Jóvito Villalba, líder fundamental de Unión Republicana Democrática (URD), es probablemente el venezolano que mejor representa la imagen del perdedor y, al mismo tiempo, de pertinaz luchador por sus convicciones cívicas y antimilitaristas.
Desde temprano en su vida y hasta el final, comprendió que su campo de acción estaba en el combate a los totalitarismos y en la defensa de las libertades, del pluralismo político. En eso era firme, decidido, y nunca, ni por nada ni por nadie, renunció a su propósito. Estuvo varias veces en el exilio, fue perseguido, encarcelado y, por la misma razón, sus estudios de Derecho se hicieron demasiado largos.
URD siempre esperaba conocer el criterio del conductor y su seña para trazar el camino a seguir. La vida de Villalba fue simultánea con las de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, con quienes muchas veces coincidió y también discrepó y compitió. Nunca ganó, pero en ningún instante se sintió empujado a darle una patada a la mesa, a entrar en conspiraciones para derrumbar el sistema democrático que había contribuido a levantar en Venezuela. Con Betancourt y Caldera firmó el famoso Pacto de Punto Fijo -destinado a darle sustento al gobierno que surgiera de las elecciones presidenciales de diciembre de 1958-, cuya duración fue corta pero se convirtió en sinónimo de gobernabilidad y entendimiento nacional.
Con su voz gangosa y su especial inteligencia, Villalba es probablemente el mejor orador venezolano de todos los tiempos y un constitucionalista y profesor de especial brillo. Sus diagnósticos políticos eran precisos, acertados, a partir de los cuales diseñaba estrategias que pronto abandonaba para terminar en fracasos que no lo amilanaban. El carácter explosivo hacía que entre sus allegados se dijera que había que tenerle un cariño especial, para entender sus reacciones a veces desconcertantes, como ocurrió cuando horas después de haber participado en la elección del candidato presidencial de la Nueva Fuerza para las elecciones de 1973 -en una alianza con el Movimiento Electoral del Pueblo y con el Partido Comunista- y haber reconocido a Jesús Angel Paz Galarraga como ganador, denunció fraude y se postuló en representación de su propia tienda política. En esa oportunidad obtuvo sólo 3 por ciento de los votos.
Lo conocí en los años 70 en su oficina de la Torre Polar, en la Plaza Venezuela, cuando yo era reportero de El Carabobeño en Caracas y él jugaba un rol estelar en el país. Después, mientras yo trabajaba para El Universal, nos hicimos amigos y yo lo frecuentaba. Era culto, irónico, conocedor de grandes políticos, entre quienes admiraba de manera especial al francés Léon Blum y su socialismo democrático.
Con el paso de los años, Villalba había llegado al convencimiento de que la reelección presidencial era nefasta para los pueblos, frente a lo cual era recomendable vacunarse con anticipación. Una vez, mientras almorzábamos en el restaurante Urrutia, en la avenida Solano de Caracas, le hice un comentario sobre lo que parecían ser los signos iniciales de la aspiración de nuestro común amigo Carlos Andrés Pérez a presidir la República por segunda vez. Escuchó con atención y luego dijo algo que no olvido: “Si Carlos Andrés se lanza, me va a encontrar de frente”, pero, por supuesto, no pudo cumplir su sentencia porque la salud le jugó una mala pasada y pronto dejó de aparecer en público.
Como ejemplos contundentes de aquella afirmación, citaba los casos de Hipólito Irigoyen en Argentina y de Alfonso López Pumarejo en Colombia, quienes después de haber sido exitosos en sus primeros gobiernos, condujeron a sus países al desastre en segundas oportunidades.
Desde temprano en su vida y hasta el final, comprendió que su campo de acción estaba en el combate a los totalitarismos y en la defensa de las libertades, del pluralismo político. En eso era firme, decidido, y nunca, ni por nada ni por nadie, renunció a su propósito. Estuvo varias veces en el exilio, fue perseguido, encarcelado y, por la misma razón, sus estudios de Derecho se hicieron demasiado largos.
URD siempre esperaba conocer el criterio del conductor y su seña para trazar el camino a seguir. La vida de Villalba fue simultánea con las de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, con quienes muchas veces coincidió y también discrepó y compitió. Nunca ganó, pero en ningún instante se sintió empujado a darle una patada a la mesa, a entrar en conspiraciones para derrumbar el sistema democrático que había contribuido a levantar en Venezuela. Con Betancourt y Caldera firmó el famoso Pacto de Punto Fijo -destinado a darle sustento al gobierno que surgiera de las elecciones presidenciales de diciembre de 1958-, cuya duración fue corta pero se convirtió en sinónimo de gobernabilidad y entendimiento nacional.
Con su voz gangosa y su especial inteligencia, Villalba es probablemente el mejor orador venezolano de todos los tiempos y un constitucionalista y profesor de especial brillo. Sus diagnósticos políticos eran precisos, acertados, a partir de los cuales diseñaba estrategias que pronto abandonaba para terminar en fracasos que no lo amilanaban. El carácter explosivo hacía que entre sus allegados se dijera que había que tenerle un cariño especial, para entender sus reacciones a veces desconcertantes, como ocurrió cuando horas después de haber participado en la elección del candidato presidencial de la Nueva Fuerza para las elecciones de 1973 -en una alianza con el Movimiento Electoral del Pueblo y con el Partido Comunista- y haber reconocido a Jesús Angel Paz Galarraga como ganador, denunció fraude y se postuló en representación de su propia tienda política. En esa oportunidad obtuvo sólo 3 por ciento de los votos.
Lo conocí en los años 70 en su oficina de la Torre Polar, en la Plaza Venezuela, cuando yo era reportero de El Carabobeño en Caracas y él jugaba un rol estelar en el país. Después, mientras yo trabajaba para El Universal, nos hicimos amigos y yo lo frecuentaba. Era culto, irónico, conocedor de grandes políticos, entre quienes admiraba de manera especial al francés Léon Blum y su socialismo democrático.
Con el paso de los años, Villalba había llegado al convencimiento de que la reelección presidencial era nefasta para los pueblos, frente a lo cual era recomendable vacunarse con anticipación. Una vez, mientras almorzábamos en el restaurante Urrutia, en la avenida Solano de Caracas, le hice un comentario sobre lo que parecían ser los signos iniciales de la aspiración de nuestro común amigo Carlos Andrés Pérez a presidir la República por segunda vez. Escuchó con atención y luego dijo algo que no olvido: “Si Carlos Andrés se lanza, me va a encontrar de frente”, pero, por supuesto, no pudo cumplir su sentencia porque la salud le jugó una mala pasada y pronto dejó de aparecer en público.
Como ejemplos contundentes de aquella afirmación, citaba los casos de Hipólito Irigoyen en Argentina y de Alfonso López Pumarejo en Colombia, quienes después de haber sido exitosos en sus primeros gobiernos, condujeron a sus países al desastre en segundas oportunidades.
ricardoescalante@yahoo.com
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