Ahora cuando la
era de Hugo Chávez ya es pasado, Venezuela comienza a moverse por caminos
inciertos en lo político, en lo económico y en lo social. La herencia del liderazgo autocrático es una
pesada acumulación de conflictos y contradicciones de todo tipo, que hacen cuando menos ingenuo pensar en el
inicio de tiempos de concordia y pluralismo
de ideas.
Es difícil, para
no decir imposible, esperar el advenimiento de un gobierno de concentración nacional
capaz de dar sosiego a la población, y de echar las bases para la recuperación
de ese país de casi 30 millones de habitantes que hoy está dominado por una
despiadada lucha de clases y por la descomposición moral. Un país con una tasa
de inflación que ronda 30 por ciento y un aparato productivo paralítico.
A corto plazo no parece posible un nuevo
régimen sin las formas autoritarias de ese militar que sabía llegar al corazón
de los desposeídos, porque quienes en
este momento controlan el poder ya envían señales de endurecimiento del régimen
y porque, además, existe un gran número de beneficiarios de las dádivas ideadas
en Cuba con el nombre de misiones, que se acostumbraron a la vida fácil. Chávez
era un hombre lleno de contradicciones, pero, al mismo tiempo, tenía habilidad
para interpretar el sentimiento de las masas y hacía que estas se identificaran
con él.
El oficial de
Barinas, hijo de un maestro de tendencia política socialcristiana que llegó a
ser director regional de educación en uno de los peores gobiernos venezolanos
de todos los tiempos -el de Luis Herrera Campins (1979-1984)-, le prestaba
atención a los textos de Antonio Gramsci y sabía que la hegemonía no sólo se
logra mediante el uso de la fuerza, sino también con la manipulación de los sentimientos. De esa manera ganaba elección tras elección,
después de desmantelar los partidos
tradicionales y de impedir el surgimiento de potenciales rivales. No los permitía ni en la oposición ni en sus
propias filas.
Manejaba la ley a
su antojo. Ordenaba hacer y cambiar
leyes, y él mismo legislaba durante largos períodos porque la Asamblea Nacional
le delegaba sus facultades. El sistema de pesos y contrapesos que con múltiples
debilidades había funcionado en los 40 años anteriores, fue eliminado porque
Chávez quería todo el poder en sus manos. Hasta en los pueblos más apartados se
le tenía que obedecer y consultar. De
esa manera controló también el Poder Judicial, la Fiscalía, la Contraloría General y el Consejo Nacional Electoral. Todo.
Expropió
haciendas, edificios, automercados, tomateras, cementeras, plantas de leche en
polvo, canceló concesiones a radioemisoras y
televisoras. Por esa vía hizo que
el número de empleados públicos se multiplicara y el aparato burocrático
aumentara su ineficiencia. Propició invasiones de propiedades en el campo
y en la ciudad, con el pretexto de que ser rico era malo y que había una
oligarquía malsana, corrupta, que conspiraba contra los intereses populares,
que supuestamente eran los mismos de su revolución.
Para el logro de
sus objetivos, Hugo Chávez se valía también de procedimientos intimidatorios. Creó
bandas de motorizados de mal aspecto, armados hasta los dientes, que con el nombre
de colectivos se expandieron por todo el país, que en grupos de 50 ó 100, con
franelas rojas e imágenes del Che Guevara y de él mismo, se desplazaban por doquier, sembrando el
terror. Con disparos al aire, quemando carros, lanzando granadas y bombas
incendiarias, abonaban el terreno para que el poder presidencial fuera total.
Esos
procedimientos derrumbaron la moral del ciudadano común, mientras el Presidente
y su gobierno manejaban los recursos nacionales a su antojo, sin controles, lo
que implantó un sistema de corruptelas sin precedentes. La principal empresa venezolana, PDVSA, pasó
a ser administrada a discreción por el ministro Rafael Ramírez, quien se
transformó en uno de los hombres más ricos del Continente a través de
interpuestas personas. El ahora
presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, un militar que desde su
época en la Academia Militar participaba en conspiraciones e intervino en el
golpe encabezado por Chávez en 1992, se convirtió en un dirigente de
importancia.
Con su lenguaje
insultante, procaz, amenazante e ideas confusas, Cabello había ido tejiendo su propia madeja de militares,
hasta colocarse como eje central del post chavismo. Entre él y Nicolás Maduro hay divergencias
importantes, pero hasta ahora ambos han tratado de aparecer unidos para darle
continuidad a la “revolución bolivariana”.
En la Fiscalía General de la República y en la Contraloría, reposan más
de 30 denuncias de hechos de corrupción por miles de millones de dólares, presuntamente
cometidos por el teniente Cabello, pero ninguna de ellas ha sido investigada.
Ese ambiente de
caos y corrupción es la Venezuela de hoy.
No parece previsible un cambio político en el futuro cercano, porque las
figuras que rodeaban a Chávez -apoyadas en estructuras militares y paramilitares
politizadas-, mantienen el control absoluto del poder y no están dispuestas a
ceder. La Constitución establece la celebración de elecciones en un plazo no
mayor de 30 días, pero éstas solo ocurrirán cuando Maduro y Cabello lo estimen
conveniente.
La oposición
participará en el proceso electoral en condiciones de debilidad y desventaja
frente al candidato del gobierno, Nicolás Maduro. Las carencias ocasionadas por
sectarismos y luchas internas de las distintas corrientes opositoras, son su
propio enemigo. Todo indica que Henrique
Capriles volverá a ser candidato, a pesar de haber desperdiciado las
condiciones ideales que en octubre de 2012 se le presentaban. Cometió errores,
su mensaje era vacío, sin consistencia, y apartaba a sus propios aliados.
El Chávez adorado
por muchos en Venezuela, utilizó dineros nacionales para establecer una red de
solidaridades automáticas entre líderes carismáticos latinoamericanos, que hoy
lo echan de menos: Rafael Correa, en Ecuador; Daniel Ortega, en Nicaragua; Evo
Morales, en Bolivia; Cristina Kirchner, en Argentina, y otros. También financió movimientos y grupos
subversivos, entre ellos las FARC, y se alió con regímenes de oprobio, como los
de Khadafi, en Libia, y Ahmadineyad, en Irán.
Esa red, por supuesto, facilitará las cosas para que Maduro y Cabello no
tengan dificultades para ser reconocidos por la comunidad internacional.
Por todo eso,
Venezuela hoy no tiene derecho a hacerse ilusiones con un nuevo régimen de
justicia, amplitud y respeto.
www.ricardoescalante.com
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