La política colombiana de las últimas semanas ha dado señales inquietantes sobre lo que se avizora como una poco ortodoxa disputa electoral presidencial. Hay aspectos graves sobre la forma en que pudiera pactarse la reinserción de las Farc en la sociedad y su consecuente participación en el escenario de la controversia natural de los partidos.
Lógico sería que
lo hicieran como tendría que ser: Abandonando las armas y dando muestras firmes
de arrepentimiento del grave daño que por décadas han causado a cientos de miles de familias que han sufrido
asesinatos, heridos, secuestros, desplazados, chantajes y extorsiones, además
de los nocivos efectos de la poderosa industria del narcotráfico que han
amparado. Pero la cosa al parecer no va por ese camino, sino por el de la
renuncia del Estado a elementales principios de autoridad.
Durante sus
muchos meses de comodidad en La Habana, los líderes subversivos han puesto
condiciones y discutido como si se tratara de una negociación entre dos
Estados, en la cual resulta obvia la beligerancia que le ha sido otorgada por
instituciones legítimas, en medio de una bien diseñada campaña publicitaria
orientada a ganar buena parte del terreno que habían perdido en el terreno de
la confrontación armada.
Ha habido
políticos y altos funcionarios que han viajado a la capital cubana para retratarse
con Iván Márquez y compañía, como si allá, en la Meca de los autoritarismos,
fueran a encontrar bendiciones para ambiciones cuya legitimidad es cuando menos
dudosa.
En el epicentro de
esos hechos inquietantes están las aspiraciones reeleccionistas de Juan Manuel
Santos, cuya sindéresis pareciera
erosionada por sus potenciales rivales y, entonces, lanza en ristre, ha
emprendido sus ataques contra quienes con legítimo derecho ofrecen sus nombres
como alternativa. En ese escenario,
convencido de que se catapultará como el Presidente de la paz, ha hecho
concesiones a la estrategia desestabilizadora de la subversión. ¿Imponer la paz no es obligación indoblegable
del Estado?
Los militares han
liquidado unas cuantas fichas de las Farc en días recientes, pero la arremetida
de estas se ha repotenciado. ¿Será eso justo? ¿Cuál es la sociedad que quieren
las Farc? Ahora, por supuesto, está por verse si las víctimas directas e indirectas
de la violencia podrían sufragar sin ponerse la mano en el corazón, porque la
reparación del daño infligido de manera prolongada no se logra con discursos. La
experiencia de otros países -como el vecino Venezuela en las décadas de los 60
y 70-, ocurrió sin menoscabo del inflexible poder de las instituciones para
hacer valer la ley: Sin escenarios pomposos, la guerrilla entregó las armas y,
sin ventajas, inició la participación política que demostró que nunca había
tenido apoyo popular.
Discutir con las
Farc reformas de instituciones fundamentales –como el régimen judicial, los
medios de comunicación radioeléctricos e impresos y políticas sociales-,
mientras continúan actuando con las botas puestas y ametralladora en mano,
seguramente acarreará un elevado costo cívico y también de respetabilidad para
el gobierno.
Durante el
gobierno de Uribe Vélez –con la activa participación del entonces ministro de
la Defensa Juan Manuel Santos-, la guerrilla estuvo técnicamente liquidada. Sus
fuentes de financiamiento y la capacidad para reclutar nuevos miembros se
redujo. Muchos de sus miembros escaparon y otros fueron ejecutados mientras
trataban de hacerlo, porque la disidencia y la capacidad para revisar errores
es inconcebible entre ellos.
Por todo eso, no
sin estupefacción he leído las declaraciones en las cuales los bandoleros, disfrazados
de caperucitas rojas, intentan hacer creer que ahora están en el camino de
perdonar al “Estado perverso y atroz”, mientras continúan secuestrando y
asesinando a mansalva a ciudadanos inocentes.
Los jefes
guerrilleros saben que por vía electoral no tienen nada que buscar. Ninguna víctima colombiana de la violencia de
las Farc, en su sano juicio podría votar para que alguno de ellos se instale en
una curul parlamentaria o para cualquier otro cargo. Ahh, y tiene sentido preguntarse si sería
encomiable la idea de conceder una cuota parlamentaria directa al movimiento
insurgente y, como si fuera poco, hasta darles medios de comunicación. ¡Fin de
mundo!
Ricardo: usted describe con rigor sano lo que está pasando en nuestra patria Colombia. Con lástima uno observa como el presidente bajo el influjo de los hermanos Castro y de un rescoldo chavista imponen una agenda y pactan a espaldas del pueblo una claudicación no de la guerrilla, sino de un gobierno insulso y mentiroso. Pero los colombianos, estoy seguro, no vamos a refrendar acuerdos que hipotequen nuestro honor y nuestra libertad.
ResponderEliminarClaramente lo unico que ha echo nuestro presidente es dar inmunidad y darse la mano con unos asesinos, genocidas, descorazonados, subersivos, rebeldes sin causas y un millon de formas como se le pueda llamar a esta gente! Dejando atras las victimas que han dejado estos terroristas, heridas irreparables. Como usted lo dijo no creo que ningun colombiano en su sano juicio vote por uno de estos tipos!
ResponderEliminarUsted es un gran escritor
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