Esta mañana revisaba
una de esas cajas de libros viejos, tratando de dar con el paradero de uno de
Hannah Arendt sobre autoritarismos, cuando el siempre inoportuno teléfono
comenzó a repicar de manera interminable. Convencido de que se trataba de una
de esas llamadas automáticas de propaganda, por un momento pensé no responder,
pero la insistencia venció y tal vez no estuvo mal.
“¡Aguafiestas! ¡Desanimador
de incautos!.. ¿Por qué eres así?” Por
un instante no reconocí esa inconfundible voz sin acento inglés de mi viejo y
ácido amigo que siempre está al tanto de todo, incluso de buenos chismes de esa
vetusta realeza británica y de cómo ese loco de alto vuelo que es el alcalde de
Londres, Boris Johnson, es de poco fiar… Un megalómano mentiroso con pasado
turbio.
“Acabo de pasar
tres días en Caracas y traté de reunirme con Maduro, pero desistí al ver que es
un tipo primitivo, detestable. Johnson es apenas un niño de pecho al lado de
ese…” En el acto lo atajé para tratar de
precisar las diferencias entre Johnson y el pobre Nicolás, que él explicó con
un par de frases que no fueron adonde yo esperaba: “Pues son muchas, porque
Johnson es apenas angelical al lado de ese Presidente que ustedes se gastan. Tan
corrupto como Diosdado, Rafael Ramírez y el clan de los Chávez, que han
esquilmado al Estado venezolano. ¿Quieres pruebas?”
Y, por supuesto, todos
esos detalles me interesan y así traté de decirlo, pero el británico siguió
imperturbable: “Te llamé aguafiestas y desanimador de incautos, pero como
siempre andas en la Luna ni siquiera te diste cuenta. ¡Eso es grave porque a veces pareces enterado
de todo, pero…” “¿Pero qué?”, lo paré en
seco. “Anda dilo, no acepto que tu”…
“Ahh, qué bueno. Reaccionaste tarde pero lo hiciste. Hace dos días leí un artículo tuyo titulado Elecciones fraudulentas y noté que te
quedabas corto, porque ya sabemos por dónde van las cosas, pero de una vez
saltaron unos cuantos en el Facebook a decir que tratabas de favorecer al
gobierno, que estabas desanimando a las inmensas mayorías electorales. Y uno de
ellos hasta te invitó a “agarrar un fusil y a echarle bolas”. ¿Lo leíste?”
“No. No vi eso, pero cómo se les ocurre que yo”…
“Bueno, ese que te invitó a “echarle bolas” es un
atolondrado, hijo de un ilustrísimo venezolano, insigne luchador democrático. El atolondramiento lo llevó en los años 70 a
la temeridad de asaltar una noche a las 10 el Cine Prensa de Caracas para “rescatar”
una película que “pertenecía” a la “revolución cubana”, pero en medio de la
loquera se enredó a la hora de sacar el revólver y terminó metiéndose un tiro.
Fue llevado de urgencia a la Clínica Santiago de León, en la Avenida
Libertador, donde fue operado y, afortunadamente, la cosa no pasó a
mayores. Su padre, ¡Padre al fin!, lo
salvó de tener que responder por aquel acto de irresponsabilidad”…
El cuasi monólogo
de mi buen amigo inglés llegó a su final de manera casi abrupta: “Muchos creen que cerrando los ojos en plena
vía del tren de la corrupción, del engaño, de las tracalerías impuestas por
Maduro y sus aliados cubanos, se van a salvar.
¡Que vendan el sofá y que Dios los agarre confesados!”
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