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sábado, 1 de agosto de 2015

Tiempo perdido

Ricardo Escalante
El hado de los tiempos es tan asombroso como la velocidad de su paso. Mis pocos y fieles lectores se preguntarán a cuento de qué vengo con esta jerigonza cuando en el país ni siquiera hay arepas, pero trataré de explicarme en 2300 caracteres.

Me anima el relumbrante Informe ordenado hace casi 3 décadas por la ONU sobre la crisis de la comunicación y la información, elaborado por 16 ilustres ciudadanos de la Tierra, entre quienes estaba el portentoso García Márquez, ya obnubilado por Fidel Castro. Los sabios, encabezados por el Premio Nobel Sean MacBride, esbozaron los puntos esenciales pero fallaron al plantear el debate como el yugo de las naciones poderosas contra las pobres y al atribuir la responsabilidad principal a las grandes agencias de la información.

¡Qué cosas! Se equivocaron al irse por las ramas sin descargar las culpas en las realidades contrariadas de cada país, es decir, en la ausencia de instituciones sólidas e independientes de las democracias que nunca fueron. El Informe, que se conoció como MacBride, parecía milagroso pero no pisó con fuerza el callo a esos gobiernos autoritarios del Tercer Mundo que detestan las discrepancias, aunque claro, tampoco se podía ignorar que líderes populistas y pretensiones de dominio siempre ha  habido en el Primer Mundo.

El grupo proponía un equilibrio entre las leyes internas de cada país y el derecho internacional para democratizar la información, así como el respeto efectivo de los derechos humanos -para lo cual es primordial la misión de los medios de comunicación-, y advertía que éstos no existirían sin el reconocimiento de la libertad de expresión.

También defendía la necesidad de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, para lo cual había que eliminar el desequilibrio entre los países desarrollados y los subdesarrollados.  El enfoque elaborado con una verdad parcial condujo al fracaso del debate en la Unesco, mientras MacBride sufrió mella en su credibilidad y terminó fuera del organismo internacional.

Con aquello se demostró que la inteligencia también se equivoca, y que una orientación más racional del Informe tal vez habría generado avances que ahora nos facilitarían la lucha eficiente contra los regímenes despóticos y hambreadores que tanto abundan. ¡Qué lástima!

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