Hay personas a quienes uno escucha con atención porque sus reflexiones sacuden la conciencia, le quitan a cualquiera la inclinación a tomar como irremediables las situaciones más irracionales. Son seres capaces de utilizar de manera admirable la confrontación con el absurdo -eso que los teóricos marxistas definen como unidad y lucha de contrarios- y, de esa manera, terminan por hacerse necesarios. Diablillos de la conciencia.
Digo esto con ingenuidad
o ignorancia, o con una buena mezcla de ambas.
Y no tengo empacho en vocear a los cuatro vientos que en mí no anida la
menor idea revolucionaria o contrarrevolucionaria -o, como dijera aquel conocido
filósofo popular-, ni siquiera todo lo contrario. Más bien he navegado por la
vida según los vientos que soplan, pero he tenido la fortuna de contar con esos
amigos sabios que advierten el peligro a tiempo y, por lo mismo, los escucho
con atención.
Ahh, intuyo que a
estas alturas algunos se preguntarán a cuento de qué salgo con estas
divagaciones y, por eso, voy al grano. Esta mañana mientras compraba un paquete
de harina PAN y un quilo de caraotas sin hacer colas, sin temor a ser asaltado
por uno de esos hambreados que revólver en mano y franela roja “corazón de mi
Patria”, me apresuré a atender una llamada telefónica identificada con un
número de Caracas. Era mi amigo inglés
con un saludo desafiante: “¿Duermes a esta hora?”
Aprovecho la
ocasión para reclamarle por qué la última vez me dejó hablando solo, pero con
su flema de siempre se va por la tangente:
-Después de haber
seguido de cerca a Capriles Radonsky en Chile, vine a Caracas para despejar
dudas sobre lo que ocurre en la oposición venezolana. Mientras la delincuencia
hace y deshace, la inflación está por las nubes y los del gobierno solo se
ocupan de llenar sus bolsillos, la población venezolana está desesperada y no
sabe qué hacer. Se percibe un país a punto de estallar, un enorme malestar
manejado por un liderazgo opositor bobalicón…
Yo, que había
visto con esperanza los resultados de las elecciones presidenciales de abril
pasado, que las consideraba un punto de partida para el retorno a la
confrontación de las ideas, siento desazón frente a los juicios farisaicos del
británico. En ese instante reacciono
entonces preguntándole: “¿Qué quieres? ¿Qué los caraqueños salgan a las calles
para que las bandas del gobierno los maten? Ese no es el camino, porque”…
-No. No. Take it easy. Take it easy. Tú no has
palpado el desconcierto frente a un liderazgo opositor audaz madurado con
carburo, con razonamientos que parecieran explicar o justificar conductas
autoritarias. Por eso Leopoldo López,
María Corina Machado, Diego Arria y otros con olfato, han dicho cosas que
reflejan las insatisfacciones y contradicciones. Durante 14 años la oposición no tuvo un
líder, ahora lo tiene y eso es positivo pero, al mismo tiempo, es necesario
advertir sus flatulencias…
-¿Flatulencias? No seas irrespetuoso.
-Si, claro. No
has oído al hombre de cachucha y uniforme de entrenador deportivo decir que en
la época de Chávez, los afectos al régimen no habrían comprado a Globovisión y
a la Cadena Capriles. Habla de Chávez
con un profundo respeto, como si los atropellos a los medios y a los
periodistas no hubiesen ocurrido desde entonces. También ha dicho que los venezolanos
deben desconocer sus obligaciones ciudadanas, que deben negarse a pagar las casas
construidas por el Estado, y actúa con sectarismo frente a sus aliados. No escucha y poco discute. Mal camino. En una de sus flatulencias el uniforme se le
va a manchar…
Ya frente a la
caja registradora, orgulloso con mi paquete de harina Pan y mi quilo de caraotas,
trato de encontrar un argumento contundente frente al amigo irreverente, pero en
medio del desconcierto solo se me ocurre un “well, I call you back”. Corto la
llamada y ahora me encuentro frente a un problema mayor: ¿Quién tiene la razón?
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