Las políticas de mercadeo interno de los hidrocarburos son de interés vital y demandan una visión seria y responsable para beneficio de la sociedad, sobre todo para las nuevas generaciones de venezolanos. Por eso, el gobierno no debería seguir manejando el asunto de manera parcial, sectaria y corrupta, mientras en el liderazgo opositor saltan a la vista profundas debilidades y contradicciones.
Desde que ocurrió
el anuncio de aumento de los precios de la gasolina han salido a flote las
fallas que caracterizan a uno y otro bando, lo que, por supuesto, ata el país a
una irremisible y hasta secular postración. No se avizoran signos de solución,
mientras la mayoría silenciosa y de poco raciocinio se satisface con el
discurso agresivo y las dádivas oficiales.
El precio de la
gasolina debería formar parte –como ocurre en el mundo civilizado- de un complejo
de políticas de Estado que van desde la conveniencia de contaminar cada vez
menos, hasta los estímulos para hacer más eficiente el parque automotor y
mejorar el transporte colectivo, pasando por la implementación de controles
rigurosos en cada eslabón de la cadena. Los impuestos son esenciales en la
fuente de ingresos nacionales y nadie tendría por qué escapar al pago que
le corresponde.
¿Hay algo de eso
en Venezuela? Pues claro que no, porque
la irresponsabilidad del gobierno es inconmensurable y ha permitido que los
ciudadanos piensen que el combustible tiene que regalarse, mientras la “mejor
obra” de la rosca enquistada en Pdvsa es esquilmar los intereses
nacionales. Al superministro Rafael
Ramírez y a su gobierno les interesa más la alianza con Cuba y con los países
de Petrocaribe, que usufructúan la riqueza venezolana a cambio de respaldos
políticos en la comunidad internacional.
Cuba es, además, el gran arquitecto del régimen atroz imperante en
Venezuela.
El
congestionamiento en las calles y avenidas venezolanas es monumental porque
nadie siente razones para gastar menos dinero en combustible, por cuanto éste
se ha derrochado durante años. Además, el precio simbólico ha impulsado el
contrabando de extracción hacia Colombia, Brasil y las Antillas, con la activa
participación de altos oficiales de la Guardia Nacional y testaferros de
funcionarios inescrupulosos.
¿El anunciado aumento
del precio significará algo? De ninguna manera, porque el daño infligido a la
economía nacional es profundo y no se remediará con paños calientes. En el
Ejecutivo prevalece el criterio de hacer pequeños incrementos en precio de la
gasolina, pero sin llegar a alcanzar más de 35 por ciento del promedio del
mercado internacional, vale decir, el subsidio y el contrabando seguirán siendo
elevados. La única repercusión será en
inflación. El déficit de 15 por ciento
que arroja el PIB no tendrá alivio, porque ni Cuba ni ningún otro beneficiario
de Petrocaribe se pondrá al día con Venezuela, es decir, los ingresos
petroleros continuarán siendo insuficientes, mientras la deuda total de la
República y el peso de la burocracia se mantendrán en niveles
insostenibles. Estos son problemas de
fondo.
¿La fiesta debe
continuar? Las decisiones de aumentar
los precios de la gasolina, la electricidad y otras cosas más, son indicadoras
de que al gobierno se le agotaron los recursos, a pesar de haber tenido más de
un billón (¡Un billón!) de dólares en ingresos petroleros desde el inicio de la
era chavista. ¿Y cuál es el resultado?
Muy sencillo: Ahora los venezolanos somos más pobres y Pdvsa dejó de ser
nuestro emblema internacional, porque ya no figura entre las empresas más
eficientes e importantes del mundo. La eficiencia se perdió en la compañía
petrolera porque ni el mantenimiento ni los planes de modernización están a la
altura de los tiempos. Los accidentes son pan de cada día en las ya obsoletas
refinerías, los costos de producción son elevados y Venezuela es importador
neto de gasolina.
La deuda contraída
en bonos se agrava cada vez más porque los índices de riesgo son los
peores. Esos bonos son considerados
basura por las calificadoras de riesgo Standard & Poor´s y Moody´s, que
colocan a Venezuela entre las peores naciones para los inversionistas, como
consecuencia de los profundos desequilibrios macroeconómicos. La inflación,
según cifras oficiales, terminará el año en algo más de 55 por ciento, pero
todo el mundo sabe que el Banco Central maquilla las cifras, y que la escasez
de productos esenciales es insoportable.
Ahora bien, cuando
el país se sumerge en el caos, en la oposición hay signos inquietantes. No hay
un líder sólido, con olfato para interpretar el momento y enfrentar con firmeza
el autoritarismo. Hay un grupo de jóvenes con deseos que han desaprovechado
oportunidades. Varios de ellos son
buenas promesas pero carecen de asesores
calificados o no se dejan asesorar, con lo cual parecen necesitar tiempo para
madurar.
Para ilustrar las
falencias de la oposición podemos recordar algunos errores de bulto: Tan pronto el gobierno habló de aumentar el
precio de la gasolina, Henrique Capriles reaccionó a través del Twitter con una
frase irresponsable: “¡No al aumento de
la gasolina!”, sin entender que un dirigente con sentido de Estado debe ser
serio. No puede hablar por hablar. Ya
antes, cuando el ministro Giordani advirtió que quienes recibían casas del
Estado debían pagar los préstamos correspondientes, HCR exhortó a que esa deuda
no se honrara porque los gobernantes se robarían el dinero. Y, por supuesto, sus más recientes
actuaciones están el fallido plebiscito contra Nicolás Maduro y la propuesta de
una constituyente que solo hubiera servido para favorecer a la “revolución”.
La valiente María
Corina Machado tampoco ha escapado a las meteduras de pata. A través del Twitter reaccionó contra el
aumento de la gasolina, diciendo que antes el gobierno debería cobrarle a sus
socios extranjeros. Y, por supuesto, todavía está fresca aquella foto en que
aparecía sentada con Bush, que la estigmatizó.
El planteamiento de Leopoldo López ha sido parecido al de María
Corina. A ninguno se le ha ocurrido una
estrategia coherente, seria, con un tono de voz fuerte que descalifique a
Maduro y haga reaccionar a las masas. Por todo eso, los incapaces Maduro y
Diosdado Cabello, asesorados desde La Habana, llevan una clara delantera en sus
nefastas estrategias.
Ya para
finalizar, en ese es el dantesco panorama venezolano se me ocurre recordar que
el vicepresidente de la República, Jorge Arreaza, sabe mucho de hidrocarburos porque
a su familia le fueron “adjudicadas” estaciones de servicio “lomito” en la
época en que Julio César Arreaza Arreaza (su abuelo) era parte del directorio
de Pdvsa. Tal vez por eso y por la vida disoluta que atrae a la familia Chávez,
fue el encargado de anunciar el ajuste de precios de los combustibles.
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