Pedro Llorens ya
no será el ejemplo vivo para nuevos periodistas, pero no será olvidado porque
muchos vieron sus actuaciones y aprendieron algo esencial: El periodismo
desafía al poder y significa abandono de ambiciones individuales.
Claro, debemos
admitir que hay quienes con desenfado buscan lo contrario: figuración, ascenso
social, riqueza y compromisos con el establecimiento. Pedro era distinto porque
había tenido la enseñanza de su padre, el filósofo Rodolfo Llorens, y de ese
ilustre forjador de ciudadanos don Pedro Grases. Se había labrado quimeras en
esa izquierda de los años 60 que con sus bandazos y torceduras decepcionó a
tantos, ante a la cual marcó distancias sin abjurar a sus principios.
En la búsqueda
constante no se sentía dueño de la verdad absoluta. No era un apóstata.
Entendía el periodismo como el instrumento indispensable para combatir
injusticias: Denunciaba abusos policiales, irregularidades públicas y privadas,
estafas a la moral y a los derechos colectivos.
Todo con ecuanimidad y sustento, sin ser uno de esos denunciadores de
oficio a quienes siempre se les ve la manga. Más allá de su columna estaba la
lucha interna en el periódico.
Una de sus premisas
era (como debe ser) la desconfianza ante la primera versión oficial, hasta
hurgar y llegar a la verdad. Sabía que el poder -sobre todo en autocracias y en
el militarismo- tiende a torcer los hechos y que el periodista
está obligado a
ser honesto al investigar en cualquier terreno, con equilibrio. Por eso
reclamaba el acceso amplio a todas las fuentes posibles y a los reporteros les
exigía la verificación y el contraste de la información.
Esa práctica es
la que, por supuesto, ha dado grandeza a otros periodistas y medios en
distintas partes del mundo. Por eso, Ben Bradlee se transformó en una catedral
del periodismo en aquella terrible lucha frente al gobierno corrupto de Richard
Nixon en Estados Unidos, e inspiró la autoridad sin precedentes de The
Washington Post en el mundo de los medios. Defendió a capa y espada a sus
reporteros, que terminaron por defenestrar a ese poderoso Presidente que en la
calle llamaban “tricky Dicky”, lo que en pocas palabras quería decir “Nixon tracalero”. Por eso, aunque Pedro Llorens ya no exista el
desafío periodístico tendrá que continuar.
Nota: artículo publicado por El Universal el 2-7-2015
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