Para escribir esta segunda parte del artículo en memoria
del periodista Jorge Molina, mi amigo y compañero de trabajo en los periódicos caraqueños El Universal y El Nacional, esperé varios días de manera
intencional, para tratar de precisar la fecha en que ocurrió su deceso. No lo logré, pero sí recuerdo que eso ocurrió
varios años después del bochornoso desplante que Hugo Chávez le hizo en un acto
público.
“Poteʹ leche”, como le conocíamos, quedó aturdido con el atropello presidencial descrito en la primera parte de este saludo a quien era un venezolano discreto, soñador, amable. “Sudé, cambié colores. En aquel instante solo deseaba que la tierra se abriera y me tragara. Todos me miraban sin comprender nada”…
“Poteʹ leche”, como le conocíamos, quedó aturdido con el atropello presidencial descrito en la primera parte de este saludo a quien era un venezolano discreto, soñador, amable. “Sudé, cambié colores. En aquel instante solo deseaba que la tierra se abriera y me tragara. Todos me miraban sin comprender nada”…
Después de haber recibido llamadas nocturnas en las
cuales el golpista preso le pedía la
publicación de informaciones a su favor y de haber conversado con él interminables
veces, de haberlo ayudado en forma desinteresada, Molina se preguntaba qué
había ocurrido, por qué el otrora amigo reaccionaba de manera absurda. Después
comprendió que no se había tratado de una explosión de mal humor, sino de una
actitud arrogante y de desprecio frente a todo y frente a todos.
Chávez impuso ese estilo que no se agotó con él mismo,
sino que se ha prolongado y empeorado con su sucesor, Nicolás Maduro, de quien
nada bueno se puede esperar.
“Poteʹ leche” recordaba también que una vez él cometió un
descuido que le costó el trabajo. Fue
despedido y, por supuesto, comenzó a tocar puertas. En una de esas se encontró con alguien que
había trabajado para El Nacional y ahora ocupaba un cargo como funcionaria
chavista, que corrió a llevarle a Chávez la noticia de que Molina estaba
desempleado y luego vino con una propuesta: “Tenemos trabajo para ti, pero
antes debes hacer una declaración diciendo que el despido fue consecuencia de
tu actitud revolucionaria”…
Después de haber escuchado aquello con asombro, Molina
ripostó: “No. No haré eso porque va
contra mis principios… No vendo mi
conciencia de esa manera”…
Pues bien, “Poteʹ leche” comenzó a tener serias
dificultades renales. Sobrevinieron las interminables diálisis y fue sometido a
un trasplante en Medellín, después de lo cual tuvo un magnífico período de
recuperación. Aumentó peso y se veía
rozagante, pero un mal día el organismo reaccionó contra el cuerpo extraño y su
muerte ocurrió en medio de enormes sufrimientos. Por todo eso, rindo este
tardío homenaje a la memoria de un venezolano honesto, soñador y grato amigo.
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