El vienes 20 de este mismo mes se cumplirán 34 años del asesinato a sangre fría de Pierre Goldman en el centro de París a plena luz del día. Él era un intelectual con debilidades delictivas que, entre otras cosas, participó en un asalto perfecto a una sucursal del Banco Royal de Canadá en Puerto La Cruz, en Venezuela, en junio de 1969.
Pierre Goldman |
El asalto fue
resuelto en tiempo record por las policías venezolanas -que estaban bien
curtidas en la lucha contra el terrorismo y la subversión-, pero buena parte de
los involucrados escaparon, entre ellos Goldman, quien regresó a París para
continuar su carrera en el mundo del delito. Allá cometió una serie de asaltos, en
uno de los cuales fueron asesinados dos empleados de una farmacia y él fue
apresado. Lo sometieron a juicio y fue condenado a cadena perpetua.
Los responsables
de la muerte de Goldman, por el contrario, nunca fueron identificados. Varios
testigos presenciales describieron a los criminales como tres hombres de
aspecto hispano armados con revólveres, pero nadie aporto el detalle adicional
que permitiera seguirles la pista y echarles el guante. El historial de la
víctima incluía sospechas de que ayudaba a comandos de la organización
terrorista ETA a obtener armas y explosivos, lo que a su vez daba pábulo a la
hipótesis de que su liquidación física fue ordenada por los Grupos
Antiterroristas de Liberación españoles (GAL), integrados por militares y
militantes de ultraderecha.
Durante su
prisión, Goldman se había dedicado a la lectura, sobre todo de filosofía y literatura,
y escribió las Memorias de un
judío polaco nacido en Francia,
que fueron recibidas con alborozo en los sectores intelectuales y estudiantiles
de izquierda, que seguían motivados por los reclamos de cambio del mayo
francés. Ya en ese momento las facultades
físicas e intelectuales de Jean Paul Sartre estaban disminuidas, pero todavía intervenía
en protestas, escribía, dictaba conferencias, se reunía con jóvenes maoístas y, junto con Françoise Sagan, Simone Signoret
y otros, emprendió una ruidosa campaña de opinión pública que culminó con la revisión del juicio y la
libertad de Goldman. De esa manera, su prisión duró apenas cinco años.
De esa manera, el
exculpado comenzó a publicar artículos en Les
Tempes Modernes y en Liberation
y se relacionó con grupos contestatarios pero, por supuesto, en su closet seguían
escondidos unos cuantos esqueletos amenazantes. Él lo sabía y corría el riesgo.
Atrás habían quedado los tiempos de la salsa dura en Caracas, que disfrutaba con amigas en
la discoteca La Pelota, en el Centro Comercial Cedíaz, así como su breve pasantía guerrillera en las
montañas del Estado Anzoátegui. Mantenía
contactos esporádicos con algunos compinches del asalto al banco Royal, aunque no con
el protagonista principal, el sociólogo trujillano Oswaldo Barreto Miliani, de quien se había hecho amigo en La Habana.
Barreto venía del
Partido Comunista, del cual había sido expulsado. Conocía de vista y trato a
muchos guerrilleros venezolanos y tenía buenas relaciones internacionales. Pocos años después sostuvo una serie de
conversaciones con Lisa St Aubín de Terán, que sirvieron de base para la
redacción Swallowing Stones
–su biografía- en la cual relataba con jactancia cómo llegó a ser asesor de
Fidel Castro en el diseño ideológico de la revolución y también amigo de
Salvador Allende. Hacía, además, ciertas referencias a la desilusión guerrillera del
francés.
Admitía
haber planificado y ejecutado los asaltos a mano armada al banco Royal y a una
agencia del Banco Nacional de Descuento (BND) en la Plaza del Rectorado de la
Universidad Central de Venezuela. "¡Lo hice y lo hice bien!", proclamaba. A él le eran atribuidas otras fechorías, como
el sensacional robo de un caudal de dinero que transportaba un avión de
Aeropostal que fue secuestrado.
Con el botín
obtenido en Puerto La Cruz, que fue depositado en el exterior, pensaban montar
una empresa pesquera, con una flota de camiones-cava propios para la distribución del producto, y adquirir un lote de armas.
Barreto afirmaba que la decisión de los asaltantes –entre quienes estaba
Baltazar Ojeda Negretti, sobrino político de Pompeyo Márquez-, era no continuar
en aquellas sonoras actividades de alto contenido de adrenalina, pero al mismo
tiempo hablaba de armas.
Al iniciar este
artículo mi propósito era hablar solo sobre aquel intelectual europeo que murió
cuando apenas tenía 35 años y que vivió confundido entre el delito y las quimeras
revolucionarias, pero en el camino me he desviado. Caí en el tema del otro personaje que también
mezclaba estudios y cultura con actividades non sanctas y que en los últimos
años se ha dedicado a publicar dos columnas semanales en el vespertino caraqueño TalCual, reconociéndole
méritos al sistema que antes quería demoler. Claro, Goldman y Barreto habían compartido armas y uno que otro libro.
Y ya para
finalizar, no puedo dejar de citar un elocuente párrafo del libro Ceremonia del adiós, escrito por Simone
de Beauvoi en homenaje a Sartre:
“Liliane Siegel
nos anunció el asesinato de Goldman. Quedé aturdida. Goldman asistía asiduamente
a las reuniones en Les Tempes Modernes, y mi simpatía por él se había transformado en profundo
afecto. Me agradaban su inteligente ironía, su alegría, su calor. Era animado,
imprevisible, divertido a veces, fiel a sus enemistades y a sus amistades. El
hecho de que hubiera sido asesinado a sangre fría aumentaba el horror de su
muerte. Sartre también se emocionó,
aunque con ese desapego con que ahora recibía todos los acontecimientos. Sin embargo, quiso asistir al entierro. Claire Etcherelli nos llevó en su carro y seguimos el coche fúnebre
hasta la puerta del cementerio. Había
tanta gente que tuvimos dificultades para pasar”…
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