Hace menos de una
semana la tranquila Wako, a medio camino entre Dallas y Austin, en Texas, fue
escenario del salvajismo de patotas de motorizados que trataban de resolver sus
rivalidades a la manera de las películas de vaqueros del Lejano Oeste, a
balazos. Es una grave noticia con aspectos dignos de reflexión.
El enfrentamiento
dejó nueve muertos y 18 heridos en aquella ciudad de nombre extraño que en sus orígenes
significaba “hueco”, recordada también porque en sus inmediaciones un
atolondrado que se creía Dios montó una fortaleza, compró montones de equipos
bélicos, desafió el poder del Estado y llevó a la muerte a 69 adultos y 17
niños en abril de 1993.
En ambos casos
las armas habían sido compradas de manera legal porque existen disposiciones
laxas, elaboradas con el criterio de que los derechos individuales deben
respetarse con la mayor amplitud posible, es decir, con el concepto de la
National Rifle Association y su magnifica capacidad de lobby. Es una libertad
que ha conducido a innumerables atrocidades en una nación de cosas buenas y
malas.
El centenar de
patoteros amantes de Hayley Davidson de elevada cilindrada y ruido atronador,
chalecos de cuero con emblemas y frases amenazantes, pelo y barba largos y
cabezas forradas con pañuelos, montó su espectáculo malsano en el preciso
instante en que los legisladores texanos discuten una ley para permitir a los
ciudadanos el libre porte de armas de fuego. Dentro de poco los estudiantes
universitarios podrían llevarlas consigo a las aulas.
Esos
legisladores, sin embargo, no se han preguntado si estarán convirtiendo en
temerarias las objeciones de un profesor al rendimiento de un estudiante que
asistido por la ley se presente, revólver al cinto, a reclamar sus “derechos”.
Se pretende arraigar más esa sociedad texana en la cual quienes no estén
armados deben moverse con cautela, como si fueran delincuentes, porque un loco
se les puede atravesar en cualquier esquina.
Aquel Koresh que
después de proclamar la monogamia como única forma de vida había pasado a
declarar su derecho a 160 esposas, en el 93 protagonizó un enfrentamiento de 50
días con el FBI, mientras los patoteros de ahora lo hicieron entre ellos pero
al final de cuentas también demostraron su alucinamiento y potencial
destructivo.
Claro, eso ocurre
en Estados Unidos, donde existe la más
absoluta libertad de pensamiento y de prensa, donde los problemas se debaten de manera
abierta, hay separación plena de poderes y los presidentes no son ni pueden
ser dueños de la verdad absoluta. Distinta es la cosa en regímenes autoritarios
como el de Venezuela, donde Maduro y su socio Diosdado Cabello son reyezuelos respaldantes
de bandas de hampones que, armadas hasta las muelas, intimidan a la población e
incurren en asaltos, asesinatos y cualquier otra clase de abusos. Los
delincuentes están incrustados en Miraflores y en el tope de la Asamblea
Nacional.
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