Con el paso del
tiempo, Rómulo Betancourt ha adquirido dimensiones cada vez mayores como
estadista, hombre de partido y, sobre todo, como ciudadano venezolano ejemplar. Su talante democrático se proyecta aún más en
la etapa aciaga que hoy vive Venezuela, caracterizada por la ausencia de
liderazgos con formación intelectual y acerada capacidad para guiar a las masas.
Los desvelos de
Betancourt fueron más allá de la ambición personal porque tenía visión
histórica. Fundó el partido político más importante de la historia nacional,
Acción Democrática, concebido como organización policlasista, con una
estructura de dirección vertical alejada del culto a la personalidad. AD, con cinco presidentes de la República y
grandes logros –venida hoy a menos porque, entre otras cosas, ya no posee el poderoso cuerpo de dirección
colegiada del pasado-, correspondía a la visión moderna de aquel hombre amante
del respeto a la pluralidad de las ideas.
RB creía en la
separación de poderes en la indispensabilidad de una oposición robusta, razón
por la cual impulsaba nuevos liderazgos.
Cuando su popularidad y el respeto a su liderazgo eran los más elevados,
en 1973 rechazó la posibilidad de ser otra vez candidato y Presidente. Si lo hubiese querido, nadie en AD se le
habría opuesto y, por supuesto, habría ganado con facilidad las elecciones de diciembre
de aquel año, pero su intención era mantenerse como guía y consejero, alejado
de la diatriba de todos los días. Nunca
se le ocurrió perpetuarse en el poder y, por supuesto, menos aún reformar la
Constitución para permitir aberraciones de ese tipo, porque consideraba
saludable la alternabilidad en el mandato.
Un aspecto que
merece especial relieve es la pulcritud con que manejaba los asuntos del
Estado. La quinta “Pacairigua”, donde
residía cerca de la Cota Mil, en Altamira, a su regreso de Berna, le fue
regalada por contribuciones de un grupo de amigos y del partido, porque no
disponía de dinero para comprarla.
En el país luchó
contra movimientos insurgentes de izquierda patrocinados desde La Habana por
Fidel Castro, y derecha, auspiciados por el dictador dominicano Rafael Leonidas
Trujillo. Su recia personalidad no podía escapar a la controversia, que asumía
como un hecho natural. Debatía con fuerza en su partido y en el país. En la defensa de las ideas tuvo contrincantes
dotados de fuerza intelectual, como Domingo Alberto Rangel y el grupo de
jóvenes que al formar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) castró
una generación brillante, de la cual formaban parte, entre otros, Moisés
Moleiro y Américo Martín.
En los años 70,
mientras yo era reportero de El Universal, lo entrevisté varias veces, sobre
todo cuando se disponía a viajar al exterior y era despedido en Maiquetía por
un reducido grupo de amigos y compañeros de partido. La foto que ilustra esta nota fue tomada
durante un encuentro casual que sostuvimos en uno de los pasillos de la Clínica
Santiago de León, en la avenida Libertador, en Caracas, adonde acudió a un
chequeo rutinario en el consultorio de un médico amigo. Como ser humano, Betancourt no escapaba a los
defectos, uno de los cuales fue anunciar de manera reiterada las memorias que
nunca escribió y que utilizaba como arma contra los adversarios. También tuvo
otras fallas, pero el tamaño de su obra se acrecienta por el sentido pedagógico
y democrático que la envuelve. Todas
estas son cosas que vale la pena recordar.
Twitter: @opinionricardo
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