Ricardo
Escalante
Para recordar
detalles de lo ocurrido en Chile en la etapa previa al golpe de Estado de
septiembre de 1973, apelo a Camino recorrido, memorias de un soldado,
de ese malévolo personaje que fue Augusto Pinochet Ugarte. Las había leído en 1991. Ahora me interesan de manera especial los
tomos I y II, que contienen la versión del déspota sobre el alzamiento y los
comienzos de su implacable dictadura.
¿Y por qué acudo
a esa publicación y no a otra, de algún reconfortante soñador democrático? Pues
porque veo que no escasean quienes tratan de reivindicar aquel régimen de
fuerza, y porque al mismo tiempo noto que en Venezuela existen algunos que
imploran una rápida acción militar de derecha para ponerle coto al caos
imperante. ¡Peligrosas insensateces!
Claro, tienen
razón quienes en Venezuela dicen que la situación ya es insufrible, pero no se
han paseado por otras posibilidades, como respaldar un liderazgo opositor
sólido, bien formado y con cojones. Sin esas actitudes bobaliconas de cachucha
tricolor que siembran desconcierto. Se requiere un liderazgo con ideas para
sacar el país de las cenizas morales y económicas inculcadas por los hermanos Fidel
y Raúl Castro.
Algunos amigos
tanto de Caracas como del interior del país, me han dicho en las últimas
semanas que la vía cuartelaria parece inevitable, pero no echan un vistazo a las
terribles experiencias que plagan la historia latinoamericana y que, por
ejemplo, en el caso particular de Chile nos recuerdan que hubo incluso políticos
que le facilitaron las cosas a Pinochet. Ese vanidoso incorregible que era
Eduardo Frei Montalva, líder de la Democracia Cristiana, creía que los
militares defenestraban a Allende para depositar en sus manos el poder. En dos partes de las memorias, el autócrata
narra con desprecio las insistentes llamadas telefónicas de Frei para ponerse a
la orden “para lo que necesitaran”.
El dictador
describía en términos dramáticos el ambiente creado por Salvador Allende:
“Con el aumento
del circulante y del gasto fiscal y con los precios controlados, los chilenos
hacían mayores gastos, que obedecían a un poder de compra ficticio… Como el
país no tenía respaldo para esa emisión descontrolada ni los comerciantes
reponían sus artículos, pronto sufrimos las consecuencias del exceso de consumo
y se dilapidaron las reservas monetarias. Luego aparecieron la escasez y las
estrecheces… Los empresarios perdían dinero. Por tanto, no tenían mayor interés
en fabricar o distribuir… Simultáneamente comenzó a crecer el más desmedido
mercado negro… Vino una interminable
cadena de robos”…
A eso se sumaban
el aumento de la inseguridad individual y colectiva, expropiaciones sin
sentido, invasiones de la propiedad privada, bandas armadas afectas al régimen
que hacían y deshacían, mientras el Presidente se colocaba por encima de la
Constitución y las leyes, vale decir, imperaba la anarquía. Ahora bien, de la
lectura de las memorias de Pinochet se desprende que no fue esa la causa única
del golpe de Estado. No. Sus planes conspirativos se habían iniciado antes de
la asunción de Allende a la silla presidencial, porque Pinochet era un militar con
desbocada ambición de poder. Él mismo va
desgranando poco a poco la estrategia que siguió, fundamentada en una lucha
visceral contra todo aquello que tuviera tufo comunista.
Él se presenta en
el texto como un militar no incondicional al Presidente, a quien se refiere
hasta con asco. Le rendía pleitesía y lo detestaba. Relata a su manera cómo
utilizaba subterfugios supuestamente institucionales para sortear las
instrucciones presidenciales. Andaba a la caza del mando y para eso había creado
una logia de generales, a varios de los cuales evitó que se les pasara a retiro
porque estaban comprometidos con su objetivo.
Dice haber
ayudado al general Carlos Prats para que saliera del país y reproduce una carta
en la cual éste así lo reconoce sin renunciar a su dignidad. Después, por
supuesto, los hechos demostraron que la policía política pinochetista cumplió
la tarea de asesinarlo en Buenos Aires, cosa que también ocurrió con otras
figuras como el ex canciller Orlando Letelier. El ensañamiento de Pinochet con
Letelier había llegado al extremo de despojarlo de su nacionalidad. La lista de
asesinatos, desaparecidos, torturados y expulsados del país, fue interminable
en aquellos 17 años de terror, que ahora algunos defienden como la época de la
prosperidad y la tranquilidad.
En la parte final
del primer tomo, Pinochet hace una relación minuciosa de una oportunidad en la
cual Allende lo sometió a un absurdo interrogatorio porque había sospechas de
sus andanzas conspirativas. Lo interrogó en un show cómico pero no lo
investigó. Pinochet dice que el día
anterior había pasado 15 horas con otros oficiales en la Academia de Guerra,
organizando lo que tendría que ser la acción certera y artera contra el
gobierno.
Fragmentos sin desperdicio
Aunque el episodio es largo,
la elocuencia justifica la transcripción parcial de una anécdota del dictador:
“Al bajarme del
vehículo observé mucho movimiento y me topé con el comunista Toro, subdirector
de investigaciones, y más adelante encontré cerca de la puerta principal a
Corvalán, que estaba junto con Flores y Letelier, quienes me hicieron pasar y
observaron cuando entregué la pistola de servicio. Mi angustia se hizo más
intensa al encontrar que la dependencia se había transformado en una verdadera
sala de tribunal, como si fuera a iniciarse un juicio. Letelier me indicó que me sentara en un sofá
que se ubicaba mirando al público, donde ya se encontraban instalados los
personajes U.P. (de la Unidad Popular)
en sillas y sillones, enfrentando al sofá en que me acomodé. Mantuve el aplomo
y solo atiné a pensar “es el fin”, pero me dije muchas veces: “Ahora, Augusto,
calma y tranquilidad”.
“Permanecía
sentado en el sillón, que bien podía llamarse de los acusados, cuando un
general entró a la sala. Era un compañero de armas en quien siempre tuve
confianza, pese a que no faltaba quien lo señalara como amigo de Allende.
“Allende aún no
había entrado a la sala. Ésta estaba llena y todos habían tomado asiento.
Minutos más tarde apareció Allende por una puerta lateral. Su aparición fue
espectacular. Era Mefistólefes entrando al infierno. Se presentó de una manera
que no olvidaría aunque viviera cien años.
Vestía traje oscuro, llevaba un gorro de astracán. Envolvía su
vestimenta una capa azul-negro con forro rojo sangre y un gran cuello de piel.
Bien se diría que Satanás había llegado a la reunión. Los asistentes se
pusieron de pie para saludarlo. Yo también. En ese instante alcancé a ver que
detrás de él y de la puerta estaba el siniestro director de investigaciones
“Coco” Paredes. La presencia del tenebroso Paredes ya no me dejó dudas de que
había llegado a mi fin, pero mi mente repetía sin cesar: “Sangre fría, Augusto,
calma y más calma”.
“
Después de
saludar con una inclinación de cabeza, Allende se dirigió a mí y con voz suave
me hizo una serie de preguntas, todas de rigor, que abarcaron varios asuntos.
Desde hacía tiempo yo había estudiado las características personales de
Allende, y había captado que nunca hacía en forma directa aquella pregunta cuya
respuesta le interesaba, sino que la formulaba incidentalmente en un grupo de
materias. Esa noche pude comprobar mi aserto, pues me preguntó sobre temas
generales y, entre ellos, sobre mi trabajo
de esos días. En forma rápida fui respondiendo. Cuando se refirió a lo
que había realizado en esos días, le manifesté que se estaban tornando muy
pesados debido al exceso de trabajo. A continuación estimé que debía aclarar el
fondo de la pregunta y aclaré que ese día había asistido a la Academia de
Guerra para conocer un “juego de guerra de seguridad” que se estaba preparando,
al que él iba a ser especialmente invitado. Después del interrogatorio, que
duró alrededor de treinta minutos, se inició una conversación sobre la acción
terrorista de derecha que llevaban a efecto los oligarcas enemigos del gobierno”...
Pinochet luego
dice haber expresado: “Presidente,
quiero comprender sus problemas e inquietudes, pero deseo que le quede claro
que yo no soy el general (Vicente) Rojo*.
Mi deber como soldado es tranquilizar al país e impedir cualquier
desmán. La respuesta del señor Allende fue: “Lógico, general, yo así lo creo
también” …“La pregunta
clave que me dirigió fue sobre mi actividad de ese día, pues las otras nada
significaban, para ver si había algo que dudar
…Si no me hubiese referido a mi permanencia en la Academia de Guerra o
si hubiera mentido, otra habría sido mi suerte”…
Esa es parte de
la historia chilena, país que hasta entonces había tenido una hermosa tradición
democrática. En el caso del presente
venezolano he visto que el repulsivo Diosdado Cabello ha descartado la
posibilidad de una asonada militar pero, por supuesto, nadie sabe si es él
quien está pensando destronar al ridículo y dañino presidente Nicolás Maduro.
¿Será sólido el control cubano del aparato militar venezolano?
*Vicente Rojo fue un general republicano que rivalizó con
el dictador Francisco Franco.