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jueves, 18 de julio de 2013

La lección de Pablo Longueira

Al admitir su debilidad, le evitó a los chilenos consecuencias imprevisibles.
La historia venezolana tiene buenos ejemplos de trastornados: Diógenes Escalante y Hugo Chávez
Ricardo Escalante
En incontables ocasiones los imponderables signan el curso de la política. Una frase desafortunada, una amante, el estallido de un caso de corrupción, una enfermedad o hasta un terremoto, pueden cambiar la historia de un país.  Hay casos en los cuales ese cambio es para bien, pero la terca realidad nos enseña experiencias desastrosas y daños irreparables.
El ex candidato presidencial chileno Pablo Longueira
Eso precisamente acaba de ocurrir en la política chilena.   La dramática enfermedad emocional del candidato presidencial de la derecha, Pablo Longueira, le ha dado un vuelco al debate político cuando apenas faltan cuatro meses para las elecciones y deja sin aliento o, mejor, con la manos en la cabeza, al gobierno del presidente Sebastián Piñera.  
Piñera, de entrada, ya ha tenido sus propios desequilibrios. ¿Recuerdan la cara que puso el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando el sureño usurpó su escritorio, cruzó las manos y miraba a todos lados? Era la imagen de un extraviado, de alguien sin sindéresis.  Pájaro de mal agüero, como decía mi abuelita en aquellos tiempos cuasi inmemoriales.
El desequilibrio de Longueira pareciera haber sido lo único que faltaba para remachar la idea de que los chilenos están condenados al retorno de Michelle Bachelet, quien a pesar de sus aires de sobriedad no borra la idea de que las segundas presidencias terminan por ser funestas. Acostumbrarse a mandar procrea vicios que, de manera sabia, el ilustre mexicano Francisco Madero condenaba al decir “sufragio efectivo no reelección”.
Por todas esas cosas que hoy resume la tragedia política chilena, es inevitable recordar la experiencia venezolana con la locura súbita de Diógenes Escalante cuando ya casi iba a ser investido como Presidente de la República en 1945, lo que cambió el curso de la historia.  El presidente Medina Angarita escogió entonces como sucesor a un hombre que concitaba grandes rechazos, Angel Biaggini, y de esa manera se aceleraron los movimientos militares que culminaron en golpe de Estado.
El antecedente de Escalante, por lo demás, no es el único de trastornados en Venezuela. Hugo Chávez era bipolar y hasta fue tratado por el siquiatra Edmundo Chirinos. Golpeaba la pared, pateaba el escritorio, ofendía a diestra y siniestra, para luego sumirse en profundas depresiones, encerrarse y llorar. En medio de sus tantas alucinaciones y abusos, llegó incluso a someter al país a un proceso electoral sin sentido, derrochando miles de millones de dólares hasta dejar exhaustas las arcas del Estado, cuando sabía que su cáncer ya era terminal.  Pero quería morir en el ejercicio del mando.  En América Latina y en el mundo hay otros muchos ejemplos de tales situaciones.
 A Longueira hay que reconocerle el mérito de admitir su debilidad y renunciar a la candidatura presidencial, para no someter a los chilenos a un posible percance de consecuencias imprevisibles.

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