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viernes, 20 de octubre de 2017

Abstención y fraude

Ricardo Escalante
El descalabro sufrido por la oposición venezolana el pasado domingo tiene muchas aristas que deben ser examinadas con especial atención si queremos aprender la lección. Y una de esas aristas es el porcentaje de abstención y sus causas.

El interés por concurrir a los procesos regionales siempre es menor al de los presidenciales, a pesar de que no debería ser así porque atañen a cargos relacionados con los problemas más cercanos a la gente. Claro está, en los presidenciales surgen polarizaciones inevitables, con campañas mucho más costosas y uso excesivo de los medios de comunicación nacionales, lo que anima a los electores.

En las elecciones regionales los candidatos suelen ser menos conocidos y hasta impuestos por maquinarias partidistas, o nacen de primarias que de manera automática ocasionan heridas difíciles de cicatrizar. A esto se suman los rechazos naturales a aspirantes de escaso prestigio por múltiples causas, entre las cuales destacan las acusaciones de corrupción, de sectarismo y hasta de incapacidad.

Ahora bien, en el caso específico del domingo pasado la abstención –según cifras oficiales- fue la más baja desde que en el país los gobernadores se escogen mediante el voto universal, directo y secreto de los ciudadanos (38.86 por ciento). En 2012 fue de 47.06 por ciento, en 1998 de 45.6 por ciento, en 1995 de 53.8 por ciento, en 1992 de 50.7 por ciento y en 1989 de 54.9 por ciento.

A pesar de lo dicho en contrario por dirigentes opositores en las semanas previas a los comicios, nadie ignoraba las estadísticas de la poca participación de los venezolanos en las contiendas precedentes del mismo tipo. Había encuestas anunciadoras de una votación inferior a la obtenida en las parlamentarias de diciembre 2015, los descontentos con las actuaciones de la MUD saltaban a la vista y había un elevado número de emigrantes. Lo que no está todavía documentado es la manipulación directa de los escrutinios por parte del gobierno, pero fueron muchos los afectados por distintos tipos de triquiñuelas y las denuncias abundan.

La MUD equivocó el discurso al decir que era indispensable concurrir a las votaciones “para no ceder espacios” y al amenazar con discriminaciones odiosas a quienes no participaran.  Ahora, por supuesto, cabe preguntarse por qué en la Mesa de la Unidad Democrática había tanto interés en “no ceder espacios”, pero como en política no existen ingenuidades es lógico suponer un “juego a tres bandas”, como en el billar: si no competían ahora pues no encontrarían justificaciones para postularse a las presidenciales del 2018.

De la misma manera, las contradicciones de la MUD y su ausencia de reacciones categóricas contra el CNE y contra el gobierno bien pudieran tener la misma explicación: son harto conocidas las múltiples aspiraciones presidenciales y las peleas, unas veces disfrazadas y otras a cuchillo limpio, entre las organizaciones políticas ahí reunidas. Desde el domingo solo hemos visto reacciones firmes de ciertos candidatos pero no de la MUD en su totalidad.

Con mucha anticipación se tenían pruebas de la farsa del CNE para distraer votos, del mecanismo burdo de las migraciones de electores, presiones a empleados públicos y a beneficiarios de servicios sociales, y hasta del uso de colectivos armados y guardias nacionales para atemorizar a diestra y siniestra.  ¿Quién olvida las afirmaciones hechas hace poco por Smartmatic desde Londres? ¿Quién olvida como al alcalde Antonio Ledezma y a los gobernadores les quitaban atribuciones y les cortaban presupuestos? El fraude ocurrió el domingo pese o con la MUD y sus dirigentes.


Lo demostrado de manera fehaciente es que la dictadura llegó con el “Comandante Supremo” y no saldrá del poder por la vía electoral, cosa ya advertida con antelación.  Ahora hemos visto no sin asombro a algunos deseosos de “vender el sofá”, como si el admirable Luis Almagro hubiese sido el gran culpable de las metidas de pata. Ojalá la lección sirva para algo. ¿Aprenderemos algún día?

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