Páginas

sábado, 14 de enero de 2012

El policía bueno


Alejandro Izaguirre estuvo por muchos años en la primera fila dirigente de Acción Democrática y del país, aunque en realidad era esquivo o tal vez tímido a la hora de las apariciones públicas. Más que un dirigente era un estratega político que prefería actuar al margen de las cámaras de televisión, de las ruedas de prensa y todavía más de las tarimas.


Lo conocí y comencé a tratarlo en los años 70, mientras se desempeñaba como secretario nacional de organización de Acción Democrática y era, como fue por muchos años, Senador por su estado, Carabobo, y miembro de la Comisión de Defensa del Senado. A partir de entonces, a medida que nuestra amistad crecía, comprendí la razón de ser de su distancia frente a los medios de comunicación: su cultura universal y el prolongado roce político y social no lograban vencer el pavor escénico. Siempre estaba al tanto de cuanto ocurría y participaba decididamente en la búsqueda de soluciones.


De profunda fe católica, era amigo de religiosos de todas las tendencias. Vivió la dura época de las guerrillas y de las conspiraciones de derecha, pero tal vez podría decirse que él combatía todo lo que oliera a subversión, sin llegar a odiar a nadie. Creía y cultivaba el entendimiento como forma de alcanzar la paz sin necesidad de recurrir a la aniquilación, lo que explicaba el origen de amistades que a veces estaban en los extremos. Hubo tiempos en que el temible Pedro Estrada, el hombre de mano de hierro en el régimen de Pérez Jiménez, y también figuras de la extrema izquierda, levantaban el teléfono para saludar a ese “policía” que en realidad nada tenía de policía. Y eso ocurría a pesar de haber sentido los rigores de la persecución en la dictadura y también la ola de atentados de la subversión.


Era un hombre bueno y honrado que por esas cosas de la vida se vio en el torbellino de “El Caracazo” cuando apenas tenía unos días en el ministerio de Relaciones Interiores, y después se vio injustamente sometido a juicio por el caso de la partida secreta. Con su honestidad, su carácter a veces ácido y con un amplio espíritu democrático que ahora escasea, Alejandro Izaguirre atravesó las dificultades con dignidad y pasó los últimos años en Valencia, leyendo, con su familia y algunos amigos. Izaguirre quería lo mejor para su país.


Ni el decanato de Derecho de la Universidad de Carabobo, ni el Instituto Agrario Nacional, ni la Secretaría General, ni el Congreso de la República, cambiaron la naturaleza de su carácter modesto y amistoso. El roce con personalidades fuertes y a veces enfrentadas, como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez, nunca lo sacó de la ecuanimidad.