Ricardo Escalante, Texas
Una vez le escuché decir privadamente a Carlos
Andrés Pérez que su pecado había sido el de la carne, y tal vez debió haber
impedido ciertas apariciones públicas de Cecilia Matos, como esa de la fastuosa
celebración de un cumpleaños con dos mil personas, entre quienes destacaba la embajadora
colombiana Noemí Sanin. Aquella vida
políticamente agitada y amplia a la vez, con decisiones y hechos que están en
la historia venezolana, ni siquiera encontró descanso al morir: Su cuerpo pasó
meses en una nevera como consecuencia de lamentables disputas familiares
Durante el
primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), yo cubría ocasionalmente informaciones
en el Palacio de Miraflores y, a veces, escuchaba algunos rumores sobre la
existencia de una amante del Presidente.
Ella, sin embargo, no era vista por allí y todo indica que sus visitas a
ese lugar eran poco frecuentes y ocurrían en horas de poca actividad.
Aquella era
la época del boom petrolero y de “La Gran Venezuela”, cuando el Presidente
nacionalizó las industrias de los hidrocarburos y del hierro, estimuló el
surgimiento de una nueva clase media y creó el Plan de Becas Gran Mariscal de
Ayacucho, que permitió la formación de un importante contingente de jóvenes
venezolanos en las mejores universidades del mundo. También fueron construidas
importantes obras de infraestructura y la política de pleno empleo produjo
resultados importantes.
Rómulo
Betancourt, cuya influencia en Acción Democrática y en el país era muy grande,
había sido el promotor de la expulsión de Cuba de la OEA y del bloqueo
económico y, por supuesto, rechazaba toda posibilidad de restablecer relaciones
diplomáticas con el régimen de los Castro. Convencido de que la mejor manera de
impulsar la democratización de Cuba era evitando su aislamiento, CAP reanudó
las relaciones diplomáticas e irritó al fundador del partido. Ahí comenzó la
ojeriza.
En aquel
momento tuve la oportunidad de conocer al entonces Presidente y entablamos una
amistad que con el paso de los años se robusteció. Conversé con él en
innumerables oportunidades, muchas veces hasta sobre asuntos intrascendentes y
ví en él un político de especiales condiciones políticas y humanas, sin
rencores ni sectarismos.
El estilo
frontal de abordar el debate político le generaba adversarios, pero él practicaba
la democracia al no buscar la liquidación de sus adversarios y, por el
contrario, les daba nuevas oportunidades. Su tesis era que los males de la
democracia se curaban con más democracia. Esto era una virtud y, al mismo
tiempo, un error que tuvo que pagar caro porque, por ejemplo, a pesar de
haberle sido hechas advertencias a tiempo, aceptó que un hombre lleno de odio y
enamorado de sí mismo, Ramón Escovar Salom, fuera designado Fiscal General de
la República. Lo que vino después es harto conocido.
Carlos
Andrés Pérez era valiente. En la medida en que los problemas eran más grandes
él se crecía. No se escondía ni lloraba cuando el mundo de le ponía pequeño,
como si lo ha demostrado el teniente coronel que intentó derrocarlo y
asesinarlo.
Los golpes
de Estado de 1992 desestabilizaron su segundo gobierno cuando la economía
nacional daba muestras de haber comenzado a enderezarse. Ya estaban en curso
las conspiraciones de todo género, en medio de las cuales el país echaba humo
por los cuatro costados y fue pavimentado el camino para someter a juicio al
Presidente. Me consta que entre sus peores enemigos había adecos que actuaban
por mampuesto contra él y trataban de hacerlo aparecer como el único culpable
de todos los males. Ellos se sintieron
felices expulsándolo del partido y luego, cuando murió, algunos se rasgaban las
vestiduras en medio de loas para tratar de convertirlo en un héroe.
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