El hado de los
tiempos es tan asombroso como la velocidad de su paso. Mis pocos y fieles
lectores se preguntarán a cuento de qué vengo con esta jerigonza cuando en el
país ni siquiera hay arepas, pero trataré de explicarme en 2300 caracteres.
Me anima el
relumbrante Informe ordenado hace casi 3 décadas por la ONU sobre la crisis de
la comunicación y la información, elaborado por 16 ilustres ciudadanos de la
Tierra, entre quienes estaba el portentoso García Márquez, ya obnubilado por
Fidel Castro. Los sabios, encabezados por el Premio Nobel Sean MacBride, esbozaron
los puntos esenciales pero fallaron al plantear el debate como el yugo de las
naciones poderosas contra las pobres y al atribuir la responsabilidad principal
a las grandes agencias de la información.
¡Qué cosas! Se
equivocaron al irse por las ramas sin descargar las culpas en las realidades
contrariadas de cada país, es decir, en la ausencia de instituciones sólidas e
independientes de las democracias que nunca fueron. El Informe, que se conoció
como MacBride, parecía milagroso pero no pisó con fuerza el callo a esos gobiernos
autoritarios del Tercer Mundo que detestan las discrepancias, aunque claro,
tampoco se podía ignorar que líderes populistas y pretensiones de dominio
siempre ha habido en el Primer Mundo.
El grupo proponía
un equilibrio entre las leyes internas de cada país y el derecho internacional
para democratizar la información, así como el respeto efectivo de los derechos
humanos -para lo cual es primordial la misión de los medios de comunicación-, y
advertía que éstos no existirían sin el reconocimiento de la libertad de
expresión.
También defendía
la necesidad de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación,
para lo cual había que eliminar el desequilibrio entre los países desarrollados
y los subdesarrollados. El enfoque
elaborado con una verdad parcial condujo al fracaso del debate en la Unesco,
mientras MacBride sufrió mella en su credibilidad y terminó fuera del organismo
internacional.
Con aquello se
demostró que la inteligencia también se equivoca, y que una orientación más
racional del Informe tal vez habría generado avances que ahora nos facilitarían
la lucha eficiente contra los regímenes despóticos y hambreadores que tanto
abundan. ¡Qué lástima!
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