Un liderazgo político se sostiene a fuer de constancia, carácter e ideas. Y cuando avanza a empellones y solo en campañas electorales, es porque adolece de algo que augura un mal final. Eso explica la infinita lista de nombres que un día tuvieron brillos de esperanza y pronto desaparecieron sin dejar rastro, para entrar sin dolientes al cementerio de la política. Es algo melancólico.
Hay otros que,
por el contrario, llegan a la cúspide y se mantienen porque su origen es la inquietud
por el estudio, abonado con largos procesos de debates y luchas. La confrontación democrática provee la
condición y el temple del estadista, que trasciende a las meras etiquetas del
oportunismo. Existen, por supuesto, autócratas que se imponen por cualquier vía
y con su carisma alucinan a las masas (como el perverso Hugo Chávez).
Hay, además,
algunos sin inteligencia y sin carisma, huérfanos de ideas, vacíos y tracaleros.
Nicolás Maduro es prototipo de esa especie carente hasta del sentido del
ridículo, que hace morisquetas cuando trata de exhibir alguna dosis de buen
humor, que llegó al poder por el torcimiento de la voluntad popular, aupado por
el gobierno cubano. Un perfecto diletante pues, que se vanagloria de su
afinidad con las actuaciones abyectas del espía Edward Snowden y, al mismo
tiempo, graba conversaciones privadas de los ciudadanos venezolanos.
Ahora bien, como
este es un artículo sobre liderazgos políticos y hago referencia específica al
presidente venezolano, resultan entonces inevitables ciertas referencias al agotamiento
del fuelle político de Henrique Capriles Radonsky. Los venezolanos comienzan a
reaccionar con desgano y cansancio frente al discurso del autodenominado jefe
de la oposición. ¿Por qué? Alguna razón
debe haber.
Hay aspectos que
saltan a la vista. Uno es la superficialidad de su mensaje, limitado a tratar
de descalificar a Maduro sin ir al fondo de los problemas y sin ofrecer ideas
novedosas, atractivas para todos los ciudadanos. Capriles, por ejemplo, ha
llegado al colmo de decirle a los beneficiarios del sistema habitacional del
Estado que se nieguen a cumplir la obligación contraída, con el argumento de
que ese dinero se lo robarán en el gobierno.
¿Puede un aspirante a estadista serio aconsejar la burla a los impuestos,
el impago de sus casas o cualquier otro compromiso con la República?
Sus latiguillos,
ese “mire” en cada frase, la vestimenta de entrenador deportivo más acorde al
talante del presidente Maduro, la arrogancia frente a ciertos sectores de la oposición,
pudieran estar erosionándolo. En los
partidos opositores y en los observadores políticos, por momentos afloran
inquietantes síntomas de preocupación por el estancamiento de la figura del
gobernador de Miranda en la opinión pública.
Otro elemento significativo
es su deseo de copar todos los espacios del liderazgo opositor, sin consultar a
los aliados políticos. Capriles se autodenomina jefe de la oposición,
gobernador de Miranda, jefe de campaña de la oposición para las elecciones
municipales y hasta novio de la madrina.
Es todo, pero ¿a qué hora ejerce la gobernación?
¿Qué pusiera ser
aconsejable en situaciones como esta?
Otra vez, el estudio de la historia contemporánea de Venezuela, de economía
y algo de sociología, además de unos cuantos buenos libros de literatura para
profundizar la calidad del discurso. Ahh,
y algo fundamental es estimular el surgimiento de un liderazgo colectivo
sólido. Un líder grande no se improvisa
y creer lo contrario es un error.
Por estas cosas y
muchas más, es bueno recordar que el camino del cementerio está empedrado por
quienes quisieron abarcar mucho pero apretaron poco.
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