Dormía
plácidamente a las dos de la madrugada cuando esa bella dominicana que es tanto ama
de llaves como mi siempre amorosa secretaria privada, con su voz sensual
repetía “levántate, levántate. Te llaman desde La Habana”. Confundido y todavía medio dormido le pregunto qué
pasa, quién puede ser a esa hora, y ella con su voz sensual responde: “No sé. No sé,
pero creo que es urgente”.
Mientras
caminaba hacia el teléfono, yo pensaba: “Hugo no puede ser, porque ya él leyó mi
libro Un país de culpas y no le
gustó. Lo encontró aborrecible. ¿Tal vez sea
Raúl, pero quién pudo darle mi número privado?”. Ansioso agarro el auricular y
escucho la inconfundible voz del amigo con quien yo solía tomar unas cervezas en el pub de
Londres donde Humphrey Littleton tocaba blues y jazz. “¡No joda, chico! ¡A quién se le ocurre
llamar a esta hora por pendejadas!”.
“Ningunas
pendejadas. Te llamo porque esto es grave y va más allá del asunto existencial
de Hugo”, me ataja el invariable inglés con su dosis de arrogancia. Eso que algunos
llaman flema pero que en su caso es aun peor. Luego me dice que había viajado a Cuba al
tener noticias de que en el hospital que conocen como Cimeq, ahora existe una
réplica del despacho presidencial de Miraflores. Es igualito, con frescos en
las paredes, jarrones en los rincones y todo lo demás, y ahí se habla de política y de mucho petróleo, de
cuotas en el mercado spot, precios internacionales, etc.
“Vine porque
quiero colocar una cuota de crudo Bachaquero en los mercados de Rotterdam y Londres. Tú sabes, con cierta discreción”. Lo
interrumpí para aclararle que no, que nunca he tenido nada que ver con cosas
turbias. “Si. Si. Tú sabes, porque en
Venezuela eso se habla en las calles, en los bares, en lujosos prostíbulos. Pero bueno, te desperté para contarte que escondido en los jardines
del Cimeq, pude contactar a alguien cercano al rojo rojito alto, pelo blanco,
de sospechosa voz aterciopelada. Estoy
alarmado. Yo quería discutir la cantidad de barriles, eso que llaman grados
API, puertos de embarque, pero no pude avanzar.
La cosa se atascó pronto porque solo buscaban saber cuánto había pa´
eso. “Lo mío es cash en maletas, en
Singapur, en Taiwan, en Moscú”.
Le advertí
al británico que tratar esos temas por teléfono era riesgoso para su vida y le
recordé la suerte de quienes se habían atrevido a denunciar la corrupción en La
Habana, pero él ripostó que llamaba desde un minúsculo aparato que funciona con
un número local de Indonesia. Le comenté la inconveniencia de lanzar al voleo denuncias
sin fundamento, pero me paró en seco con algunos “detallitos”:
“¿No sabes
que entre 2005 y 2008 Venezuela compró 6.340 millones de dólares en bonos de la
deuda argentina? Esos bonos dejaron una cifra astronómica de dólares que
llenaron bolsillos venezolanos y argentinos. ¿Sabías que eso se hacía desde
Pdvsa y en el mercado paralelo? Investiga quién es el cuñado rojo rojito que
estaba detrás de eso… Investiga quién es
el petrolero que multiplicó su fortuna durante los dos meses de la huelga
petrolera de 2002 haciendo despachos para cubrir ciertos contratos. ¿Ahh, y qué me dices del superbanquero que cayó
preso al entrar en conflicto con un miembro de la familia “chá, chá, chá” y con
otro rojito que ahora aspira la sucesión?. Tengo, por cierto, gravísimos datos sobre narcotraficantes incrustados en el poder, pero ahora no te los doy porque veo que tienes sueño”...
Otra vez le
recomendé a mi amigo que bajara la voz porque esas cosas podían ser riesgosas,
aunque en honor a la verdad en ese momento me interesaba conocer más. Yo quería saber quién le suministra tanta y
tan buena información, pero se negó a revelar sus fuentes. “ Shhh. Shhh. Alguien
se acerca, alguien se acerca. I´ll call you back”.
Ya iban a ser
las tres de la madrugada y todo estaba en penumbras. Suelto el auricular dispuesto a reemprender el sueño, doy media vuelta y alcanzo a ver esa irresistible
silueta de mi amorosa secretaria privada siempre lista para todo. Ella me mira,
bosteza y me hace señas…
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