Estaba en la
secundaria cuando leí 1984. La
adolescencia y el ambiente pueblerino de San Cristóbal me hacían pensar que
todo en la novela era demasiado exagerado para que yo pudiera dibujar alguna
conclusión útil, pero al releerla ahora admiro la enorme capacidad combativa de
George Orwell y su poder para llamar a la reflexión.
Orwell en plena tarea periodística |
Después de tantas
décadas y de haber escuchado y visto tantos comentarios por aquí y por allá
sobre el periodista británico -además de haber leído Rebelión en la granja y
algunos reportajes-, regreso a este libro para zambullirme en el remolino de
tormentos que desata a pesar de haber transcurrido tantos años desde que fue
escrito al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la barbarie de unos pocos
asfixiaba al mundo.
Cada libro forma
opiniones y desata consecuencias según el lector, su entorno y su facultad
crítica, y 1984 es uno de esos que ha
logrado desatar pasiones como pocos. El tiempo permite verlo con frialdad y
como lo que fue: una lucha contra la opresión soviética y contra los
procedimientos de siempre para envilecer la condición humana.
Al torcer de
manera intencional las palabras y su uso, de manera inevitable uno se transporta
a otros hechos. La nuevalengua, el doblepiensa, el hablaescribe y más, así como
el ministerio del amor y lo que sus sótanos escondían, las ejecuciones en la
plaza pública y la obligación de celebrarlas con frenesí, se asocian con hechos
del presente. El control de cada acto ciudadano y la necesidad de denunciar a
los traidores de la revolución, el desprendimiento del Hermano Mayor hacia los
ciudadanos y la adoración que estos debían sentir hacia él.
Orwell hizo su
trabajo en un momento tumultuoso y lo situó en el futuro: 1984. Escribía sobre el pasado y el entonces presente, pero después
en otros lugares ocurrirían hechos con algunas o muchas similitudes. Lo importante
era la idea de que el enemigo está obligado a declararse culpable, además de
proclamar a voz en cuello su arrepentimiento y su amor hacia el Hermano Mayor.
Ah, y por
supuesto, al hablar de las disputas ideológicas describía el partido, que
siempre existiría y siempre sería igual en sus actuaciones, así como el
detestable grupo opositor fundado por Goldstein, que apenas era una fachada
porque estaba al servicio de la revolución.
Nadie escapaba al
control de los instrumentos electrónicos que Orwell ya entonces imaginaba. La
Policía del Pensamiento y el ministerio de la Verdad eran eficientes en el
cumplimiento de sus propósitos, mientras desde la cúspide se inventaban guerras
económicas porque la escasez era brutal y la culpa de todos los males era del
imperialismo.
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