Lo único conocido de él es la famosa fotografía y esa cosa pesada, sin calidad artística, que parece una mano invertida, colocada en la avenida Libertador de Caracas frente a Pdvsa y a la Torre Las Delicias, donde el ex presidente Carlos Andrés Pérez tuvo su oficina particular.

La leyenda del fútbol que fue Di Stéfano no tenía por qué enterarse de todos esos detalles porque ni era venezolano ni le interesaba la política latinoamericana.  Lo suyo era el deporte y lo hizo de manera ejemplar.  Demostró finas cualidades humanas, carecía de rencores y era tan amplio que hasta entendió el secuestro como lo que fue: una acción de mera naturaleza política y publicitaria.