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lunes, 15 de julio de 2013

Liderazgo con baches

Ricardo Escalante
Un liderazgo político se sostiene a fuer de constancia, carácter e ideas. Y cuando avanza a empellones y solo en campañas electorales, es porque adolece de algo que augura un mal final.  Eso explica la infinita lista de nombres que un día tuvieron brillos de esperanza y pronto desaparecieron sin dejar rastro, para entrar sin dolientes al cementerio de la política. Es algo melancólico.

Hay otros que, por el contrario, llegan a la cúspide y se mantienen porque su origen es la inquietud por el estudio, abonado con largos procesos de debates y luchas.  La confrontación democrática provee la condición y el temple del estadista, que trasciende a las meras etiquetas del oportunismo. Existen, por supuesto, autócratas que se imponen por cualquier vía y con su carisma alucinan a las masas (como el perverso Hugo Chávez).
 Hay, además, algunos sin inteligencia y sin carisma, huérfanos de ideas, vacíos y tracaleros. Nicolás Maduro es prototipo de esa especie carente hasta del sentido del ridículo, que hace morisquetas cuando trata de exhibir alguna dosis de buen humor, que llegó al poder por el torcimiento de la voluntad popular, aupado por el gobierno cubano. Un perfecto diletante pues, que se vanagloria de su afinidad con las actuaciones abyectas del espía Edward Snowden y, al mismo tiempo, graba conversaciones privadas de los ciudadanos venezolanos.

Ahora bien, como este es un artículo sobre liderazgos políticos y hago referencia específica al presidente venezolano, resultan entonces inevitables ciertas referencias al agotamiento del fuelle político de Henrique Capriles Radonsky. Los venezolanos comienzan a reaccionar con desgano y cansancio frente al discurso del autodenominado jefe de la oposición.  ¿Por qué? Alguna razón debe haber.
Hay aspectos que saltan a la vista. Uno es la superficialidad de su mensaje, limitado a tratar de descalificar a Maduro sin ir al fondo de los problemas y sin ofrecer ideas novedosas, atractivas para todos los ciudadanos. Capriles, por ejemplo, ha llegado al colmo de decirle a los beneficiarios del sistema habitacional del Estado que se nieguen a cumplir la obligación contraída, con el argumento de que ese dinero se lo robarán en el gobierno.  ¿Puede un aspirante a estadista serio aconsejar la burla a los impuestos, el impago de sus casas o cualquier otro compromiso con la República?
Sus latiguillos, ese “mire” en cada frase, la vestimenta de entrenador deportivo más acorde al talante del presidente Maduro, la arrogancia frente a ciertos sectores de la oposición, pudieran estar erosionándolo.  En los partidos opositores y en los observadores políticos, por momentos afloran inquietantes síntomas de preocupación por el estancamiento de la figura del gobernador de Miranda en la opinión pública.
Otro elemento significativo es su deseo de copar todos los espacios del liderazgo opositor, sin consultar a los aliados políticos. Capriles se autodenomina jefe de la oposición, gobernador de Miranda, jefe de campaña de la oposición para las elecciones municipales y hasta novio de la madrina.  Es todo, pero ¿a qué hora ejerce la gobernación?

¿Qué pusiera ser aconsejable en situaciones como esta?  Otra vez, el estudio de la historia contemporánea de Venezuela, de economía y algo de sociología, además de unos cuantos buenos libros de literatura para profundizar la calidad del discurso.  Ahh, y algo fundamental es estimular el surgimiento de un liderazgo colectivo sólido.  Un líder grande no se improvisa y creer lo contrario es un error.
Por estas cosas y muchas más, es bueno recordar que el camino del cementerio está empedrado por quienes quisieron abarcar mucho pero apretaron poco.

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