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miércoles, 29 de abril de 2015

Algo más importante que la popularidad presidencial

La fundadora y directora de Latinobarómetro, Marta Lagos, husmea en la flaqueza de las encuestas políticas.  En Venezuela hay una tremenda espiral de silencio.
Ricardo Escalante

Después de haber seguido por años el curso de los acontecimientos en América Latina, la conocida encuestadora chilena Marta Lagos asegura que a pesar de todas sus deficiencias, la democracia llegó a la región para quedarse. Ahora ni siquiera los dictadores quieren ser vistos como tales.

Con un discurso rápido que frena las interrupciones usuales de un periodista, ella por momentos formula tesis poco fáciles de digerir y de aceptar sobre el comportamiento de la opinión pública. Así, por ejemplo, no ve el desplome de la popularidad de un presidente como desencadenante de grandes cambios políticos. Prefiere apuntar en otras direcciones.

La entrevista con la fundadora de Latinobarómetro resulta impersonal, a distancia, sin vernos las caras. Eso, por supuesto, limita la percepción de detalles que podrían hablar más que las palabras. No se puede saber si ríe o arruga la cara, cómo viste o se sienta.  Le propuse franquear la distancia a través de Skype pero lo rechazó sin explicaciones. Apenas exclamó: “¡Por teléfono!” Después de una llamada de 30 ó 40 minutos le solicité algunas fotos suyas de alta resolución para el periódico y, otra vez, dijo “¡No!”

Graduada en economía en la universidad de Heidelberg, en Alemania, también ha tenido algo que ver con centros académicos norteamericanos. Su empresa, con sede en Chile, financiada por gobiernos europeos y organizaciones internacionales, anualmente realiza un estudio de opinión pública en 18 países del Continente, con variables políticas, económicas y sociales. El correspondiente a 2015 será publicado en junio en Buenos Aires.

-Las encuestas en América Latina se han prostituido porque son utilizadas como instrumentos de campaña…
-Eso es muy conocido. Ha sido así y tiene relación con una baja en el desarrollo de la política.  Las encuestas en América Latina son utilizadas como instrumentos de la política y no como instrumentos para la política.

-Hay empresas que se prestan para eso, que ofrecen resultados a satisfacción de quien paga…
-Hubo una época en que las encuestas acertaban. Ahora, en esta parte, en la última ola electoral han dejado de acertar debido a la atomización de partidos y a la dispersión del voto.  Cuando hay 16 candidatos, partidos nuevos o abstención, las encuestas dejan de tener precisión. En los 40 ó 50 años siguientes a la guerra, las encuestas en Europa eran precisas al anticipar resultados electorales, pero a partir de los años 80 eso dejó de ser así, cuando surgieron los movimientos verdes y de extrema derecha, porque las encuestas no son buenas para medir grandes procesos de cambio.

-Hay sobre expectativa con relación a lo que pueden hacer las encuestas, además de la calidad de las mismas. La política invierte en encuestas que no son robustas, que carecen de muestras grandes, de metodología cara, lo que implica invertir en personal calificado, entrenamiento, número de entrevistas, etc.  Cito un caso: Chile, donde hacer sondeos de calidad requiere muestras de no menos de 4 mil entrevistas.  Si continuamos con encuestas como en el pasado, con mil casos, cuando el voto era obligatorio, pues no es posible medir nuevas realidades en las cuales 60 por ciento de la gente no vota.

-Usted habló de márgenes de error causados por la atomización, pero en el caso venezolano eso no ocurre. Hay polarización, a pesar de lo cual las encuestas se equivocan…
-No conozco el problema de Venezuela. Viendo las cosas desde el exterior se puede decir que en ese país hay una alta espiral de silencio. Quienes apoyan a la minoría no manifiestan su intención de voto. Hay quienes quieren apoyar a la oposición pero no se atreven a decirlo porque hay gente que ha ido a la cárcel, etc. Eso distorsiona las encuestas y hace muy difícil obtener resultados precisos.  Hay metodología para desentrañar la tendencia de los que no responden, pero es cara y lenta. Es lo que los encuestadores latinoamericanos no utilizan.

-La espiral de silencio en Venezuela es tremenda. Percibí eso cuando fui a Caracas como particular a observar la última elección de Chávez y luego la de Maduro. He sido observadora de unas 30 elecciones y uno tiene una metodología para determinar hechos.  Esas dos elecciones venezolanas fueron de competencia restringida, con libertades limitadas y desbalance tremendo. Estábamos en presencia de un proceso que pretendía ser una cosa indicativa, que tenía por lo menos una máscara.

-¿Para quiénes trabajan ustedes en Venezuela?
-Para nadie. Cada año contratamos una empresa distinta que hace los trabajos de campo. Les fijamos las condiciones metodológicas y después revisamos los materiales.  Cambiamos empresas para evitar sesgos. Eso permite resultados robustos. El trabajo de campo de este año se hizo entre el 15 de enero y el 15 de febrero. Ahora estamos limpiando la base de datos y vamos a comenzar el procesamiento.  Los resultados serán publicados en junio.

-Seis meses son un largo tiempo. La opinión pública siempre es volátil y puede tener cambios en períodos breves, lo que hace suponer que cuando se publique ya no reflejará la realidad…
-No estoy de acuerdo con esa afirmación.  La opinión pública va, efectivamente, con los acontecimientos, pero en cada país hay una estabilidad bastante congruente con lo que sucede. La volatilidad no es una cosa negativa que invalida los resultados, porque en el fondo muestra la relación entre el acontecimiento y la opinión pública, que es lo que interesa al final de cuentas.

-¿Cómo evalúa el caso chileno?
-Sobre eso sabemos más porque vivimos aquí en Chile. Diría que aquí no hay sorpresas. Desde hace mucho rato los datos vienen diciendo lo que iba a suceder.

-¿Quiere decir que se había previsto el desplome brutal de la popularidad de la señora Bachelet?
-Usted habla en términos coyunturales. Lo interesante no es la popularidad del Presidente, sino qué congruencia tiene esto con la opinión pública. Durante muchos años se ha dicho que los latinoamericanos no tenían confianza ni en las instituciones ni en la élite. Y esa ausencia de confianza –ningún país se salva- viene a concretarse con un acontecimiento político como el referido. Ahora, que la Presidenta pierda 10 ó 15 puntos es apenas una anécdota, porque aquí lo que hay es un cuestionamiento hacia quienes tienen el poder y eso incluye no solo a la Presidenta, sino a toda la clase política: a los senadores y diputados, a los dirigentes gremiales, a los empresarios y a los sindicalistas, a los medios de comunicación.

-Yo discrepo. No creo que la pérdida de popularidad de un Presidente sea irrelevante.
-Es una anécdota. Si uno mira lo que le ocurre a Dilma Rouseff en Brasil, que ha caído a 10 ó 15 por ciento, tenemos que recordar al Presidente Toledo en Perú, que llegó a 4 por ciento y no pasó nada.

-En Venezuela eso no ha sido así.  Hubo un Presidente que llegó a 14 por ciento y terminó fuera del poder…
-Bueno, pero entonces estamos hablando de hace 30 años. Yo hablo de tiempos presentes. Ha habido muchos presidentes que han tenido 4 por ciento y no ha ocurrido nada, porque los pueblos latinoamericanos –incluyendo a Honduras, que es un gran ejemplo- no quieren dictaduras. Nadie quiere ser llamado dictador, ni siquiera los cubanos.  Los cubanos van saliendo de ahí, con lentitud pero saliendo. Apegarse a la democracia es fundamental y, por tanto, los golpes de Estado, si los hubiera, van a ser de un día. Hay una demanda brutal de democracia…

-En la región hay democracias frágiles y…
-Yo no las he calificado. Solo he dicho democracias. Las democracias son distintas vistas por sus pueblos. Hay una visión analítica del investigador y otra de los pueblos, que muchas veces son incongruentes. El estudio nuestro lo que muestra es la visión de los pueblos sobre la democracia, no la visión de la élite. La visión de la élite está súper documentada.

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