Ricardo Escalante
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello superan la ferocidad
demostrada por Hugo Chávez en los acuciantes días 11 y 12 de abril de 2002,
porque además de extender los atropellos a todo el territorio nacional, ellos
tienen paramilitares y parapolicías organizados que alardean de su poder de
fuego y capacidad para sembrar pánico. Y como si fuera poco, está comprobada la
presencia de militares cubanos con uniformes de la Guardia Nacional.
Esa fuerza, no obstante, ha resultado insuficiente para
aplacar las protestas porque el régimen subestimó a las masas, cuya admirable lucha desbordó
incluso al liderazgo opositor, que ahora hace esfuerzos para capitalizar el
descontento. La situación del Táchira es
alarmante porque las acciones del aparato represivo pasaron a ser
desproporcionadas, con uso de aviones militares rusos, helicópteros artillados
y paracaidistas, frente a protestas imaginativas y contundentes de la población
civil desarmada.
Las manifestaciones callejeras ya se registraban en San
Cristóbal desde hacía una semana, sin que hubiera muertes o destrozos a
instalaciones públicas o privadas. Hay
múltiples testimonios de que fueron los colectivos, en sus actuaciones
coordinadas con piquetes de la Guardia Nacional, quienes empezaron los
destrozos durante la noche del pasado miércoles, mientras la población dormía.
La ciudad estaba en calma.
¿Cómo se explica eso? Ahh, muy sencillo: En la cabeza de
Maduro habitan dos personas que nunca se ponen de acuerdo: Una es lenta, pesada
en su andar, inculta, incapaz de hilar un discurso coherente con las cuatro
frases que aprendió en Cuba, cuya ineficiencia acabó hasta el papel higiénico y
la harina para las deliciosas arepas; la otra es pandillera, destructiva, intemperante,
que sólo sabe aumentar el número de presos políticos y todo lo arregla con
fuerza bruta. La primera a veces habla
de armonía y diálogo, la segunda es pugnaz a rabiar. Por eso, en medio de la estolidez, Maduro es
su propio enemigo.
En San Cristóbal y otras ciudades del Táchira, donde la
ausencia de alimentos y otros productos se siente con mayor intensidad, el
gobierno ha llegado a interrumpir los servicios de internet y teléfonos. En Mérida
ha cortado la electricidad en momentos álgidos de las manifestaciones
estudiantiles, para generar confusión y desconcierto, pero los venezolanos
están decididos a continuar la reclamación de sus derechos individuales y
colectivos. Los embates de paramilitares
y de la Guardia Nacional son permanentes.
La censura y autocensura de los medios de comunicación
nacionales y regionales, sobre todo en la radio y la televisión, son críticas.
Los corresponsales extranjeros continúan en el desempeño de sus funciones, a
pesar de que algunos han sido amenazados.
En ese ambiente sin libertades, las redes sociales pasaron a ser el medio
de comunicación esencial. El porcentaje y la frecuencia de usuarios de esos
instrumentos en Venezuela, están entre los más elevados de América Latina y del
mundo.
En las redes, sin embargo, ha salido a relucir el lado riesgoso que causa confusión, porque hay quienes las utilizan para lanzar rumores, verdades a medias y falsedades descaradas. Un ejemplo de irresponsabilidad delirante es el de una actriz que colocó en Facebook la foto trucada de un “joven” que practicaba sexo oral con un supuesto Guardia Nacional, acompañada de la leyenda “a estos vejámenes son sometidos nuestros estudiantes”…. El montaje -que da lugar a preguntarse si esos ardides son válidos como herramienta de confrontación-, circuló de manera profusa porque muchos incautos lo repitieron.
De la misma manera, en el gobierno hay equipos dedicados
a bloquear y a congestionar páginas web y, a través de Facebook, Instagram y
Twitter, tratan de distorsionar la realidad. Con Youtube -fuente de divulgación
de videos en los cuales se demuestra la violencia oficial- el gobierno
venezolano no ha podido hacer nada hasta ahora. A pesar del control de los
ciudadanos y del régimen de terror, los ciudadanos están en las calles y todo
indica que van a continuar, porque están hartos de mentiras y manipulaciones de
los resortes del Estado y, sobre todo, porque el hambre ya es irresistible.
¿Qué puede y qué va a pasar ahora? Es difícil predecirlo, pero hay signos de que
el gobierno en su desesperación incurre en costosos errores. En el mundo actual, cuando imágenes pavorosas
vuelan por todos los rincones y nada las puede impedir, las violaciones de los
derechos humanos son un tema sensible y Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no
lograrán quitarse la etiqueta de dictadores, pero, al mismo tiempo, las
falencias de la dirigencia opositora son grandes y actúan como un freno en la
búsqueda de una pronta y eficiente solución. Algo que también parece obvio es
que si las masas ponen fin a sus protestas, se repetirán los episodios de
engaños y el hambre se agudizará todavía más, con lo cual la dictadura se
atornillará por tiempo indefinido. ¿Qué
nos deparará el futuro? Nadie tiene la
bola de cristal.
@opinionricardo
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