Ricardo
Escalante
¿Las acusaciones que ahora afectan a J.J. Rendón
significarán el final de su exitosa carrera como asesor político? Todo indica que sí, porque en los últimos
días no ha recibido un baño con agua de rosas, sino algo que plantea serias reflexiones
sobre las licencias que cualquier personaje público puede tomarse.
El polémico estratega electoral venezolano, cuya vertiginosa
trayectoria es digna de admiración, va contra la discreción y el bajo perfil de
los más reconocidos antecesores suyos en esa especialidad. Le gusta asistir a programas de televisión,
conceder entrevistas, dictar conferencias, retratarse con el público, vestir de
una manera particular y hacer gala de su facilidad de expresión. Un día se le ve por aquí, otro por allá, sin
que le incomode la publicación de fotografías en las cuales aparece con
poderosos asesorados.
En algún momento eso iba a tener un precio, porque, como
era lógico suponer, sus apariciones generaban dudas acerca de la función de un
hacedor de imagen. Sus exageraciones han ocurrido en terrenos no venezolanos,
con lo cual los riesgos adquirían proporciones mayores, porque sus palabras a
veces eran interpretadas como parte de las campañas de sus clientes.
En Venezuela, J.J. Rendón
se había transformado en un actor político con agenda propia, lo que
atizaba dudas acerca de si detrás de las estrategias en favor de los
adversarios del chavismo, se escondían ambiciones que de un momento a otro
podían comenzar a avanzar con pasos propios. Había quienes interpretaban eso
como un globo de ensayo para medir hasta dónde podía llegar por sí mismo.
Durante la primera campaña electoral presidencial de
Carlos Andrés Pérez (1973), una vez vi por casualidad al legendario asesor Joe
Napolitan en un acto político. Estaba
solo, observando todo desde un rincón. No soporté la tentación de aproximarme a
él y conversamos durante varios minutos.
Era un hombre amable y discreto, que se excusó de atender mis
requerimientos para una entrevista periodística, con el argumento de que no
tenía nada que decirle al público y que si lo hacía hasta podía incurrir en un
error. Lo mejor era el bajo perfil.
Ahora bien, en las circunstancias que hoy tocan a Rendón,
hay que preguntarse por qué tenía que actuar de intermediario entre emisarios del narcotráfico y el gobierno
colombiano para tramitar una entrega de sometimiento a la justicia. Él niega
haber recibido dinero y afirma que todo se hizo de acuerdo con el presidente
Juan Manuel Santos, pero, como ocurre en esas situaciones, ya no tiene retroceso
y ha dejado innecesarias dudas. Por eso le piden al Presidente colombiano que
lo aparte de su campaña electoral.
Después de las declaraciones del capo Javier Antonio Calle
Serna, alias Comba, a la Fiscalía colombiana, conforme a las cuales varios
narcos le pagaron US $12 millones a Rendón por servicios de lobby a su favor,
no es descabellado pensar que Nicolás Maduro encontró lo que quería para quitar
del medio al hombre incómodo.
Se suponía que Santos lo mantendría como estratega, pero él optó por renunciar a la campaña electoral cuando apenas faltan tres semanas para la primera vuelta. Sin embargo, las consecuencias más graves todavía no se han visto, porque han surgido elementos graves que complican la situación del asesor. Su credibilidad ya está minada y, a partir de ahora,
ningún cliente potencial verá las cosas con facilidad para contratar sus servicios. Hacerlo significaría correr riesgos innecesarios.
Todo eso es una lástima, porque no hay dudas de su excelencia profesional, pero a partir de ahora nadie podrá perder de vista el hecho de que a pesar de su inteligencia, cuando menos le fallo el olfato al calcular sus posibilidades y su papel. No lo duden: ¡Rendón se hizo el harakiri!
Todo eso es una lástima, porque no hay dudas de su excelencia profesional, pero a partir de ahora nadie podrá perder de vista el hecho de que a pesar de su inteligencia, cuando menos le fallo el olfato al calcular sus posibilidades y su papel. No lo duden: ¡Rendón se hizo el harakiri!
@opinionricardo
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