En una de las tantas visitas de Gabriel García Márquez a
Caracas le hice una breve pero para mí inolvidable entrevista. Yo era un novicio reportero, él era un hombre
relevante en el mundo de las letras con muchos amigos en Venezuela, donde había
transcurrido una parte de su vida periodística, con sabores unas veces
exquisitos y otras amargos.
Con su encantadora forma de ser costeña, más aún, a lo
barranquillero, hablaba de todo con su proverbial naturalidad y quería saber de todo. Con insistencia me
preguntó por Miguel Angel Capriles, ese millonario que era dueño no solo del
portentoso conglomerado de medios impresos que llevaba su apellido, sino
también de edificios y muchas otras cosas.
También recordó los nombres de algunos buenos periodistas venezolanos.
Para quienes habían trabajado en la Cadena Capriles –García Márquez lo hizo al salir de la revista Momento-, Miguel Angel era un empresario
ambivalente porque por un lado trataba a sus periodistas con cierto cariño y,
por el otro, les pagaba mal. GGM quería saber de MAC – que así firmaba sus
editoriales- y de cómo marchaban tanto la Cadena
como El Nacional.
Mientras conversábamos en el lobby se acercó un
desconocido de sonrisa amplia que lo reconoció, levantó los brazos y exclamó: “¡Maestro, usted es cojonudo! ¡Cojonudo!..” Sin
más, dio media vuelta y desapareció por donde había venido. Riendo con inocultable satisfacción, GGM me
miró y dijo: “¡Cojonudo!.. Esa es una
buena palabra, ¿no te parece?..”
Un rato después GGM me preguntó si tenía sed, a lo cual
asentí, mientras él agregaba que la suya era mucha, y sugirió que nos
trasladáramos al bar cercano a la piscina. Nos instalamos en un par de cómodas
butacas. Llegó un mesonero con la advertencia de que el expendio de bebidas comenzaría a las
12, frente a lo cual él replicó: “¿Ahh, eso quiere decir que entonces no
estamos en Caracas sino en Londres?”, y le pidió al empleado que llamara a su
jefe, que pronto se presentó y giró instrucciones para que nos atendieran.
El colombiano ilustre ordenó un brandy doble mientras yo me inclinaba por un
jugo de naranja, cosa que causó una reacción de desencanto en el entrevistado: “No. Eso no puede ser. Tienes que tomar algo distinto para que podamos ir al mismo
ritmo. Eso ya me ocurrió una vez con un
reportero de The New York Times. Él
no tomó nada y días más tarde leí con asombro todo lo que yo había dicho en la
borrachera. Así que eso no va a ocurrir esta vez”…
Pues bien, pronto los efectos de mi
bebida surtieron efecto en el estómago vacío y todavía más en la cabeza, puesto
que yo no había desayunado.
Transcurrido el tiempo he descubierto que la copia que yo
guardaba de aquella entrevista se traspapeló y ahora reconstruyo las cosas que
de manera nítida quedaron en mi mente.
Entre mis papeles viejos aparecieron dos copias del testimonio del
inolvidable encuentro: Las fotos tomadas
por mi amigo Jacinto Tovar, compañero de trabajo en El Carabobeño.
Un año después vi a García Márquez en la sede nacional del
MAS (aunque no conversamos), durante el acto de donación a ese partido de la
parte metálica del Premio Rómulo Gallegos. Estaba rebosante de alegría. El MAS,
que despertaba ilusiones entre los decepcionados del comunismo, no había caído
en el mar de contradicciones y oportunismo que poco a poco lo transformaron en
esa sombra que apenas es hoy. A dicho
evento también asistió aquel hombre de tamaño físico descomunal y aún más
grande en cualidad musical, que era el griego Mikis Theodorakis, autor del
himno masista y también de muchas canciones adorables.
@opinionricardo
Excelente su nota maestro Escalante ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarExcelente nota maestro Escalante ¡Felicitaciones!
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