Ricardo Escalante,
Texas
Los días finales de la campaña electoral venezolana han sido tan dinámicos y han despertado tantas expectativas dentro y fuera del país, que no pueden dejar de ser analizados con cierto detenimiento. Y la razón es que no se trata de una elección cualquiera, y el resultado tendrá repercusiones en Venezuela y en varias naciones del Continente.
Un aspecto relevante es el remate espectacular del candidato Henrique Capriles, que ha superado en contenido y emoción popular al presidente Hugo Chávez. Capriles ha visitado más ciudades y tenido más contacto directo con los electores, mientras las intervenciones del jefe del Estado han sido breves y enfocadas a descalificar al rival en términos personales. La enfermedad impone límites.
Los más recientes discursos de Capriles han sido buenos, con ataques frontales y efectivos al gobierno, que ha sido incapaz de enfrentar la inseguridad individual y colectiva, las deficiencias de los servicios públicos, el despilfarro de los recursos naturales, el deterioro de la salud, el aumento del costo de vida y la corrupción. Sus ofertas se concentran en lo que toca a la gente, como una manera de hacer un contraste con Chávez.
El discurso presidencial luce cansado, repetitivo, tedioso, sin novedades. Después de 14 años en la Presidencia de la República, Chávez ha continuado presentándose como si esta fuera su primera vez: Habla de futuro y no de realizaciones concretas. Claro, carga a cuestas un historial difícil de vender: expropiaciones e invasiones a diestra y siniestra, desmantelamiento del aparato económico privado, apabullamiento a través de los medios de comunicación, intentos de imponer un partido único, atropellos a todos los derechos civiles y políticos, concentración de las instituciones del Estado en un solo hombre, dispendio y corrupción, malos servicios públicos y, sobre todas las cosas, el hampa se apoderado del país.
Aquella infeliz frase -“si mis hijos tuvieran hambre, yo también saldría a robar”- pronunciada cuando apenas se disponía a comenzar el gobierno, ha sido el eje de su política oficial de los últimos 14 años. Por lo menos un miembro de cada familia venezolana ha sido víctima de alguna forma de delito, porque desde el Ejecutivo se han promovido bandas hamponiles y la justicia dejó de existir. La gestión de Chávez es difícil de digerir, pero, por supuesto, no se puede negar que conserva apoyos de un considerable sector popular.
En medio de su mensaje anacrónico, el Presidente acaba de revelar que recibió una carta más de Fidel Castro, en la cual el apolillado dictador cubano le ratificaba su apoyo y le daba seguridades de triunfo. ¿Será bueno eso para un país cuya población es esencialmente joven? Y hace semana y media, Nicolás Maduro fue grabado en Catia mientras se quejaba de la organización de un acto de masas. Al ver una escuálida manifestación a favor del líder, solo pudo exclamar “¡Qué cagada!”, mientras el ministro de información ripostaba: “¡Eso es lo que hay!”
Ya casi en la víspera del 7 de octubre, nadie podría desconocer que Capriles logró el favorable efecto del contraste: Un hombre joven, lleno de vida, activo, nada mesiánico, que promete el diálogo y un gobierno con la participación de todos, frente al ególatra que se siente amo y señor de todo. En un arranque de sinceridad, Chávez hizo una confesión importante: Lo que importa es él y solo él. “¡Qué importa que se vaya la l,uz, qué importa que haya huecos, qué importa que haya delincuencia, si lo importante soy yo!..”
Por todo eso, los electores están en la disyuntiva entre el cambio, el resurgimiento de las instituciones y la democracia efectiva, por un lado, y el infierno que encarna y pretende profundizar Hugo Chávez Frías, por el otro. No obstante, en este instante el instante en que salta a la vista una riesgosa emoción desbordada, es necesario advertir: ¡Eso es lo que está en juego!.
Un aspecto relevante es el remate espectacular del candidato Henrique Capriles, que ha superado en contenido y emoción popular al presidente Hugo Chávez. Capriles ha visitado más ciudades y tenido más contacto directo con los electores, mientras las intervenciones del jefe del Estado han sido breves y enfocadas a descalificar al rival en términos personales. La enfermedad impone límites.
Los más recientes discursos de Capriles han sido buenos, con ataques frontales y efectivos al gobierno, que ha sido incapaz de enfrentar la inseguridad individual y colectiva, las deficiencias de los servicios públicos, el despilfarro de los recursos naturales, el deterioro de la salud, el aumento del costo de vida y la corrupción. Sus ofertas se concentran en lo que toca a la gente, como una manera de hacer un contraste con Chávez.
El discurso presidencial luce cansado, repetitivo, tedioso, sin novedades. Después de 14 años en la Presidencia de la República, Chávez ha continuado presentándose como si esta fuera su primera vez: Habla de futuro y no de realizaciones concretas. Claro, carga a cuestas un historial difícil de vender: expropiaciones e invasiones a diestra y siniestra, desmantelamiento del aparato económico privado, apabullamiento a través de los medios de comunicación, intentos de imponer un partido único, atropellos a todos los derechos civiles y políticos, concentración de las instituciones del Estado en un solo hombre, dispendio y corrupción, malos servicios públicos y, sobre todas las cosas, el hampa se apoderado del país.
Aquella infeliz frase -“si mis hijos tuvieran hambre, yo también saldría a robar”- pronunciada cuando apenas se disponía a comenzar el gobierno, ha sido el eje de su política oficial de los últimos 14 años. Por lo menos un miembro de cada familia venezolana ha sido víctima de alguna forma de delito, porque desde el Ejecutivo se han promovido bandas hamponiles y la justicia dejó de existir. La gestión de Chávez es difícil de digerir, pero, por supuesto, no se puede negar que conserva apoyos de un considerable sector popular.
En medio de su mensaje anacrónico, el Presidente acaba de revelar que recibió una carta más de Fidel Castro, en la cual el apolillado dictador cubano le ratificaba su apoyo y le daba seguridades de triunfo. ¿Será bueno eso para un país cuya población es esencialmente joven? Y hace semana y media, Nicolás Maduro fue grabado en Catia mientras se quejaba de la organización de un acto de masas. Al ver una escuálida manifestación a favor del líder, solo pudo exclamar “¡Qué cagada!”, mientras el ministro de información ripostaba: “¡Eso es lo que hay!”
Ya casi en la víspera del 7 de octubre, nadie podría desconocer que Capriles logró el favorable efecto del contraste: Un hombre joven, lleno de vida, activo, nada mesiánico, que promete el diálogo y un gobierno con la participación de todos, frente al ególatra que se siente amo y señor de todo. En un arranque de sinceridad, Chávez hizo una confesión importante: Lo que importa es él y solo él. “¡Qué importa que se vaya la l,uz, qué importa que haya huecos, qué importa que haya delincuencia, si lo importante soy yo!..”
Por todo eso, los electores están en la disyuntiva entre el cambio, el resurgimiento de las instituciones y la democracia efectiva, por un lado, y el infierno que encarna y pretende profundizar Hugo Chávez Frías, por el otro. No obstante, en este instante el instante en que salta a la vista una riesgosa emoción desbordada, es necesario advertir: ¡Eso es lo que está en juego!.
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