En las
pocas horas de una escala en Houston
del vuelo que lo llevaba de regreso a Londres, me hace una llamada telefónica el viejo amigo
británico sobre quien hacía unas semanas yo había escrito un artículo aunque sin citar su nombre, y lo
hace para decirme que había leído “ciertos irónicos comentarios” en los cuales
él se sentía retratado de cuerpo entero. De entrada me dijo: “Tu sabes que con
mi iPad todo está bajo control”…
Después de
un par de frases que parecían admonitorias sobre aquello que entonces publiqué,
el inglés con esos aires de suficiencia que nunca puede disimular, le imprimió un
rápido y posiblemente premeditado giro a sus palabras para hablarme sobre la
inconveniencia de algunas monarquías a estas alturas del siglo XXI. Y digo algunas porque después sus ácidas
críticas, de todas maneras parecía justificar la bien rancia de su país.
Tuve la
sensación de que sus baterías se enfilaban contra ese Rey mata-elefantes que
hacía poco había armado un escándalo con su acariciado rifle, para después
salir con cara de yo no fui a prometer que no seguiría en su atrocidad. El mismo Rey que ha dejado un halo de dudas
permisivas frente al yerno a quien le gusta aprovecharse de las arcas del
Estado. Por eso, antes de que la perorata de mi
amigo agarrara vuelo, lo detuve para preguntarle cuánto le cuesta a los
británicos sostener la felicidad de una familia real que, como si fuera poco, es la más
adinerada del Reino.
“Tengo que
actualizar las cifras con mi iPad, pero sé que ya en el 2005 ellos nos costaban
55.2 millones de euros y la relación costo-beneficio era alta, pero”… Con su pero trataba de insinuar que la Reina
es un símbolo de los valores tradicionales y morales, aunque al mismo tiempo
bajaba el tono de voz para recordar que el Príncipe Carlos hizo el inolvidable
gasto de más 127 mil euros solo para asistir a las exequias de Ronald Reagan en 2004. “Bueno, hay también muchos otros detalles de reciente data que
mejor no te cuento”…
Yo me
sentía en ventaja esta vez para decirle al inglés que afortunadamente los venezolanos no
teníamos ese problema de la añeja familia real, pero ahí la cosa cambió: “¡Ahora no
me vengas a hablar bien de “Hugo I”! La “familia real” de ustedes va más allá. ¿Quién controla sus abusos? ¿Y qué me dices de la doble
moral de esa corte de ministros ladrones? “Hugo I” gobierna con
los 140 caracteres de Twitter, que maneja muy bien con su iPad desde La Habana
y en sus cortos viajes de reposo en Caracas”…
Luego de un
breve silencio y desarmado por esas frases apabullantes, apenas pude balbucear
algo casi como para despedirme, mientras mi amigo ahora trataba de suavizar sus
conceptos hablándome de las virtudes de la última versión del iPad. “Ya escucho
las turbinas de mi avión, pero te recuerdo que así como la heredera de la
corona noruega, la princesa Märtha Louise, se comunica mentalmente con los caballos y sostiene
sublimes diálogos con los ángeles, “Hugo I” lo hace todas las noches con los
espíritus de Simón Bolívar e Idi Amin Dadá, En sus viajes nocturnos al más allá, él sienta a Bolívar, a Idi Amin y a Gadaffi en una misma mesa. ¡Cómprate un IPad y escribe sobre eso!”… Completamente desconcertado, ahora yo quería que me explicara eso de Idi Amin, pero el ruido de las turbinas me
dejó repitiendo ¿alo?, ¿aló?, ¿aló?
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