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jueves, 12 de marzo de 2015

Como el Hermano Mayor

Ricardo Escalante

Estaba en la secundaria cuando leí 1984. La adolescencia y el ambiente pueblerino de San Cristóbal me hacían pensar que todo en la novela era demasiado exagerado para que yo pudiera dibujar alguna conclusión útil, pero al releerla ahora admiro la enorme capacidad combativa de George Orwell y su poder para llamar a la reflexión.

Orwell en plena tarea periodística
Después de tantas décadas y de haber escuchado y visto tantos comentarios por aquí y por allá sobre el periodista británico -además de haber leído Rebelión en la granja y algunos reportajes-, regreso a este libro para zambullirme en el remolino de tormentos que desata a pesar de haber transcurrido tantos años desde que fue escrito al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la barbarie de unos pocos asfixiaba al mundo.

Cada libro forma opiniones y desata consecuencias según el lector, su entorno y su facultad crítica, y 1984 es uno de esos que ha logrado desatar pasiones como pocos. El tiempo permite verlo con frialdad y como lo que fue: una lucha contra la opresión soviética y contra los procedimientos de siempre para envilecer la condición humana.

Al torcer de manera intencional las palabras y su uso, de manera inevitable uno se transporta a otros hechos. La nuevalengua, el doblepiensa, el hablaescribe y más, así como el ministerio del amor y lo que sus sótanos escondían, las ejecuciones en la plaza pública y la obligación de celebrarlas con frenesí, se asocian con hechos del presente. El control de cada acto ciudadano y la necesidad de denunciar a los traidores de la revolución, el desprendimiento del Hermano Mayor hacia los ciudadanos y la adoración que estos debían sentir hacia él.

Orwell hizo su trabajo en un momento tumultuoso y lo situó en el futuro: 1984. Escribía sobre el pasado y el entonces presente, pero después en otros lugares ocurrirían hechos con algunas o muchas similitudes. Lo importante era la idea de que el enemigo está obligado a declararse culpable, además de proclamar a voz en cuello su arrepentimiento y su amor hacia el Hermano Mayor.

Ah, y por supuesto, al hablar de las disputas ideológicas describía el partido, que siempre existiría y siempre sería igual en sus actuaciones, así como el detestable grupo opositor fundado por Goldstein, que apenas era una fachada porque estaba al servicio de la revolución.

Nadie escapaba al control de los instrumentos electrónicos que Orwell ya entonces imaginaba. La Policía del Pensamiento y el ministerio de la Verdad eran eficientes en el cumplimiento de sus propósitos, mientras desde la cúspide se inventaban guerras económicas porque la escasez era brutal y la culpa de todos los males era del imperialismo.

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