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Eso explica por
qué Raúl Castro y Nicolás Maduro de manera súbita y contra todo pronóstico,
decidieron celebrar las elecciones presidenciales venezolanas el 14 de abril. No se trata de apegos a lo pautado en el
texto constitucional. No. Se trata de
cosechar cuanto antes esa efervescencia popular desatada por la muerte de
Chávez y su uso propagandístico.
Esas pasiones
llevadas a lo extremo, no eran exclusivas de Hugo Chávez. Mao Tsé Tung, Stalin, Kim Il Sung y Hitler,
lo habían logrado antes, aunque también en tiempos antiguos había habido muchas
manifestaciones de ese género. El mito Hitler
se derrumbó estrepitosamente por razones harto conocidas; el de Mao ya no tiene
las mismas proporciones de antes porque la propia élite dirigente que conoció y
sufrió sus perversas intenciones, le ha bajado el volumen a la adoración. El de
Kim se mantiene. Y el de Stalin es un
caso muy especial que merece un comentario aparte.
Con su puño de
acero, Stalin había introducido reformas económicas importantes que
proporcionaron alguna dosis de bienestar a los soviéticos, a costa de una
represión atroz. Oleadas de asesinatos, torturas, purgas en el partido, en el
gobierno y entre los militares. No se le aguaba el ojo. Todo aquello con tufo a
descontento era eliminado por cualquier medio, para ir convirtiéndose en la
figura única a quien había que temer y adorar.
En marzo de 1953, la noticia de su muerte sacudió a la Unión Soviética. Eran enormes las colas de quienes querían
rendir homenaje al “Padre de los pueblos”, y se calcula que hubo más de mil
muertos entre quienes hacían lo que fuera por estar cerca de los restos.
Pero lo bueno
vino después, cuando en una muestra de audacia sin precedentes y con especial
inteligencia, en febrero de 1956 ocurrió el célebre XX Congreso del PCUS. En
medio de una lucha encarnizada por el poder, Nikita Khrushchev leyó el informe
con denuncias de los atropellos de Stalin y destrozó la leyenda que se había
tejido en torno al bigotudo georgiano. Lo hizo como parte de su combate a la
élite estalinista, de la cual, indiscutiblemente, él mismo había sido parte
importante. De esa manera reconcentró
todo el poder y se convirtió, como Stalin, en secretario general del partido y
primer ministro de manera simultánea.
El caso de Chávez
es distinto porque sus procedimientos represivos fueron diferentes. Distó mucho
de la brutalidad estalinista aunque, por supuesto, también tuvo víctimas que
muchos ya no quieren recordar. Ahora bien, ¿por qué han montado una gran fiesta
en torno al cadáver del Presidente? ¿Son
razones meramente sentimentales o hay un propósito inconfesable? Es obvio que el legatario de Chávez es un hombre inculto, primitivo, y
sin la obediencia al jefe nunca habría podido llegar a la cúspide del poder. Carece
de liderazgo y de capacidad para asumir la enorme responsabilidad de los
asuntos del Estado, por lo cual se apega a la leyenda del difunto para capturar
el poder. De otra manera no podría.
Chávez, como todo
caudillo, siempre combatió toda posibilidad de nuevos liderazgos dentro y fuera
de su propia corriente y solo al final, cuando ya conocía la inminencia de su
muerte, señaló a Maduro y pidió que votaran por él. ¿Adónde nos llevará la
adoración del líder? Es difícil
predecirlo, pero lo que sí se puede asegurar es que no proporcionará nada bueno
para las nuevas generaciones de venezolanos, porque se trata de imponer la
voluntad única y de cercenar el derecho a pensar diferente.
Aunque hay
quienes sostienen que con la desaparición física del Presidente se abre un
nuevo capítulo y que, por ello, es bueno olvidar lo ocurrido en los últimos 14
años, es indispensable examinar el caso para dibujar nuevas realidades. Chávez le infligió un severo daño al país:
Destrozó las instituciones, acabó la economía del país, conculcó derechos civiles
y políticos y sembró la más grande corrupción jamás habida en Venezuela. El
daño a la moral y a la conciencia ciudadana es tan grave, que se requerirá el
paso de varias generaciones para alcanzar su recuperación. Es indispensable
saber que Chávez murió, pero el régimen continúa con otro nombre y ya hay
signos muy preocupantes. Por lo demás, nadie podría decir que, por ejemplo,
Stalin, Hitler y Kim Il Sung, cancelaron sus penosas deudas al fallecer.
En los últimos
días la Constitución ha sido pateada y ha habido cualquier clase de abusos. Los
exabruptos son tan descomunales, que, por ejemplo, Maduro se encargó de la
jefatura del Estado a pesar de que le correspondía al presidente de la Asamblea
Nacional. Y antes de haberse juramentado, Maduro emitió decretos y tomó
decisiones. El Tribunal Supremo de
Justicia demostró que solo es una caja de resonancia de arbitrariedades y mucho
más.
Por eso debemos
gritar: ¡No al mito!
PD. Dado que el conocimiento de la historia es esencial, recomiendo la lectura
del Informe de Khrushchev al XX Congreso del PCUS: http://www.marxists.org/espanol/khrushchev/1956/febrero25.htm
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