Escribí mi
artículo sobre Luis Alfaro Ucero al ver la inusitada oleada de elogios que le hacían a través de las
redes sociales. Sentí entonces que debía contar la versión de un periodista que presenció
los métodos estalinistas que Alfaro imponía a su manera en AD, ese partido de
historia imborrable que, entre muchas cosas, luchó y creó el sufragio directo y
secreto para todos los mayores de 18 años y reconoció derechos fundamentales a
las mujeres.
Lluevo ahora
sobre mojado como consecuencia de la cantidad de correos electrónicos que inundó
mi casillero. Unos me decían que no era
bueno sacar los trapos sucios de un muerto, mientras otros lo defendían con
explicable razón, porque estuvieron bajo la sombrilla protectora del “caudillo”. Hubo insolencias y también la cordial llamada
de atención telefónica de un apreciado amigo, frente a lo cual reaccioné
diciendo: “Ahh, ahora debo entonces reconocer que lo de Chávez no eran
tropelías sino actos sublimes”… Claro, hubo también quienes coincidieron con
las apreciaciones de mi artículo.
Amigos lectores,
escribo ahora para declararme al margen de los epígonos de esa suerte de “religión”
según la cual el fin de la vida viene a
ser una absolución para las temeridades incurridas. En ese sentido, ahora me
pregunto qué habría ocurrido si Nikita Khrushchev no hubiese presentado aquel
informe al XX Congreso de la Unión Soviética, en 1956, con denuncias de las
crueldades infinitas del autócrata que hasta ese instante muchos consideraban
benefactor, héroe. Ahí, con su discurso de cuatro horas, Khrushchev destruyó de
una vez por todas el culto a la personalidad impuesto por Stalin.
Por las mismas
causas, confieso que sentí vergüenza al presenciar la serie de delitos de
Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y sus compinches, mientras el atrabiliario
teniente coronel agonizaba o ya estaba muerto en La Habana. Con pena escuché y
leí las lagrimosas oraciones de prominentes figuras opositoras rogaban para que
el dictador reasumiera cuanto antes el poder.
En tales
circunstancias nunca están demás las campanadas de alerta, las denuncias y
críticas, para que haya un régimen de respeto a la pluralidad de las ideas y a
los derechos ciudadanos. No de otra manera podremos destronar al dueto inmoral
y bárbaro que hace y deshace en el país, dirigidos por Fidel y Raúl Castro. Ahh, y mi última reflexión: ¿Un
periodista tiene derecho a callar?
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