En Colombia las cosas parecen encaminarse al otorgamiento
de privilegios a las Farc para que obtengan curules parlamentarias y otros
cargos, en detrimento de quienes por años han participado en política con las
cartas sobre la mesa y de innumerables familias afectadas por la violencia. Por eso hay que leer con lupa lo que la letra
menuda esconde en los pomposos anuncios hechos en La Habana.
Como observador de la política colombiana que he sido
durante mucho tiempo, veo con inquietud ciertas señales de lo que en el fondo
solo tiene dos propósitos: Uno, pavimentar el camino para la reelección del
presidente Juan Manuel Santos y, dos, hacer concesiones a traficantes del
horror y el delito, que nunca lograrían posiciones de elección popular en igualdad
de condiciones.
Humberto de la Calle |
En los anuncios y declaraciones de las partes y, sobre
todo, en un artículo publicado por el jefe del equipo negociador del gobierno,
Humberto de la Calle, se habla del respeto a garantías democráticas en la lucha
de los partidos y, al mismo tiempo, se dejan colar detallitos que pudieran
terminar siendo malsanos. Uno de ellos
son las circunscripciones electorales especiales, frente a las cuales algunos
cándidos han reaccionado con emoción
Al mismo tiempo, en la oposición hay quienes lucen
confundidos y disparan en forma alocada, sin dar en el blanco porque no lo ven
claro, y, por supuesto menos aun pueden dejar en pelota a quienes pretenden
esconder en ropaje de seda sus ametralladoras, drogas, secuestros y
asesinatos. Es algo así como el cuento
del lobo y la Caperucita Roja.
Lo que se fragua en la capital cubana debería ser visto
con suspicacia por los colombianos, porque la jugada del presidente Santos
pudiera conducir al desmoronamiento del sistema democrático, que en ese país ha
sobrevivido a pesar de tantas décadas de violencia protagonizada por eso que
Humberto de la Calle define como “la irrupción de movimientos sociales”. Lo que
importa al gobierno es la ambición reeleccionista. Ejemplos del oportunismo político abundan,
entre los cuales resalta el de los venezolanos, que estamos como estamos precisamente
por interminables harakiris políticos.
Rafael Caldera y otros muchos creyeron que cosechar
ventajas del golpe de Hugo Chávez era saludable –y, en efecto, para ellos lo
fue-, pero las consecuencias para la República fueron terribles. La venezolana es
una dolorosa experiencia, dañina incluso para los vecinos colombianos, y
demuestra que lo que es bueno para los líderes no necesariamente lo es para los
pueblos.
El artículo del negociador del gobierno de Santos es
tremendamente importante porque representa la confesión de que en La Habana se
cocina el otorgamiento privilegiado de curules parlamentarias a las Farc, con financiamiento
estatal a su campaña, facilidades para el uso de medios de comunicación y el
reconocimiento de ventajas en territorios que los delincuentes han considerado
suyos.
Y aunque los acuerdos de La Habana sean sometidos a
referéndum, la narcoguerrilla se saldrá con las suyas. La campaña que ya se ha
iniciado (con tendencia favorable a lo que ocurre en La Habana) se impondrá
porque la oposición está paralítica, limitada por las severas limitaciones de
su discurso. ¡Pésimo futuro!
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