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domingo, 8 de abril de 2012

Un país de culpas

Hay pueblos acostumbrados a sobrellevar su “mala suerte” con explicaciones inverosímiles y actúan casi como el niño que cada la mañana le atribuye al osito de peluche la humedad de su colchón. Sienten que no tienen ni arte ni parte en cuanto ha ocurrido y ocurre o, dicho a la manera venezolana, “se hacen los policías de Valera”. Es una manera de ser y de evitar responsabilidades, tratando de esconder incluso la fatal e histórica atracción por el hombre fuerte, autoritario. Ni siquiera admiten que directa o indirectamente estuvieron en conspiraciones, las dejaron pasar o, en el menos maligno de los casos, votaron o siguen haciéndolo con el voto cómplice para que todo siga igual. 

Y como parte de ese mismo juego del osito que orina la cuna, también existen los autócratas que ni siquiera tienen valor para admitir su condición, como sí lo hacía con orgullo Benito Mussolini en sus buenos tiempos. Es inolvidable una entrevista hecha en 1933 por un gran periodista y biógrafo, en la cual el dictador italiano, con su particular sonrisa de “hombre bueno”, dijo sin evasivas algo que muchas noches me quita el sueño: “A las mujeres y a las masas les gustan los hombres fuertes. ¡Y eso soy yo!”… Aquella célebre entrevista fue hecha en el Pallazo di Venecia en Roma, en los tiempos oscuros de muchas democracias y de expansión de gobiernos de terror que sacudían a buena parte del mundo. 

Hoy no podría decirse que se está repitiendo la magnitud del oprobio de aquel entonces, pero tampoco podría negarse la existencia de dictaduras cobijadas por supuestas democracias electorales y es innecesario, por supuesto, ir a buscar ejemplos en países africanos. Menos se podría negar el irresistible atractivo de las prebendas que doblegan a banqueros, académicos, políticos e ingenuas gentes de barrio. 

Por todo lo anterior, no es descabellado preguntarse entonces por qué en Venezuela hay rabiosos opositores de tiempos pasados que a conciencia hacían todo lo posible para dar solidez a fórmulas antidemocráticas con la intención de cosechar beneficios personales, que poco a poco han ido apareciendo después con aureolas virginales para confundirse entre quienes ayer querían volver picadillo. ¿Tendrán ellos derecho a declararse inocentes con posibilidades de liderazgo? Eso puede ser comprensible únicamente en naciones de memoria colectiva corta. Todas esas cosas pueden suceder solo en un país de culpas democráticamente distribuidas, donde sólo unos pocos podrían gritar al voleo “¡a mí que me revisen!”. Por eso, muchas veces me despierto con la sensación de que mi colchón está mojado, pero al mismo tiempo me pregunto qué hice yo, si siempre he sido antimilitarista y jamás he votado por golpistas. 
ricardoescalante@yahoo.com

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