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jueves, 2 de enero de 2014

El liderazgo de Betancourt

Ricardo Escalante
Con el paso del tiempo, Rómulo Betancourt ha adquirido dimensiones cada vez mayores como estadista, hombre de partido y, sobre todo, como ciudadano venezolano ejemplar.  Su talante democrático se proyecta aún más en la etapa aciaga que hoy vive Venezuela, caracterizada por la ausencia de liderazgos con formación intelectual y acerada capacidad para guiar a las masas. 
Los desvelos de Betancourt fueron más allá de la ambición personal porque tenía visión histórica. Fundó el partido político más importante de la historia nacional, Acción Democrática, concebido como organización policlasista, con una estructura de dirección vertical alejada del culto a la personalidad.  AD, con cinco presidentes de la República y grandes logros –venida hoy a menos porque, entre otras cosas,  ya no posee el poderoso cuerpo de dirección colegiada del pasado-, correspondía a la visión moderna de aquel hombre amante del respeto a la pluralidad de las ideas.
RB creía en la separación de poderes en la indispensabilidad de una oposición robusta, razón por la cual impulsaba nuevos liderazgos.  Cuando su popularidad y el respeto a su liderazgo eran los más elevados, en 1973 rechazó la posibilidad de ser otra vez candidato y Presidente.  Si lo hubiese querido, nadie en AD se le habría opuesto y, por supuesto, habría ganado con facilidad las elecciones de diciembre de aquel año, pero su intención era mantenerse como guía y consejero, alejado de la diatriba de todos los días.  Nunca se le ocurrió perpetuarse en el poder y, por supuesto, menos aún reformar la Constitución para permitir aberraciones de ese tipo, porque consideraba saludable la alternabilidad en el mandato.
Un aspecto que merece especial relieve es la pulcritud con que manejaba los asuntos del Estado.  La quinta “Pacairigua”, donde residía cerca de la Cota Mil, en Altamira, a su regreso de Berna, le fue regalada por contribuciones de un grupo de amigos y del partido, porque no disponía de dinero para comprarla.
En el país luchó contra movimientos insurgentes de izquierda patrocinados desde La Habana por Fidel Castro, y derecha, auspiciados por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Su recia personalidad no podía escapar a la controversia, que asumía como un hecho natural. Debatía con fuerza en su partido y en el país.  En la defensa de las ideas tuvo contrincantes dotados de fuerza intelectual, como Domingo Alberto Rangel y el grupo de jóvenes que al formar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) castró una generación brillante, de la cual formaban parte, entre otros, Moisés Moleiro y Américo Martín.
En los años 70, mientras yo era reportero de El Universal, lo entrevisté varias veces, sobre todo cuando se disponía a viajar al exterior y era despedido en Maiquetía por un reducido grupo de amigos y compañeros de partido.  La foto que ilustra esta nota fue tomada durante un encuentro casual que sostuvimos en uno de los pasillos de la Clínica Santiago de León, en la avenida Libertador, en Caracas, adonde acudió a un chequeo rutinario en el consultorio de un médico amigo.  Como ser humano, Betancourt no escapaba a los defectos, uno de los cuales fue anunciar de manera reiterada las memorias que nunca escribió y que utilizaba como arma contra los adversarios. También tuvo otras fallas, pero el tamaño de su obra se acrecienta por el sentido pedagógico y democrático que la envuelve.  Todas estas son cosas que vale la pena recordar.
Twitter: @opinionricardo

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