Ricardo Escalante
Nunca como ahora
Venezuela había estado al borde de un baño de sangre en gran escala como
consecuencia de la represión brutal del gobierno militarista-totalitario e
ineficiente. La gente se lanza las calles de manera cuasi espontánea porque
quiere poner coto al hampa callejera, a la
inflación desbocada, a la falta de alimentos, al robo de los dineros públicos,
a la inseguridad, la censura a los medios de comunicación y a las muertes y
heridos causados por el gobierno.
Nicolás Maduro
reprime en forma brutal las cada vez más grandes manifestaciones de protesta, y
lo hace con la fuerza policial y con esa estructura paramilitar denominada
“colectivos”, que responden a las órdenes de Diosdado Cabello. Son múltiples
las fotografías en las cuales se observan los mercenarios de Cabello en plena
acción, armados hasta las muelas, mientras disparan contra la población inerme.
La gente está en
las calles y tiene que hacerlo. Ya no puede continuar impasible ante la
interminable cadena de vejámenes, pero, al mismo tiempo, en este instante se pone
de manifiesto la necesidad de un conductor con agudo olfato político y
valentía, que interprete los sentimientos colectivos, porque las masas corren
grave peligro cuando se descarrían, sucumben ante las balas del gobierno y no
terminan en nada bueno. Quienes han estudiado historia de movimientos sociales
saben que al actuar por sí mismas, las masas solo tienen sentimientos de
anarquía. ¡Son irracionales!
Un terrible
ejemplo del delirio de la anarquía es lo ocurrido a partir del 9 de abril de
1948, cuando el carismático líder Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado en Bogotá. La ciudad ardió en un desenfreno total. Nadie sabía quién era quién. Los colombianos
salían a las calles a matarse unos a otros sin saber por qué, a quemar
negocios, a saquear, a destruirlo todo a su paso, en lo que fue una orgía de
violencia de muchos años. Hay quienes
calculan en más de 250 mil muertos el número de caídos en ese infortunado
proceso.
En Venezuela
también hemos tenido experiencias de ese tipo. La peor ocurrió el 27 y 28 de
febrero de 1989, apenas un mes después del segundo ascenso de Carlos Andrés
Pérez a la Presidencia de la República. La cantidad de muertos nunca se llegó a
precisar, pero se sabe que fueron varios cientos y que hubo miles de heridos,
cuando todavía el famoso “paquetazo” de ajustes económicos no estaba
decidido. El entonces ministro Miguel
Rodríguez, de planificación, apenas había anunciado el aumento del precio de la
gasolina, pero era temprano para saber cuándo entraría en vigencia y cuál sería
el monto.
Aquel desgraciado
suceso fue pretexto para que los conspiradores de oficio se sintieran
estimulados en su propósito de demoler el sistema. Por un lado Arturo Uslar Pietri, Jorge
Olavarría, ciertos dueños y directores de periódicos y otros, arreciaron su
campaña anti sistema y, por el otro, la logia de militares que había estado
fraguando golpes durante años aceleró los planes del alzamiento del 4 de
febrero de 1992. Es una larga y bien conocida historia, que contó con el
malévolo oportunismo de Rafael Caldera, Ramón Escovar Salom y otros.
Ahora bien, en las
actuales y graves circunstancias que atraviesa Venezuela, urge un líder
opositor y un grupo de dirección colectiva sólido, con firmeza para enfrentar
sin tregua a los facinerosos del gobierno, encabezados por Nicolás Maduro y
Diosdado Cabello. Hasta ahora las masas no se han descarrilado, pero eso
pudiera pasar. En el movimiento estudiantil hay jóvenes inteligentes y con
espíritu democrático, como lo ha demostrado el hasta ahora sensato Juan
Requesens, pero falta alguien más.
@opinionricardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario