La ambición
de ciertos hombres ha sido la perdición de pueblos que deslumbrados por frases
y actitudes huecas han sido conducidos a la miseria y a vejámenes de todo tipo
y color, a pesar de lo cual no logran digerir la lección.
Alan
García, un socialdemócrata formado en la escuela de los grandes oradores
latinoamericanos, dos veces presidente de Perú, es precisamente ejemplo de ese
mal. En su primera presidencia (1985-1990) causó uno de peores desastres
económicos y sociales que se recuerden en ese país ahora emergente; en la
segunda rectificó e hizo crecer la economía y mantuvo controlada la inflación,
pero entonces incurrió en los vicios morales propios de liderazgos carismáticos
y demagógicos.
García ahora
pretende regresar, como si el tiempo no hubiese pasado y no hubiera tantos y
tan capaces ciudadanos peruanos. ¡Presidente por tercera vez! Eso sería el colmo y con toda seguridad
acarrearía costosas consecuencias que demandarían remedios amargos.
Pero, claro,
ese es el fenómeno que agobia a una región plagada de obnubilados que se sienten
imprescindibles, como Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia,
Rafael Correa en Ecuador y, por supuesto, los Castro en Cuba, que han torcido
voluntades y manipulado la ley para perpetuarse en el poder. Y claro, aunque
hay diferencias importantes, no es equivocado decir que en esos países la
disidencia se acalla como en la época de Trucutrú.
En
Venezuela las segundas presidencias de Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez
dieron lugar a convulsiones que abonaron el terreno para que viniera alguien
como Hugo Chávez, que con sus pretensiones de gobernar 50 años desmanteló las
instituciones nacionales y sembró el caos que hoy vivimos. Sembró un régimen
militar-militarista y dejó las libertades conculcadas, los derechos humanos
apaleados, hambre extrema y hampa en cualquier esquina.
Alvaro
Uribe hizo modificar la Constitución colombiana para reelegirse y lo logró.
Después aspiró un tercer período que, por fortuna, no prosperó. Con su
omnipotencia, él fue un mal ejemplo y desató una ola de odios y retaliaciones.
En naciones
con presidencialismos tan marcados como los de América Latina, la reelección
siempre es punto de partida de grandes males. Por eso todavía creo en la
validez de la sabia frase de Francisco Madero: “Sufragio efectivo, no
reelección”.
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