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domingo, 29 de septiembre de 2013

Yo no fui

Ricardo Escalante
Hay quienes van por la vida cometiendo barbaridades con cara de yo no fui, disfrazados con simpatía, buena presencia y mejores modales. Sonríen con aires de autosuficiencia para hacernos sentir que algo deberíamos agradecerles.

Con Douglas Bravo
Digo esto después de leer una entrevista de Manuel Isidro Molina a Alí Rodríguez Araque.  Es la despedida de la vida pública de uno de los personajes relevantes del chavismo, adornada con frases que resultan interesantes porque desparraman insinuaciones en la medida en que él salta de un tema a otro, diciendo sin decir nada.  Es una escurrida de bulto o un “yo no fui”.
 Claro, las preguntas tampoco punzaban el voluminoso saco de experiencias nefastas que es la vida del comandante “Fausto”. Era una de esas entrevistas a un buen amigo, cosa no criticable y válida en el ejercicio del periodismo, pero Molina ni siquiera logró explicar por qué había desperdiciado esa magnífica oportunidad.
Rodríguez Araque iba dejando palabra por palabra en el grabador con intenciones calculadas, como quien mueve las piezas en el ajedrez y, por supuesto, ahora no puede ser leído de otra manera.
Entre líneas, deja a Nicolás Maduro como un gran incapaz, al sugerir que intenta ser Presidente pero no calza los zapatos de Hugo Chávez, a la vez que revela con elegancia la inexistencia de comunicación entre ellos. Como Rodríguez no es ningún ingenuo, sabe apuntar así al agravamiento del desastre nacional que comienza con la falta de papel higiénico.
El diálogo tenía lugar en uno de los despachos de PDVSA, empresa que él mismo -junto con Rafael Rodríguez, Bernard Mommer, Bernardo Alvarez y muchos otros-, condujo al “pudreval” que es hoy.  Sin ponerse el pañuelo en la nariz, ahora dice que “hay cosas que así uno las recuerde, no debe decirlas”…
Esa es una frase que  envuelve con celofán y lazo rojo rojito una interminable lista de inconfesables recuerdos:  Asaltos a bancos, secuestros y otras andanzas de aquella época del “Comandante Fausto” y, de tiempos no lejanos, el despido de golpe y porrazo de 20 mil ejecutivos, profesionales, técnicos y obreros calificados, de PDVSA.  Y tantas otras cosas como las compras de equipos eléctricos mientras era ministro de Energía.
Su enfoque del tema de la corrupción, que en PDVSA y en todo el gobierno es como la hiedra, no deja de ser divertido:  Se trata sólo de un asunto de las putas que pululan en el mundo privado. ¿Y qué hay de los amigos Diosdado, Rafael Ramírez  y tantos otros?  Ahh, pero la solución es vender el catre.
Son muchos los detalles, pero por ahora es mejor dejarlos en el tintero. “Fausto” anuncia que se residenciará en Cuba para escribir dos libros y, por supuesto, tenemos derecho a imaginar con ingenuidad que los hará a lo Hemingway o a lo Gabo, para contar las historias de putas, del secuestro del “Rey de la Hojalata”, de asaltos a bancos y de “pudreval”.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Draconiana solución militar

Ricardo Escalante
Para recordar detalles de lo ocurrido en Chile en la etapa previa al golpe de Estado de septiembre de 1973, apelo a Camino recorrido, memorias de un soldado, de ese malévolo personaje que fue Augusto Pinochet Ugarte.  Las había leído en 1991.  Ahora me interesan de manera especial los tomos I y II, que contienen la versión del déspota sobre el alzamiento y los comienzos de su implacable dictadura.
¿Y por qué acudo a esa publicación y no a otra, de algún reconfortante soñador democrático? Pues porque veo que no escasean quienes tratan de reivindicar aquel régimen de fuerza, y porque al mismo tiempo noto que en Venezuela existen algunos que imploran una rápida acción militar de derecha para ponerle coto al caos imperante. ¡Peligrosas insensateces!
Claro, tienen razón quienes en Venezuela dicen que la situación ya es insufrible, pero no se han paseado por otras posibilidades, como respaldar un liderazgo opositor sólido, bien formado y con cojones. Sin esas actitudes bobaliconas de cachucha tricolor que siembran desconcierto. Se requiere un liderazgo con ideas para sacar el país de las cenizas morales y económicas inculcadas por los hermanos Fidel y Raúl Castro.  
Algunos amigos tanto de Caracas como del interior del país, me han dicho en las últimas semanas que la vía cuartelaria parece inevitable, pero no echan un vistazo a las terribles experiencias que plagan la historia latinoamericana y que, por ejemplo, en el caso particular de Chile nos recuerdan que hubo incluso políticos que le facilitaron las cosas a Pinochet. Ese vanidoso incorregible que era Eduardo Frei Montalva, líder de la Democracia Cristiana, creía que los militares defenestraban a Allende para depositar en sus manos el poder.  En dos partes de las memorias, el autócrata narra con desprecio las insistentes llamadas telefónicas de Frei para ponerse a la orden “para lo que necesitaran”.
El dictador describía en términos dramáticos el ambiente creado por Salvador Allende:
“Con el aumento del circulante y del gasto fiscal y con los precios controlados, los chilenos hacían mayores gastos, que obedecían a un poder de compra ficticio… Como el país no tenía respaldo para esa emisión descontrolada ni los comerciantes reponían sus artículos, pronto sufrimos las consecuencias del exceso de consumo y se dilapidaron las reservas monetarias. Luego aparecieron la escasez y las estrecheces… Los empresarios perdían dinero. Por tanto, no tenían mayor interés en fabricar o distribuir… Simultáneamente comenzó a crecer el más desmedido mercado negro…  Vino una interminable cadena de robos”…
A eso se sumaban el aumento de la inseguridad individual y colectiva, expropiaciones sin sentido, invasiones de la propiedad privada, bandas armadas afectas al régimen que hacían y deshacían, mientras el Presidente se colocaba por encima de la Constitución y las leyes, vale decir, imperaba la anarquía. Ahora bien, de la lectura de las memorias de Pinochet se desprende que no fue esa la causa única del golpe de Estado. No. Sus planes conspirativos se habían iniciado antes de la asunción de Allende a la silla presidencial, porque Pinochet era un militar con desbocada ambición de poder.  Él mismo va desgranando poco a poco la estrategia que siguió, fundamentada en una lucha visceral contra todo aquello que tuviera tufo comunista. 
Él se presenta en el texto como un militar no incondicional al Presidente, a quien se refiere hasta con asco. Le rendía pleitesía y lo detestaba. Relata a su manera cómo utilizaba subterfugios supuestamente institucionales para sortear las instrucciones presidenciales. Andaba a la caza del mando y para eso había creado una logia de generales, a varios de los cuales evitó que se les pasara a retiro porque estaban comprometidos con su objetivo.
Dice haber ayudado al general Carlos Prats para que saliera del país y reproduce una carta en la cual éste así lo reconoce sin renunciar a su dignidad. Después, por supuesto, los hechos demostraron que la policía política pinochetista cumplió la tarea de asesinarlo en Buenos Aires, cosa que también ocurrió con otras figuras como el ex canciller Orlando Letelier. El ensañamiento de Pinochet con Letelier había llegado al extremo de despojarlo de su nacionalidad. La lista de asesinatos, desaparecidos, torturados y expulsados del país, fue interminable en aquellos 17 años de terror, que ahora algunos defienden como la época de la prosperidad y la tranquilidad.
En la parte final del primer tomo, Pinochet hace una relación minuciosa de una oportunidad en la cual Allende lo sometió a un absurdo interrogatorio porque había sospechas de sus andanzas conspirativas. Lo interrogó en un show cómico pero no lo investigó.  Pinochet dice que el día anterior había pasado 15 horas con otros oficiales en la Academia de Guerra, organizando lo que tendría que ser la acción certera y artera contra el gobierno.

Fragmentos sin desperdicio
Aunque el episodio es largo, la elocuencia justifica la transcripción parcial de una anécdota del dictador:
“Al bajarme del vehículo observé mucho movimiento y me topé con el comunista Toro, subdirector de investigaciones, y más adelante encontré cerca de la puerta principal a Corvalán, que estaba junto con Flores y Letelier, quienes me hicieron pasar y observaron cuando entregué la pistola de servicio. Mi angustia se hizo más intensa al encontrar que la dependencia se había transformado en una verdadera sala de tribunal, como si fuera a iniciarse un juicio.  Letelier me indicó que me sentara en un sofá que se ubicaba mirando al público, donde ya se encontraban instalados los personajes U.P.  (de la Unidad Popular) en sillas y sillones, enfrentando al sofá en que me acomodé. Mantuve el aplomo y solo atiné a pensar “es el fin”, pero me dije muchas veces: “Ahora, Augusto, calma y tranquilidad”.
“Permanecía sentado en el sillón, que bien podía llamarse de los acusados, cuando un general entró a la sala. Era un compañero de armas en quien siempre tuve confianza, pese a que no faltaba quien lo señalara como amigo de Allende.
“Allende aún no había entrado a la sala. Ésta estaba llena y todos habían tomado asiento. Minutos más tarde apareció Allende por una puerta lateral. Su aparición fue espectacular. Era Mefistólefes entrando al infierno. Se presentó de una manera que no olvidaría aunque viviera cien años.  Vestía traje oscuro, llevaba un gorro de astracán. Envolvía su vestimenta una capa azul-negro con forro rojo sangre y un gran cuello de piel. Bien se diría que Satanás había llegado a la reunión. Los asistentes se pusieron de pie para saludarlo. Yo también. En ese instante alcancé a ver que detrás de él y de la puerta estaba el siniestro director de investigaciones “Coco” Paredes. La presencia del tenebroso Paredes ya no me dejó dudas de que había llegado a mi fin, pero mi mente repetía sin cesar: “Sangre fría, Augusto, calma y más calma”.

Después de saludar con una inclinación de cabeza, Allende se dirigió a mí y con voz suave me hizo una serie de preguntas, todas de rigor, que abarcaron varios asuntos. Desde hacía tiempo yo había estudiado las características personales de Allende, y había captado que nunca hacía en forma directa aquella pregunta cuya respuesta le interesaba, sino que la formulaba incidentalmente en un grupo de materias. Esa noche pude comprobar mi aserto, pues me preguntó sobre temas generales y, entre ellos, sobre mi trabajo  de esos días. En forma rápida fui respondiendo. Cuando se refirió a lo que había realizado en esos días, le manifesté que se estaban tornando muy pesados debido al exceso de trabajo. A continuación estimé que debía aclarar el fondo de la pregunta y aclaré que ese día había asistido a la Academia de Guerra para conocer un “juego de guerra de seguridad” que se estaba preparando, al que él iba a ser especialmente invitado. Después del interrogatorio, que duró alrededor de treinta minutos, se inició una conversación sobre la acción terrorista de derecha que llevaban a efecto los oligarcas enemigos del gobierno”...
Pinochet luego dice haber expresado:  “Presidente, quiero comprender sus problemas e inquietudes, pero deseo que le quede claro que yo no soy el general (Vicente) Rojo*.  Mi deber como soldado es tranquilizar al país e impedir cualquier desmán. La respuesta del señor Allende fue: “Lógico, general, yo así lo creo también”   …“La pregunta clave que me dirigió fue sobre mi actividad de ese día, pues las otras nada significaban, para ver si había algo que dudar  …Si no me hubiese referido a mi permanencia en la Academia de Guerra o si hubiera mentido, otra habría sido mi suerte”…
Esa es parte de la historia chilena, país que hasta entonces había tenido una hermosa tradición democrática.  En el caso del presente venezolano he visto que el repulsivo Diosdado Cabello ha descartado la posibilidad de una asonada militar pero, por supuesto, nadie sabe si es él quien está pensando destronar al ridículo y dañino presidente Nicolás Maduro. ¿Será sólido el control cubano del aparato militar venezolano?
*Vicente Rojo fue un general republicano que rivalizó con el dictador Francisco Franco.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Mal final de un extraño francés

Ricardo Escalante
El vienes 20 de este mismo mes se cumplirán 34 años del asesinato a sangre fría de Pierre Goldman en el centro de París a plena luz del día. Él era un intelectual con debilidades delictivas que, entre otras cosas, participó en un asalto perfecto a una sucursal del Banco Royal de Canadá en Puerto La Cruz, en Venezuela, en junio de 1969.

Pierre Goldman
 Aquellas dos noticias recorrieron el mundo entero, aunque, por supuesto, las repercusiones de la segunda fueron más impactantes por la forma espectacular del hecho y porque, además, tenía ingredientes políticos y hubo un botín que hoy equivaldría a más de 5 millones de dólares. En América Latina no había ocurrido nada igual.

El asalto fue resuelto en tiempo record por las policías venezolanas -que estaban bien curtidas en la lucha contra el terrorismo y la subversión-, pero buena parte de los involucrados escaparon, entre ellos Goldman, quien regresó a París para continuar su carrera en el mundo del delito. Allá cometió una serie de asaltos, en uno de los cuales fueron asesinados dos empleados de una farmacia y él fue apresado. Lo sometieron a juicio y fue condenado a cadena perpetua.
Los responsables de la muerte de Goldman, por el contrario, nunca fueron identificados. Varios testigos presenciales describieron a los criminales como tres hombres de aspecto hispano armados con revólveres, pero nadie aporto el detalle adicional que permitiera seguirles la pista y echarles el guante. El historial de la víctima incluía sospechas de que ayudaba a comandos de la organización terrorista ETA a obtener armas y explosivos, lo que a su vez daba pábulo a la hipótesis de que su liquidación física fue ordenada por los Grupos Antiterroristas de Liberación españoles (GAL), integrados por militares y militantes de ultraderecha.  
Durante su prisión, Goldman se había dedicado a la lectura, sobre todo de filosofía y literatura, y escribió las Memorias de un judío polaco nacido en Francia, que fueron recibidas con alborozo en los sectores intelectuales y estudiantiles de izquierda, que seguían motivados por los reclamos de cambio del mayo francés.   Ya en ese momento las facultades físicas e intelectuales de Jean Paul Sartre estaban disminuidas, pero todavía intervenía en protestas, escribía, dictaba conferencias, se reunía con jóvenes maoístas  y, junto con Françoise Sagan, Simone Signoret y otros, emprendió una ruidosa campaña de opinión pública que culminó con la revisión del juicio y la libertad de Goldman. De esa manera, su prisión duró apenas cinco años.
De esa manera, el exculpado comenzó a publicar artículos en Les Tempes Modernes y en Liberation y se relacionó con grupos contestatarios pero, por supuesto, en su closet seguían escondidos unos cuantos esqueletos amenazantes. Él lo sabía y corría el riesgo. Atrás habían quedado los tiempos de la salsa dura en Caracas, que disfrutaba con amigas en la discoteca La Pelota, en el Centro Comercial Cedíaz,  así como su breve pasantía guerrillera en las montañas del Estado Anzoátegui.  Mantenía contactos esporádicos con algunos compinches del asalto al banco Royal, aunque no con el protagonista principal, el sociólogo trujillano Oswaldo Barreto Miliani, de quien se había hecho amigo en La Habana.
Barreto venía del Partido Comunista, del cual había sido expulsado. Conocía de vista y trato a muchos guerrilleros venezolanos y tenía buenas relaciones internacionales.  Pocos años después sostuvo una serie de conversaciones con Lisa St Aubín de Terán, que sirvieron de base para la redacción Swallowing  Stones –su biografía- en la cual relataba con jactancia cómo llegó a ser asesor de Fidel Castro en el diseño ideológico de la revolución y también amigo de Salvador Allende. Hacía, además,  ciertas referencias a la desilusión guerrillera del francés.
Admitía haber planificado y ejecutado los asaltos a mano armada al banco Royal y a una agencia del Banco Nacional de Descuento (BND) en la Plaza del Rectorado de la Universidad Central de Venezuela.  "¡Lo hice y lo hice bien!", proclamaba. A él le eran atribuidas otras fechorías, como el sensacional robo de un caudal de dinero que transportaba un avión de Aeropostal que fue secuestrado. 
Con el botín obtenido en Puerto La Cruz, que fue depositado en el exterior, pensaban montar una empresa pesquera, con una flota de camiones-cava propios para la distribución del producto, y adquirir un lote de armas. Barreto afirmaba que la decisión de los asaltantes –entre quienes estaba Baltazar Ojeda Negretti, sobrino político de Pompeyo Márquez-, era no continuar en aquellas sonoras actividades de alto contenido de adrenalina, pero al mismo tiempo hablaba de armas.
Al iniciar este artículo mi propósito era hablar solo sobre aquel intelectual europeo que murió cuando apenas tenía 35 años y que vivió confundido entre el delito y las quimeras revolucionarias, pero en el camino me he desviado.   Caí en el tema del otro personaje que también mezclaba estudios y cultura con actividades non sanctas y que en los últimos años se ha dedicado a publicar dos columnas semanales en el vespertino caraqueño TalCual, reconociéndole méritos al sistema que antes quería demoler. Claro, Goldman y Barreto habían compartido armas y uno que otro libro.
Y ya para finalizar, no puedo dejar de citar un elocuente párrafo del libro Ceremonia del adiós, escrito por Simone de Beauvoi en homenaje a Sartre:
“Liliane Siegel nos anunció el asesinato de Goldman. Quedé aturdida. Goldman asistía asiduamente a las reuniones en Les Tempes Modernes, y mi simpatía por él se había transformado en profundo afecto. Me agradaban su inteligente ironía, su alegría, su calor. Era animado, imprevisible, divertido a veces, fiel a sus enemistades y a sus amistades. El hecho de que hubiera sido asesinado a sangre fría aumentaba el horror de su muerte.  Sartre también se emocionó, aunque con ese desapego con que ahora recibía todos los acontecimientos.  Sin embargo, quiso asistir al entierro.  Claire Etcherelli  nos llevó en su carro y seguimos el coche fúnebre hasta la puerta del cementerio.  Había tanta gente que tuvimos dificultades para pasar”…

martes, 3 de septiembre de 2013

¿Se gesta algo en la granja?

Ricardo Escalante
George Orwell escribió para Rebelión en la granja un prólogo que se conoció mucho tiempo después de publicada esa novela breve destinada a combatir el autoritarismo, y en ambos hay detalles que mantienen su vigencia y hasta parecieran hechos a la medida de algunas sociedades en las cuales los cerdos también hacen y deshacen sin que nadie les ponga coto.

Nadie sabe por qué si esa introducción fue hecha para la controversial obra, salió a la luz pública casi como por accidente con una incomprensible demora y sin que el autor hubiera hecho cuando menos un comentario en alguna parte. Pero bueno, lo que a mí me ocupa hoy son unas pocas frases que me hacen reflexionar y a la vez me llenan de desconcierto. ¿Puede un cerdo cuyo nombre no es “Napoleón”  -como sí lo era el imaginado por Orwell-, retener el poder sin que nadie se atreva a encender la mecha de la rebelión?
Quienes han leído la novela en referencia saben de qué hablo.  No importa que no hubiese pasado por sus manos el prólogo, porque en la novela todo es obvio y se sabe que detrás de Orwell siempre había motivaciones políticas y, por encima de todo, él era un periodista bien curtido y con olfato para el combate a las autocracias.  Rebelión en la granja habla por sí sola y el mensaje sigue ahí, fresco, como si además de un cañonazo al estalinismo, hubiese sido escrita pensando en cerdos por nacer.  Terrible.
En el prólogo, titulado La libertad de prensa, el escritor sale lanza en ristre en defensa de lo que considera fundamental: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirle a los demás lo que no quieren oír”…
Y en lo que puede interpretarse como una ácida censura a quienes callan, se autocensuran o se ponen al servicio de las causas innobles, él decía que “si los editores y directores de periódicos se esfuerzan en eludir ciertos temas no es por miedo a una denuncia: Es porque le temen a la opinión pública”… Claro, a eso habría que agregar que desde entonces (la novela fue editada en 1945) han ocurrido muchas cosas y, sobre todo, los avances de los medios de comunicación han sido asombrosos.
Las autocracias no han desaparecido y en algunos casos los personajes siguen siendo primitivos como antes, pero actúan con procedimientos remozados. Hay cerdos que destruyen cuanto existe para sembrar el caos.  En la granja de Orwell, en cambio, a pesar del desastre quedaba un mandamiento que rezaba “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”…   

 PD.  Escribo esto después de escuchar los resultados de una investigación hecha por mi amigo el diputado venezolano Walter Márquez, a propósito del lugar de nacimiento de otro que se cree “Napoleón”.