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sábado, 17 de mayo de 2014

¿Colombia prospera o se hunde?

De cómo un país con admirables avances económicos se hunde en la política de cloacas.  La malvada reelección presidencial.

Ricardo Escalante
Es obvio que las intenciones reeleccionistas de Juan Manuel Santos en la Presidencia colombiana están en vilo, y eso es saludable para esa democracia cuyos líderes han puesto en evidencia serias desviaciones. Las reelecciones en países de marcado presidencialismo solo acarrean males difíciles de curar, frente a los cuales lo mejor es vacunarse a tiempo.

En su afán de continuar en el poder, Santos incurrió en la debilidad de conceder beligerancia a narcoterroristas que por más de medio siglo han asesinado en forma despiadada a decenas de miles de inocentes, secuestrado, extorsionado y causado inmensos daños económicos. Las negociaciones de La Habana son de Estado a Estado, entre iguales, lo que arroja mantos de dudas sobre el correcto funcionamiento de las instituciones colombianas.  Por eso, entre otras cosas, es buena la presencia de un nuevo Presidente que rectifique el entuerto.

Germán Chica, Oscar Zuluaga, J.J. Rendón, Uribe Vélez, J.M. Santos y Bautista. Foto Semana.com
Claro, sería injusto decir que Santos ha sido ineficiente desde el punto de vista administrativo. La economía de ese país es ahora mucho más robusta que en la época de Uribe Vélez. Al finalizar 2013, el crecimiento económico era de 4.3 por ciento con proyecciones de aumento sostenido, el PIB per cápita era de 7.933 dólares y la inflación estaba contenida en 2.7 por ciento anual. La diversificación del sector económico privado se mantiene en admirable expansión. Son cifras asombrosas, mientras la vecina Venezuela está en ruinas, sin siquiera papel higiénico.

Pero el problema de fondo está en los presidentes providenciales, que llegan para aferrarse al poder. Ahí comienzan los dolores de cabeza, porque ellos terminan por convertirse en caudillos, por creer que son únicos e indispensables, exactamente como Alvaro Uribe Vélez, que comenzó a actuar de manera torcida para tratar de obtener un tercer período constitucional.  Y cuando no pudo, entonces creyó que podía proyectarse a través de su ministro de la Defensa, a quien trató de tutelar.

Uribe es un caudillo con salidas similares a las de su odiado Hugo Chávez, cosa inconveniente.  Creó un partido con el solo propósito de combatir a su ex ministro Santos y para buscar fórmulas alternativas de caudillismo.  Se hizo elegir senador e hizo postular candidato a su también ex ministro Oscar Iván Zuluaga, un hombre sin estrella política propia, pero, por supuesto, está por verse cómo sería (o será) su Presidencia. ¿Se dejará tutelar por Uribe? ¿Gobernará con criterios propios?

Esos son males que conducen al progresivo desprestigio de las instituciones y terminan en lo que es hoy Venezuela. Venezuela era un país con conspiradores profesionales de distinto pelaje, medios de comunicación que pretendían gobernar y ser oposición; políticos como Rafael Caldera, que se sentían omnímodos y propietarios de la verdad absoluta, y partidos que incurrían en graves desviaciones clientelares.  ¡Ahí están los resultados!  En medio de sus admirables éxitos, los colombianos deberían mirarse en el terrible espejo venezolano.

Frente a las campañas electorales colombianas hay que ponerse un pañuelo en la nariz, porque son diseñadas por especialistas en guerra de cloacas al estilo de J.J. Rendón, quien además protagonizó ese caso repugnante que puso plomo en el ala a la candidatura reeleccionista de Santos. Todo eso derrumba a cualquier país.

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