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martes, 8 de enero de 2013

¡Vainas de Nicolás!

Ricardo Escalante, Texas

Cada vez encuentro más razones para admirar las virtudes de mi excelso Maestro de Derecho Constitucional Pluscuamperfecto, Nicolás Maduro, aunque debo aclarar de una vez por todas que tal vez por un hecho meramente fortuito, el hijo de Hugo Rafael Chávez Frías es él y no yo. Eso, por supuesto, lo hace a él heredero universal y directo de la fortuna intelectual del prenombrado ciudadano de Sabaneta.

Mi venerado Maestro defensor del principio constitucional según el cual “chivo que se devuelve se esnuca”, acaba de reconocer en vivo y en directo que su padre le había girado instrucciones “para que lo siga haciendo bien”. Como especialista en ese derecho constitucional-penal que él mismo creó, recuerdo que Nicolás siempre nos decía “a confesión de parte relevo de pruebas” y, en consecuencia, he decidido liderar una organización  para reclamar y tramitar su cambio de apellido.

¿Cambio de apellido? Si, claro. Me asisten poderosas razones para hacerlo: La primera es mi creciente admiración por él, porque anoche inclusive el señor Maduro se atrevió a echar la tremenda vaina de reconocer que a quien creíamos que era su padre, un buen día le habían metido gato por liebre. Y ésto no lo digo yo. “Su palabra vaya “alante”, como decía con erudición el propio Maestro en sus nada aburridas clases magistrales.  Y tengo, además, una razón de sonoridad, porque no es igual ser Nicolás Chávez que Nicolás Maduro, con todas las implicaciones sucedáneas que ya vendrán a colación.

El Maestro, cuyo bien articulado pensamiento siempre tiene ulteriores y refinadas intenciones, esta vez también dejó colar a través de la televisión sus dudas sobre la naturaleza del ADN del nutrido grupo de socialistas del siglo XXI que lo rodeaba. Agitando el índice derecho, con lentes Christian Dior en la punta de la nariz y en medio de un sepulcral silencio cómplice, agregó: “Chávez es padre de todos nosotros. Todos nosotros somos sus hijos”…  Ahora recuerdo que mi abuelita también estaba armada, a su manera, con frases acordes para cada ocasión. Una de ellas era: "El que calla otorga".

Al escuchar la contundencia de tales palabras, mi viejo amigo Olmedo Lugo me llamó  desde uno de esos ruidosos bares de Sabana Grande, en Caracas, para decirme entre bromas y veras: “¡Ese líder fue toda la vida un GP! Menos mal que nunca pasó por Trujillo, porque esta noche muchos de nosotros estuviéramos mirándonos las caras con inocultable desconcierto”…

¡Què grande es Nicolás!

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