La historia venezolana tiene buenos ejemplos de
trastornados: Diógenes Escalante y Hugo Chávez
Ricardo Escalante
En incontables ocasiones
los imponderables signan el curso de la política. Una frase desafortunada, una
amante, el estallido de un caso de corrupción, una enfermedad o hasta un
terremoto, pueden cambiar la historia de un país. Hay casos en los cuales ese cambio es para
bien, pero la terca realidad nos enseña experiencias desastrosas y daños
irreparables.
El ex candidato presidencial chileno Pablo Longueira |
Eso precisamente
acaba de ocurrir en la política chilena.
La dramática enfermedad emocional del candidato presidencial de la
derecha, Pablo Longueira, le ha dado un vuelco al debate político cuando apenas
faltan cuatro meses para las elecciones y deja sin aliento o, mejor, con la
manos en la cabeza, al gobierno del presidente Sebastián Piñera.
Piñera, de
entrada, ya ha tenido sus propios desequilibrios. ¿Recuerdan la cara que puso
el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando el sureño usurpó su
escritorio, cruzó las manos y miraba a todos lados? Era la imagen de un
extraviado, de alguien sin sindéresis.
Pájaro de mal agüero, como decía mi abuelita en aquellos tiempos cuasi
inmemoriales.
El desequilibrio
de Longueira pareciera haber sido lo único que faltaba para remachar la idea de
que los chilenos están condenados al retorno de Michelle Bachelet, quien a
pesar de sus aires de sobriedad no borra la idea de que las segundas presidencias
terminan por ser funestas. Acostumbrarse a mandar procrea vicios que, de manera
sabia, el ilustre mexicano Francisco Madero condenaba al decir “sufragio
efectivo no reelección”.
Por todas esas
cosas que hoy resume la tragedia política chilena, es inevitable recordar la
experiencia venezolana con la locura súbita de Diógenes Escalante cuando ya
casi iba a ser investido como Presidente de la República en 1945, lo que cambió
el curso de la historia. El presidente
Medina Angarita escogió entonces como sucesor a un hombre que concitaba grandes
rechazos, Angel Biaggini, y de esa manera se aceleraron los movimientos
militares que culminaron en golpe de Estado.
El antecedente de
Escalante, por lo demás, no es el único de trastornados en Venezuela. Hugo Chávez
era bipolar y hasta fue tratado por el siquiatra Edmundo Chirinos. Golpeaba la
pared, pateaba el escritorio, ofendía a diestra y siniestra, para luego sumirse
en profundas depresiones, encerrarse y llorar. En medio de sus tantas alucinaciones
y abusos, llegó incluso a someter al país a un proceso electoral sin sentido,
derrochando miles de millones de dólares hasta dejar exhaustas las arcas del
Estado, cuando sabía que su cáncer ya era terminal. Pero quería morir en el ejercicio del mando. En América Latina y en el mundo hay otros
muchos ejemplos de tales situaciones.
A Longueira hay que reconocerle el mérito de
admitir su debilidad y renunciar a la candidatura presidencial, para no someter
a los chilenos a un posible percance de consecuencias imprevisibles.
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