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jueves, 28 de junio de 2012

México, elecciones y desconcierto


Ricardo Escalante, Texas
Las elecciones mexicanas de este domingo primero de julio marcarán el retorno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno y con él se abrirán grandes incógnitas sobre la estabilidad de las instituciones de un país grande en términos territoriales y de población, inseguro y con una cada vez más debilitada influencia internacional.

Cuando escribo esto faltan apenas unas horas para el inminente triunfo del candidato priísta Enrique Peña Nieto, después de dos períodos consecutivos del Partido de Acción Nacional (PAN) en la Presidencia de la República. Hace doce años nadie podía pensar que el PRI, luego 70 años de poder hegemónico y vicios, tendría capacidad para reorganizarse y agarrar otra vez las riendas del país azteca. Nadie apostaba un centavo a que eso ocurriera y, sin embargo, ahí está.

Ese regreso no es fruto de especiales cualidades de liderazgo de Peña Nieto, sino la consecuencia de promesas incumplidas de los gobiernos de centro derecha de Vicente Fox y Felipe Calderón, de una inseguridad galopante que recuerda la peor era colombiana del narcotráfico y, además, el resultado de la ausencia de opciones sólidas: Andrés López Obrador, candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), es un demagogo con arranques de intemperancia, con un pasado de simpatías chavistas y hasta de desconocimiento del triunfo del presidente Calderón, mientras la señora Josefina Vásquez Mota, del PAN, ha tenido que cargar con el desprestigio de la administración de Calderón y con el rechazo de Fox, que ahora apoyaba lo que en sus mejores tiempos combatía: el PRI.

Atado a poderosos intereses económicos y con acusaciones de falta de probidad, Peña Nieto llega a la Presidencia mexicana cuando el régimen venezolano todavía despierta simpatías importantes e inocultables en la región y ha desatado una preocupante carrera armamentista. La solidaridad desarrollada a través de Petrocaribe y la promoción de gobiernos autoritarios financiados directamente desde Caracas, han alimentado silencios y complicidades a pesar del riesgo de un conflicto militar. Brasil, entretanto, ha cosechado un impactante crecimiento económico y algunos resultados positivos en sus políticas internas, pero en su política internacional ha coqueteado con Chávez para lograr negocios para sus empresas.

En este momento no hay elementos suficientes para pensar que a corto plazo México podrá servir de punto de equilibrio, de moderación o contrapeso frente a Hugo Chávez. En estos últimos años los mexicanos se han sumido en violencia y en problemas sociales tan agudos, que por el bien de México y de América Latina, no queda otra posibilidad que desearle el mejor de los éxitos al enigmático Peña Nieto. ¿Lo hará bien?

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