Páginas

viernes, 20 de septiembre de 2013

Draconiana solución militar

Ricardo Escalante
Para recordar detalles de lo ocurrido en Chile en la etapa previa al golpe de Estado de septiembre de 1973, apelo a Camino recorrido, memorias de un soldado, de ese malévolo personaje que fue Augusto Pinochet Ugarte.  Las había leído en 1991.  Ahora me interesan de manera especial los tomos I y II, que contienen la versión del déspota sobre el alzamiento y los comienzos de su implacable dictadura.
¿Y por qué acudo a esa publicación y no a otra, de algún reconfortante soñador democrático? Pues porque veo que no escasean quienes tratan de reivindicar aquel régimen de fuerza, y porque al mismo tiempo noto que en Venezuela existen algunos que imploran una rápida acción militar de derecha para ponerle coto al caos imperante. ¡Peligrosas insensateces!
Claro, tienen razón quienes en Venezuela dicen que la situación ya es insufrible, pero no se han paseado por otras posibilidades, como respaldar un liderazgo opositor sólido, bien formado y con cojones. Sin esas actitudes bobaliconas de cachucha tricolor que siembran desconcierto. Se requiere un liderazgo con ideas para sacar el país de las cenizas morales y económicas inculcadas por los hermanos Fidel y Raúl Castro.  
Algunos amigos tanto de Caracas como del interior del país, me han dicho en las últimas semanas que la vía cuartelaria parece inevitable, pero no echan un vistazo a las terribles experiencias que plagan la historia latinoamericana y que, por ejemplo, en el caso particular de Chile nos recuerdan que hubo incluso políticos que le facilitaron las cosas a Pinochet. Ese vanidoso incorregible que era Eduardo Frei Montalva, líder de la Democracia Cristiana, creía que los militares defenestraban a Allende para depositar en sus manos el poder.  En dos partes de las memorias, el autócrata narra con desprecio las insistentes llamadas telefónicas de Frei para ponerse a la orden “para lo que necesitaran”.
El dictador describía en términos dramáticos el ambiente creado por Salvador Allende:
“Con el aumento del circulante y del gasto fiscal y con los precios controlados, los chilenos hacían mayores gastos, que obedecían a un poder de compra ficticio… Como el país no tenía respaldo para esa emisión descontrolada ni los comerciantes reponían sus artículos, pronto sufrimos las consecuencias del exceso de consumo y se dilapidaron las reservas monetarias. Luego aparecieron la escasez y las estrecheces… Los empresarios perdían dinero. Por tanto, no tenían mayor interés en fabricar o distribuir… Simultáneamente comenzó a crecer el más desmedido mercado negro…  Vino una interminable cadena de robos”…
A eso se sumaban el aumento de la inseguridad individual y colectiva, expropiaciones sin sentido, invasiones de la propiedad privada, bandas armadas afectas al régimen que hacían y deshacían, mientras el Presidente se colocaba por encima de la Constitución y las leyes, vale decir, imperaba la anarquía. Ahora bien, de la lectura de las memorias de Pinochet se desprende que no fue esa la causa única del golpe de Estado. No. Sus planes conspirativos se habían iniciado antes de la asunción de Allende a la silla presidencial, porque Pinochet era un militar con desbocada ambición de poder.  Él mismo va desgranando poco a poco la estrategia que siguió, fundamentada en una lucha visceral contra todo aquello que tuviera tufo comunista. 
Él se presenta en el texto como un militar no incondicional al Presidente, a quien se refiere hasta con asco. Le rendía pleitesía y lo detestaba. Relata a su manera cómo utilizaba subterfugios supuestamente institucionales para sortear las instrucciones presidenciales. Andaba a la caza del mando y para eso había creado una logia de generales, a varios de los cuales evitó que se les pasara a retiro porque estaban comprometidos con su objetivo.
Dice haber ayudado al general Carlos Prats para que saliera del país y reproduce una carta en la cual éste así lo reconoce sin renunciar a su dignidad. Después, por supuesto, los hechos demostraron que la policía política pinochetista cumplió la tarea de asesinarlo en Buenos Aires, cosa que también ocurrió con otras figuras como el ex canciller Orlando Letelier. El ensañamiento de Pinochet con Letelier había llegado al extremo de despojarlo de su nacionalidad. La lista de asesinatos, desaparecidos, torturados y expulsados del país, fue interminable en aquellos 17 años de terror, que ahora algunos defienden como la época de la prosperidad y la tranquilidad.
En la parte final del primer tomo, Pinochet hace una relación minuciosa de una oportunidad en la cual Allende lo sometió a un absurdo interrogatorio porque había sospechas de sus andanzas conspirativas. Lo interrogó en un show cómico pero no lo investigó.  Pinochet dice que el día anterior había pasado 15 horas con otros oficiales en la Academia de Guerra, organizando lo que tendría que ser la acción certera y artera contra el gobierno.

Fragmentos sin desperdicio
Aunque el episodio es largo, la elocuencia justifica la transcripción parcial de una anécdota del dictador:
“Al bajarme del vehículo observé mucho movimiento y me topé con el comunista Toro, subdirector de investigaciones, y más adelante encontré cerca de la puerta principal a Corvalán, que estaba junto con Flores y Letelier, quienes me hicieron pasar y observaron cuando entregué la pistola de servicio. Mi angustia se hizo más intensa al encontrar que la dependencia se había transformado en una verdadera sala de tribunal, como si fuera a iniciarse un juicio.  Letelier me indicó que me sentara en un sofá que se ubicaba mirando al público, donde ya se encontraban instalados los personajes U.P.  (de la Unidad Popular) en sillas y sillones, enfrentando al sofá en que me acomodé. Mantuve el aplomo y solo atiné a pensar “es el fin”, pero me dije muchas veces: “Ahora, Augusto, calma y tranquilidad”.
“Permanecía sentado en el sillón, que bien podía llamarse de los acusados, cuando un general entró a la sala. Era un compañero de armas en quien siempre tuve confianza, pese a que no faltaba quien lo señalara como amigo de Allende.
“Allende aún no había entrado a la sala. Ésta estaba llena y todos habían tomado asiento. Minutos más tarde apareció Allende por una puerta lateral. Su aparición fue espectacular. Era Mefistólefes entrando al infierno. Se presentó de una manera que no olvidaría aunque viviera cien años.  Vestía traje oscuro, llevaba un gorro de astracán. Envolvía su vestimenta una capa azul-negro con forro rojo sangre y un gran cuello de piel. Bien se diría que Satanás había llegado a la reunión. Los asistentes se pusieron de pie para saludarlo. Yo también. En ese instante alcancé a ver que detrás de él y de la puerta estaba el siniestro director de investigaciones “Coco” Paredes. La presencia del tenebroso Paredes ya no me dejó dudas de que había llegado a mi fin, pero mi mente repetía sin cesar: “Sangre fría, Augusto, calma y más calma”.

Después de saludar con una inclinación de cabeza, Allende se dirigió a mí y con voz suave me hizo una serie de preguntas, todas de rigor, que abarcaron varios asuntos. Desde hacía tiempo yo había estudiado las características personales de Allende, y había captado que nunca hacía en forma directa aquella pregunta cuya respuesta le interesaba, sino que la formulaba incidentalmente en un grupo de materias. Esa noche pude comprobar mi aserto, pues me preguntó sobre temas generales y, entre ellos, sobre mi trabajo  de esos días. En forma rápida fui respondiendo. Cuando se refirió a lo que había realizado en esos días, le manifesté que se estaban tornando muy pesados debido al exceso de trabajo. A continuación estimé que debía aclarar el fondo de la pregunta y aclaré que ese día había asistido a la Academia de Guerra para conocer un “juego de guerra de seguridad” que se estaba preparando, al que él iba a ser especialmente invitado. Después del interrogatorio, que duró alrededor de treinta minutos, se inició una conversación sobre la acción terrorista de derecha que llevaban a efecto los oligarcas enemigos del gobierno”...
Pinochet luego dice haber expresado:  “Presidente, quiero comprender sus problemas e inquietudes, pero deseo que le quede claro que yo no soy el general (Vicente) Rojo*.  Mi deber como soldado es tranquilizar al país e impedir cualquier desmán. La respuesta del señor Allende fue: “Lógico, general, yo así lo creo también”   …“La pregunta clave que me dirigió fue sobre mi actividad de ese día, pues las otras nada significaban, para ver si había algo que dudar  …Si no me hubiese referido a mi permanencia en la Academia de Guerra o si hubiera mentido, otra habría sido mi suerte”…
Esa es parte de la historia chilena, país que hasta entonces había tenido una hermosa tradición democrática.  En el caso del presente venezolano he visto que el repulsivo Diosdado Cabello ha descartado la posibilidad de una asonada militar pero, por supuesto, nadie sabe si es él quien está pensando destronar al ridículo y dañino presidente Nicolás Maduro. ¿Será sólido el control cubano del aparato militar venezolano?
*Vicente Rojo fue un general republicano que rivalizó con el dictador Francisco Franco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario