Ricardo Escalante, Texas
Esta mañana
mientras desayunaba con caraotas fritas y deliciosas arepas, el teléfono comenzó
a repicar de manera interminable mientras yo me preguntaba quién podía ser. En
ese instante me sentía privilegiado por no tener que brincar de un lugar a otro
para encontrar un paquete de harina PAN y por andar en la calle sin temor a ser
asaltado por llevar bajo el brazo ese valioso paquete de harina PAN.
Con
inevitable desazón me levanté de la mesa: “¿Quién jode?”, pregunté en tono
desafiante. Con gran desconcierto escuché de inmediato: “Hola Ricardo, soy
Ricardo Escalante, ¿cómo estás?” Sin
capacidad de reacción traté de hilar fino, de saber por qué yo mismo me llamaba
con un tono de voz distinto. “¿Estaré
enloqueciendo? ¿Habré alcanzado ese estadio superior de los alucinados al
estilo de Hugo Chávez? Chávez, como Fidel, ha hecho creer que es capaz de
desdoblarse para arrinconar a sus conciudadanos… ¡¿Pero yooo?!”.
“¿Aló,
estás ahí?”, insistía mi otro yo mientras yo apenas atinaba a responder “Sí,
sí”… Fue entonces cuando aquella voz me
explicó que en realidad se trataba de un homónimo que había leído uno de mis
artículos, y para más señas me dijo “Bueno, yo trabajo ahí donde tu gozas un
puyero”… Y como yo seguía sin entender nada hice otro silencio, ante lo cual
Ricardo Escalante agregó con aire de gravedad:
“Si, si. Soy ginecólogo”. El diálogo se prolongó por varios minutos que
se hacían largos, en los cuales el hombre quería manifestar repugnancia por la
irresponsabilidad que hasta en sus últimos y críticos días ha mostrado Chávez.
Pero bueno,
después no tuve más remedio que investigar cuántos estamos registrados en
LinkedIn con el mismo nombre, para descubrir una lista de más de 25, incluyendo
un periodista en Costa Rica, un músico en Nueva York, un laureado académico
estudioso de la genómica, un experto en mantenimiento, un profesor de
matemáticas y alguien de malas andanzas. En Facebook hay cuando menos 50 y en
Google la cuenta se pierde.
Ahh, pero
eso no es todo. Mientras trabajaba para El Nacional
en Caracas, una tarde se acercó una secretaria de melodiosa voz e irresistible
fragancia para decirme al oído: “Querido, ahí te busca Ricardo Escalante”. “¿Ahh si? ¿Y para qué me busco?”, inquiero. Su
desenfado me dejó perplejo: “Parece que
vienes a pontificar sobre culos buenos”… Sonrió, dio media vuelta y se marchó, circunstancia
que, como era lógico suponer, aproveché para extasiarme con el rítmico desplazamiento
de su reverso. Dos minutos más tarde reapareció
con un señor que se presentó como el doctor Ricardo Escalante, deseoso de
hablar sobre un congreso internacional de médicos especializados en cirugía de
cáncer rectal y anal, tema que nunca me ha interesado, pero él quería explicar
detalles del mal que a veces perseguía a dictadores.
Pues bien,
lo cierto es que esas reflexiones y aquella secretaria de magnífico reverso me
han llevado a preguntarme por qué mi madre prefirió estamparme el nombre de
Ricardo, en vez de Agamenón, Hermenegildo, Agapito; o hasta Xenón, como el
elemento químico de número atómico 54; o el original Usnavy, que por única vez
escuché en Maracaibo, y luego supe que en los momentos previos al alumbramiento
la madre había visitado el puerto, donde vio un acorazado con la inscripción
U.S. Navy. Allí encontró la clave de lo
que tanto había buscado: “¡Bonito nombre: Usnavy! ¡Usnavy!”
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