Hay
personajes que a fuego lento se labran una reputación profesional, política o
de cualquier otro género, pero un buen o mal día deciden salir desnudos y
gritar a los cuatro vientos que lo suyo había sido una farsa. A partir de
entonces lo destruyen todo a patadas, con desconsideración hacia la sociedad
que hasta entonces los había admirado, y con hambre atrasada comienzan -como el
dios Zeus- a devorar a sus hijos.
Bueno, con
el arribo de Hugo Chávez al poder, en los inicios de la etapa más ignominiosa
de la historia venezolana, Eleazar Díaz Rangel descubrió que las innumerables
generaciones a las cuales había dictado sermones de pulcritud ciudadana y
periodística, ya no valían nada y que lo mejor para él era transmutar en
plumífero de un régimen esquilmador de la riqueza nacional y violador de los derechos
humanos. Decidió gritar que lo suyo era mentira.
Claro, EDR
ya guardaba algo poco digno de revelar: durante el gobierno de Rómulo
Betancourt había conspirado y participado en esas actividades “inocentes” de
elaborar planes para sembrar zozobra en la población inocente. Eran los tiempos
en que brigadas del PCV ponían bombas un día por aquí y otro por allá,
asaltaban bancos, secuestraban aviones y asesinaban policías a mansalva.
En el curso
de unas investigaciones, aquel gobierno decidió allanar una casa alquilada por
el inefable Eleazar Díaz Rangel. En ese
lugar -escondite de una figura prominente del partido lugar y centro de
reuniones “estratégicas”-, fue decomisado un cerro de documentos, uno de los
cuales uno detallaba planes de magnicidio de uno de los pilares del Pacto de
Punto fijo y tal vez el mejor orador venezolano de todos los tiempos: Jóvito
Villalba. Ahora bien, ¿qué tenía que ver Díaz Rangel con todo eso? Tal vez
mucho, tal vez nada.
Muchos años
después, durante uno de nuestros frecuentes almuerzos en restaurantes de La
Castellana, le hablé a mi amigo Pompeyo Márquez sobre aquella anécdota que me
había narrado Carlos Andrés Pérez y que luego leí en sus Memorias proscritas. “Sí,
esa casa era alquilada por Díaz Rangel.
Es la verdad!, replicó Pompeyo aunque sin abundar más.
Por
fortuna, el magnicidio fue desmontado y varios implicados terminaron presos, pero
Díaz Rangel todavía siguió por ahí con sus lecciones como si no hubiera pasado
nada, actuando siempre, por supuesto, al estilo Zeus. ¡Así es la vida!
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