Después de algunos años en Londres, en 1988 regresé a
Caracas y volví a mis actividades como reportero en El Universal. En ese
momento conocí y entablé amistad con uno de esos personajes silenciosos que
hacen posible la vida de los periódicos, Jorge Molina, a quien en el gremio
llamaban “Poteʹ leche”.

Era un profesional dedicado a ese pesado trabajo de la secretaría de redacción. Pasó muchos años en los dos principales diarios caraqueños, donde por las noches batía el cobre en medio de la presión del cierre de la edición de la mañana siguiente. Molina era bajo de estatura, calvo, de ojos azules, y con la piel cuasi transparente que había dado lugar al apodo. Reía y siempre tenía una broma a flor de labios, pero también tomaba las cosas en serio y asumía compromisos sin mirar las consecuencias, tal como lo hizo al respaldar a Hugo Chávez cuando nadie apostaba un centavo por su éxito.
Cultivaba
amistades en ese mundo insondable de los militares venezolanos, en el que casi
nunca se sabe qué piensan y por qué. Conocía a Chávez desde la época de sus
conspiraciones contra gobiernos legítimos y hasta participaba en ciertas
reuniones, lo que una madrugada desembocó en un allanamiento a su residencia.
Fue detenido y pasó un mal momento.
Mientras Chávez estaba preso en la cárcel de Yare por golpista,
algunas noches usaba un teléfono celular para pedirle a Molina la publicación
de comentarios y declaraciones. Esos nexos le permitían a Molina llamar al
teniente coronel por su nombre de pila. Este lo aceptaba.
A medida que los candidatos de los partidos tradicionales
se venían abajo, la popularidad de Chávez aumentaba y Molina iba dejando de ser
necesario. Era apartado y olvidado
porque otros más importantes entraban en escena.
“Poteʹ leche”, que era inteligente, se había venido dando
cuenta de los desplantes y andaba decepcionado, a pesar de lo cual un día
asistió a un acto que contó con la presencia del entonces Presidente Electo,
que se movía la arrogancia propia de quienes se sienten predestinados. Trató de
saludar al amigo de otros tiempos llamándolo Hugo a secas, frente a lo cual
éste se devolvió, levantó el índice derecho y le gritó: “!Mucho cuidado! ¡Presidente,
para la próxima vez!” Dio media vuelta y
continuó su camino.
Transcurrido ya un tiempo desde la vejación, un día
Molina me dijo: “Me consta que Chávez es un desleal e insincero. Un h…” Al
narrar esta anécdota, bien conocida en el mundo periodístico, rindo homenaje a
la memoria de mi amigo Jorge Molina.
Nota: Prometo
escribir un artículo con el título La muerte de “Poteʹ leche”.
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