Ricardo
Escalante
Es obvio que las intenciones reeleccionistas de Juan
Manuel Santos en la Presidencia colombiana están en vilo, y eso es saludable
para esa democracia cuyos líderes han puesto en evidencia serias desviaciones.
Las reelecciones en países de marcado presidencialismo solo acarrean males
difíciles de curar, frente a los cuales lo mejor es vacunarse a tiempo.
En su afán de continuar en el poder, Santos incurrió en
la debilidad de conceder beligerancia a narcoterroristas que por más de medio
siglo han asesinado en forma despiadada a decenas de miles de inocentes,
secuestrado, extorsionado y causado inmensos daños económicos. Las negociaciones
de La Habana son de Estado a Estado, entre iguales, lo que arroja mantos de
dudas sobre el correcto funcionamiento de las instituciones colombianas. Por eso, entre otras cosas, es buena la
presencia de un nuevo Presidente que rectifique el entuerto.
Germán Chica, Oscar Zuluaga, J.J. Rendón, Uribe Vélez, J.M. Santos y Bautista. Foto Semana.com |
Pero el problema de fondo está en los presidentes
providenciales, que llegan para aferrarse al poder. Ahí comienzan los dolores
de cabeza, porque ellos terminan por convertirse en caudillos, por creer que
son únicos e indispensables, exactamente como Alvaro Uribe Vélez, que comenzó a
actuar de manera torcida para tratar de obtener un tercer período
constitucional. Y cuando no pudo,
entonces creyó que podía proyectarse a través de su ministro de la Defensa, a
quien trató de tutelar.
Uribe es un caudillo con salidas similares a las de su
odiado Hugo Chávez, cosa inconveniente.
Creó un partido con el solo propósito de combatir a su ex ministro
Santos y para buscar fórmulas alternativas de caudillismo. Se hizo elegir senador e hizo postular
candidato a su también ex ministro Oscar Iván Zuluaga, un hombre sin estrella
política propia, pero, por supuesto, está por verse cómo sería (o será) su
Presidencia. ¿Se dejará tutelar por Uribe? ¿Gobernará con criterios propios?
Esos son males que conducen al progresivo desprestigio de
las instituciones y terminan en lo que es hoy Venezuela. Venezuela era un país con
conspiradores profesionales de distinto pelaje, medios de comunicación que pretendían
gobernar y ser oposición; políticos como Rafael Caldera, que se sentían
omnímodos y propietarios de la verdad absoluta, y partidos que incurrían en
graves desviaciones clientelares. ¡Ahí
están los resultados! En medio de sus
admirables éxitos, los colombianos deberían mirarse en el terrible espejo
venezolano.
Frente a las campañas electorales colombianas hay que
ponerse un pañuelo en la nariz, porque son diseñadas por especialistas en
guerra de cloacas al estilo de J.J. Rendón, quien además protagonizó ese caso
repugnante que puso plomo en el ala a la candidatura reeleccionista de Santos. Todo
eso derrumba a cualquier país.
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