Nunca en Estados Unidos una mujer ha estado tan cerca de la jefatura del Estado como Hillary Clinton, hecho demostrativo no solo de sus ambiciones y preparación, sino también augurio de avances positivos en las relaciones entre América Latina y la nación más poderosa del Planeta.
Buenos augurios
porque además de suceder al primer Presidente negro, con ella se profundizaría
el acercamiento de Estados Unidos a Cuba y el inevitable ablandamiento de los
oxidados resortes dictatoriales de los Castro. Como Secretaria de Estado y aún
antes, ella logró una discreta pero constante comunicación con los gobiernos de
la región.
Eso que suena vacuo
es relevante ahora cuando del lado republicano se escuchan discursos parecidos
a aquellos de la época del gran garrote: Jeb Bush, Marco Rubio y Ted Cruz,
quieren halagar a los votantes de habla española al tiempo que recuerdan a los
testarudos John Foster Dulles y Joseph McCarthy con sus sanciones, sin saber
que en América Latina se quiere algo distinto.
Hillary demostró incluso habilidad para conservar el precario equilibrio matrimonial cuando su marido sucumbió a la tentación incompleta de la entonces bella gordita Mónica Lewinsky. En un explicable arranque de ira, la entonces primera dama le causó una pequeña herida en la cabeza con un libro al Bill infiel, pero sin ir más allá para satisfacer los deseos de una sociedad pacata. ¿Dónde estaría ella si se hubiese divorciado?
Hillary es, sin lugar a dudas, inteligente y
ha desarrollado una intensa actividad política. Con experiencia y audacia supo
ayudar al éxito de los períodos presidenciales de Bill Clinton, en los cuales
la economía norteamericana avanzó de manera sostenida y sosegada. Sin
aspavientos. Bill Clinton es el mismo líder una vez dejó absorto a García
Márquez durante una cena al demostrar que además de haber leído El sonido y la furia y otras cosas de
Faulkner, conocía en detalles la obra de Cervantes, la Carlos Fuentes y, por
supuesto, la del propio Gabo. Nada hace dudar que el ex Presidente sería el
mejor de los consejeros de su esposa en la Casa Blanca.
Claro, nada de eso
amarra el futuro con una magnífica cosecha de realidades, pero son buenos augurios
en instantes en que las presidencias femeninas de Brasil, Argentina y Chile,
hacen aguas en los mares de la corrupción, y cuando Keiko Fujimori en Perú y la
bella Zury Ríos, en Guatemala, asoman candidaturas de malos olores.
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