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sábado, 19 de abril de 2014

García Márquez post mortem

Siempre será admirado y querido por los venezolanos, pero entre ellos deja sinsabores por su debilidad ante el tirano cubano.
Ricardo Escalante

Muchos escritores alcanzan notoriedad y hasta obtienen los más elevados reconocimientos, pero no están hechos para anclarse entre los grandes de siempre. Alcanzan una gloria efímera.  Hay otros que, por el contrario, son portentosos, hechos de una madera única que jamás se apolilla. Cervantes, Borges, Faulkner, Proust, Camus y Gabriel García Márquez, entre otros.

Desde su atropellada y fantástica niñez, García Márquez tenía clara conciencia de que la lectura, la libre imaginación y escribir eran lo que más le interesaba. Sus reportajes periodísticos, crónicas, artículos de opinión, cuentos, novelas y otros trabajos, tienen ese sello especial que lo coloca entre los mejores de todos los tiempos.

Pero como ser humano tenía sus debilidades, entre las cuales la más grande fue la atracción por una de las figuras más tenebrosas y nefastas del Continente: el dictador cubano Fidel Castro, responsable directo de más de 6 mil fusilamientos, decenas de miles de desaparecidos, torturados, encarcelados y desterrados, sin contar la miseria moral, política y económica en que sumió a su país.

Claro, uno tampoco podría ser injusto al atribuirle a ese pecado la gravedad extrema que no tuvo, porque en honor a la verdad no fue la excepción entre los grandes hombres de letras o del arte seducidos por dictadores atroces. No.  En América Latina misma hay otros ejemplos protuberantes, también con deslumbrantes méritos: Nada más y nada menos que Pablo Neruda y Jorge Luis Borges.
Durante décadas existió entre García Márquez y Fidel Castro una entrañable amistad. En distintas oportunidades, uno y otro hacían orgullosa referencia a sus largos encuentros, en los cuales debatían no solo asuntos literarios, sino otros espinosos de la política latinoamericana. Desde temprano habían sido obvias las simpatías de GGM por las tendencias de izquierda, que lo llevaron a trabajar incluso para el aparato informativo del régimen cubano y, por ese camino, casi sin darse cuenta fue atrapado por el malévolo encanto de Castro.

Para justificarse, lo más que llegó a decir García Márquez fue que eso había servido para lograr la liberación de presos políticos en Cuba, lo que, de paso, implicaba el reconocimiento a la inexistencia de libertad de pensamiento y el constante irrespeto a los derechos humanos en la Isla. 
En repetidas ocasiones anunció sus memorias, con análisis y reflexiones sobre el embrujo del poder, porque también fue amigo de líderes de muchos países, aunque en ningún caso alcanzó los profundos nexos que tuvo con el dictador del habano. Escribió con delicia la primera parte, Vivir para contarla, pero dejó en el aire muchas interrogantes acerca de la segunda y nos dejó colgados de la brocha, en la espera interminable. ¿Por qué?

Pablo Neruda era un sublime poeta comunista que alardeaba de su ateísmo y de su fe en la clase obrera. Pero es posible que de manera intencional o hasta con alguna dosis de ingenuidad, cayera en el exabrupto de calificar a la Unión Soviética de “madre de los libres” y a Occidente “basural”. La infinita ceguera en que lo encerró el dogma, lo condujo a alabar a Stalin de una manera censurable.  En uno de los versos tuvo el atrevimiento de decir: “Stalinianos. Llevamos este nombre con orgullo.| Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.| En sus últimos años la paloma| La Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus hombros | y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.| Así vieron la paz pueblos distantes”.

En sus memorias, Confieso que he vivido, el soberbio poeta chileno hizo una breve, casi pasajera confesión de la pena que experimentó al recibir la noticia del demoledor discurso pronunciado por Nikita Kruschev el 25 de febrero de 1956, en el XX Congreso del Partido Comunista, con las denuncias sobre los feroces crímenes, la represión y el culto a la personalidad, de la dictadura de Stalin.

Ahh, y por supuesto, no puede dejar de hacerse referencia al estruendoso caso del maestro Jorge Luis Borges, uno de los sobresalientes escritores universales. Nunca nadie supo por qué un hombre de espíritu tan elevado, defensor del derecho de los ciudadanos del mundo al libre pensamiento, pudo lanzar una proclama como jamás se había visto a favor de ese desalmado asesino que fue el chileno Augusto Pinochet.

Al dispensarle una visita al tirano chileno septiembre de 1976, las afirmaciones de Borges fueron cuando menos desconcertantes:  “Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor Presidente… En Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden.  Eso ocurre en un Continente anarquizado y socavado por el comunismo”…

Lo anterior viene a confirmar que hasta seres de espíritu sublime son capaces de deslizarse hacia el culto a detestables asesinos con poder. Para los venezolanos, García Márquez será siempre admirado y querido por su obra, pero no están libres de algún resquemor por su debilidad ante el dictador cubano, que tan imperdonable daño ha causado a Venezuela.
@opinionricardo

1 comentario:

  1. Otro caso emblemático es el de Martín Heidegger con respecto al nazismo. Sobre estos individuos "grandes" las palabras de Bolívar son tajantes: "El talento sin probidad es un azote"

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