El compromiso social del
escritor es un tema por siempre debatido y no por eso agotado. Escritores de
todos los tiempos han asumido posiciones unas veces militantes, de condena a la
injusticia y a la falta de libertad, mientras otros han preferido la comodidad
del silencio o la identificación con figuras y regímenes arbitrarios. Como
parte inseparable de la sociedad, los intelectuales y artistas deberían tener siempre
claros compromisos políticos o ideológicos.
Mario Vargas Llosa, en ese sentido, ha sido
admirablemente beligerante. En la época en que creía en la izquierda no lo
ocultaba y actuaba en consecuencia. Un buen día descubrió su equivocación y
tampoco lo negó. Durante muchos años ha
sido un pensador liberal y un sólido defensor de la pluralidad de pensamiento y
de la libertad de los pueblos. Ni por un
segundo cierra la boca (o guarda la pluma) para repudiar lo que pasa, por
ejemplo, en Cuba, Venezuela, Argentina, Ecuador o Nicaragua.
El también admirable escritor (chileno) Jorge
Edwards hace poco firmó precisamente con Vargas Llosa, un documento respaldado
por otros intelectuales, llamando a la concordia en Chile y Perú ante al
proceso que inexorablemente conducirá a un fallo internacional en La Haya, por
una larga y amarga disputa sobre fronteras marítimas. Y lo hicieron para tratar
de evitar explosiones de nacionalismos a ultranza.
El autor de La
región más transparente y de La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes,
era otro buen ejemplo del escritor consciente de su función social. Se dedicaba
no solo a la literatura, sino también a los problemas mexicanos y
latinoamericanos y su voz era orientadora. Una vez dijo que Hugo Chávez
tenía un basurero en su cabeza y a Venezuela le esperaban tiempos sombríos,
otra describió a Peña Nieto como un ignorante que no merecía ser presidente de
México porque carecía de capacidad para dialogar con líderes mundiales.
También ha habido, por supuesto, casos lamentables
de intelectuales que han acariciado o abrazado totalitarismos. En forma incomprensible, el gran maestro de
la literatura latinoamericana Jorge Luis Borges Borges, cuando nadie lo
esperaba visitó en 1976 al brutal dictador Augusto Pinochet y le hizo
indelebles elogios. Entre otras cosas dijo: “Es un honor inmerecido ser
recibido por usted, señor Presidente… En Argentina, Chile y Uruguay se están
salvando la libertad y el orden”…
Y, por supuesto, está el caso especial del
genial Gabriel García Márquez, que en una época recorrió los países de la
cortina de hierro y escribió un extenso reportaje sobre la petrificación del
sistema comunista y sus procedimientos para conculcar las libertades individuales,
pero con el paso de los años él tuvo una evolución difícil de entender frente
al también gobierno comunista cubano y los más de seis mil fusilamientos y
desapariciones forzadas. Entabló una sólida amistad con el dictador Fidel
Castro, a quien visitaba con regularidad, y nunca lo condenó ni le exigió una
apertura democrática. Luego de una reunión con Castro, Hugo Chávez y Andrés
Pastrana en La Habana, acompañó al mandatario venezolano en su regreso a
Caracas y escribió un artículo
concediéndole el beneficio de la duda que apenas se disponía a gobernar. Y una
vez que lo publicó, olvidó el tema para siempre.
Ricardoescalante@yahoo.com
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